La calma del encinar
EL ENEMIGO PEQUEÑO
Tomás
Martín Tamayo
Al asomarse a
la ventana vieron que llegaba su esposa y la acompañante se escondió en el
trastero, entre las patas de una mesa, tapada con una manta. Él abrió la puerta
y besó a su mujer maquinalmente. Ella percibió un perfume desconocido y, detrás
de la puerta, un paraguas, todavía con gotas perladas sobre la tela.
-¿Has salido?
-Huele a
perfume barato. ¿Ha venido alguien?
-No, nadie.
Cuando pasaban
por la puerta del trastero sonó un
móvil, la mujer, intrigada, abrió la puerta y, siguiendo el rastro auditivo, fue
hacia el hueco de la mesa y levantó la manta… -¡!-. No dijo nada, volvió hacia
la entrada y cogió el paraguas por la punta…
El policía que
atendía la centralita del 091 salió de la somnolencia al escuchar que alguien
había saltado la verja de un chalet de las Vaguadas. Anotó la dirección y, mientras tomaba datos del denunciante, pasó
la incidencia al servicio de guardia. Un coche patrulla salió de inmediato
hacia le dirección señalada y poco después estaba en la puerta. El vecino que
había denunciado el hecho los estaba esperando y, después de
identificarse, les dijo que por su casa
podían pasar fácilmente al patio trasero de la vivienda asaltada. Así lo
hicieron. Dos agentes esperaron en la
puerta y otros dos saltaron al interior, con la pistola montada. La puerta
trasera estaba forzada y, con el arma dispuesta, entraron. Después del “Somos la policía, salga manos en alto”,
recorrieron la vivienda, sin encontrar al asaltador. Llegaron cuatro agentes
más y todos entraron para buscarlo, deteniéndose en cada dependencia, bajos de
camas, armarios… El presunto ladrón no
estaba. Cuando se marchaban, ya en la puerta, sonó un móvil… Volvieron a
desenfundar las armas y fueron hacia la cocina… El móvil decía que el ladrón
estaba entre el hueco de un armario alto y el techo.
“Pssss, psssss,
psssss”, siseó el albañil, sonrisa
abierta, señalando con el índice la oquedad del nicho: “¡Dentro, que está aquí
dentro!”.
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