miércoles, 26 de febrero de 2020

SI ME NECESITAS, SILBA


                      La calma del encinar
                      SI ME NECESITAS, SILBA

                                             Tomás Martín Tamayo
                                                             Blog Cuentos del Día a Día
                                                             tomasmartintamayo@gmail.com



En “Tener o no tener”, Lauren Bacall  le dice a Humphrey  Bogart algo parecido a “Si me necesitas, silba”, frase que quedó inmortalizada aunque nunca figuró en el guion. El día que se casaron, Bogart colgó del cuello de la Bacall  un silbato de oro y el guiño se trastocó porque fue Bacall la que, entre risas y complicidades, sopló el silbato para que Bogart la siguiera hasta la suite que tenían reservada. Eso no ha impedido que “Si me necesitas, silba”, esté considerada como una de las frases más machistas del cine”. Verdad o mentira, cosas del cine, aceptémoslo como una verdad repleta de mentiras.

¿“Si me necesitas, silba”, sintetiza la disposición incondicional, la sumisión, la entrega y la actitud de espera hacia lo que pudiera disponer el dueño del silbido? ¿Es un alegato antifeminista? Imaginen, un silbido, un simple silbido y aparece la Bacall, de guardia permanente  y con su mejor sonrisa, para satisfacer las necesidades del silbador. Ahí es nada, el roce precipitado de un poco de aire fluyendo de los labios y las puertas del cielo que se abren para ofrecernos el jardín de los sueños, que era la Bacall. ¿Machismo? Vale, bebe que te llenen.

El cine es capaz de inmortalizar la intención oculta de una frase, una mirada cómplice, una bofetada, un susurro o  una falda que se eleva en el respiradero del metro.  Y simplificar una actitud de muchos folios en pocas palabras: “Mi tesooooro”, “Tonto es el que hace tonterías”, "Houston, tenemos un problema", “Sayonara, baby”, "Siempre nos quedará París”, “A dios pongo por testigo”,Tócala otra vez, Sam”,”Como alcalde vuestro que soy”, “En ocasiones veo muertos” o “Si me necesitas, silba”.

Pero hay muchos silbatos y muchas formas de silbar y la de Bacall no era la peor, porque incluso acabó silbando ella para reclamar a Bogart. El mundo está lleno de sumisos que esperan la gratificación de un silbido para acudir presurosos, sin vergüenza ni pudor. Un guiño, un chasquido de dedos y los falderos/as que aguardan tras la puerta, acudirán presurosos moviendo el rabo para que el amo les acaricie el lomo… ¡Y sin arte!

¿Cómo se explica la aceptación incondicional de cualquier disparate, de cualquier silbido que llegue de arriba, sin un atisbo de dignidad ni rebeldía? No ver, no oír, no sentir y permanecer como estatuas de sal, traicionando cualquier principio ético o moral. Lo de Bacall y Bogart resulta hasta infantil.

Con la “burrocracia” que hemos montado,  aceptamos que con nuestro voto nos golpeen, nos dejamos abofetear con la propia mano,  entrando de lleno en lo que la RAE define como masoquismo: “Complacencia en sentirse humillado o maltratado”, aunque somos tan políticamente correctos que, mientras nos arrodillamos genuflexos, catalogamos de machista a una simple frase cinematográfica. Si algún día silbamos que sea para llamar a aquella Lauren Bacall que  con su mirada regalaba misterios… Y música con su presencia.
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sábado, 22 de febrero de 2020

AYER ES EL PASADO






            La calma del encinar
            AYER ES EL PASADO
          
           
                                          Tomás Martín Tamayo
                                             Blog Cuentos del Día a Día
                                             tomasmartintamayo@gmail.com


Como al conseguir la acreditación de funcionario público adquirí también la capacidad de comprar a plazos y, con el respaldo de mí nómina, entré en una tienda para ejercer el privilegio de poder endeudarme durante dos años. Compré una máquina de escribir, la Pluma 22, de Olivetti, que era un prodigio. Y ya en trance, una cámara fotográfica, Yashica-Minister D2, y un reloj automático, Ricoh-T18, que llevaba días reclamándome desde el escaparate. El mundo del consumismo me abrió los brazos y  – ¡qué contento!-, con mis tres lujos, me sumergí en el estudio de las instrucciones. Sigo teniendo la máquina de escribir, el reloj y la Yashica, que hoy son piezas de museo, pero que, en su día, me sometieron a serios equilibrios económicos.

¿Cuántos “prodigios” guardamos en el fondo de algún cajón olvidado? Lo que ayer fue sinónimo de modernidad, hoy se alinea con las argollas para atar al burro en algunas fachadas, las cantareras, el café de puchero  o la radio de galena. En apenas 30 años muchos de los actos cotidianos y de primera necesidad estarán, como mis tres adquisiciones, en algún museo etnográfico,  o recogidos en un libro sobre curiosidades del pasado. ¿Recuerdan cuando hacíamos colas, a pleno sol, para poder llamar desde una cabina telefónica? ¿Y  de cuando comprábamos hielo para enfriar el gazpacho? ¿El radio casete?  Más cerca, el fax o los primeros móviles… ¡Esas antiguallas entraban ayer en el mundo de la fantasía! En apenas 30 años veremos caer muchos prodigios de hoy.

 El coche, como medio de  transporte individual,  desaparecerá, y con él los talleres de proximidad, las tiendas de repuesto y casi todos los concesionarios. Dentro de 30 años no podremos ir a una librería, ni a un kiosco para comprar el periódico, ni a renovar el DNI, porque no habrá librerías, ni prensa en papel. La identificación personal la llevaremos en nuestras pupilas, o en el aliento…

Y las clases sociales se reducirán a dos: los que mandan, que serán los mismos, y los que obedecen,  la baja/media, que serán los de siempre.  Adiós también a los buzones postales, a las recetas médicas en papel, a las listas de espera, a las ceremonias religiosas y al chalaneo de las empresas de telefonía, porque las redes serán estatales y su coste irá incluido en otros servicios. Desaparecerán, como los videosclubes.

Dentro de 30 años no podremos ir a una gasolinera para repostar diésel o gasolina. Ni a un estanco a comprar puros para fumarlos en una corrida, de toros, presidida por el rey. No habrá gasolina, ni estancos, ni corridas de toros, ni rey. Pero es posible, no nos aventuremos en exceso, que Extremadura quede como reducto para recrear el pasado y que los que vengan a verlo se lamenten de que el tren los ha dejado, bajo la lluvia, en un descampado.
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sábado, 15 de febrero de 2020

LAS MANOS, AY LAS MANOS


                      La calma del encinar
                      LAS MANOS, AY LAS MANOS…

                                    Tomás Martín Tamayo
                                      tomasmartintamayo@gmail.com
                                      Blog Cuentos del Día a Día



 Alba Lucía, a los 47 años, se sometió a un trasplante de manos. La implantación de las dos manos, la primera que se hizo, la realizó Cavadas y fue un hito en el mundo de la cirugía. El trasplante de manos es uno de los más complicados, pero “cada intento es un empujón para el siguiente” y los éxitos van ganando la batalla, como lo demuestra que, en las pasadas navidades, catorce años después, Alba pudo levantar la copa para brindar con y por sus nuevas manos. Yo también brindo, me alegro por ella pero, en su caso, creo que habría optado por alguna prótesis ortopédica.

Aldous Huxley, en “Un mundo feliz”, desalambró todas las fronteras sobre un futuro que hoy está presente y, como su lectura me cogió muy jovencito, puedo decir que hasta la llegada del hombre a la luna me pareció algo que esperaba su momento, desde que el mono se puso a caminar erguido. Los trasplantes los considero alineados para, uno a uno, ir pasando por quirófano y en algún sitio debe estar recogida mi voluntad para que, si tras mi muerte queda algo de mi cuerpo aprovechable, se utilice. La única limitación que puse fueron mis manos, porque creo que las manos no son trasplantables. Llegará incluso el trasplante de cerebro  ya que, según Kafka,  “todo lo que puede suceder, sucede”, pero las manos… Repelús.

Daría el corazón, los riñones, el hígado…, pero jamás cedería mis manos ni aceptaría otras. Las manos tienen vida propia y en ellas estamos, desnudos y sinceros, como niños. Por eso los que saben mirarlas pueden conocer mucho de nuestro pasado, del presente y hasta del futuro. La mano acaricia, apuñala, acuna, trasmite calor, frío, sudor y emociones. Es la que señala, la que ejecuta, bendice y perdona. Lloramos con las manos más que con los ojos. En las manos está el temor, la duda, el odio y la alegría. Shakespeare las llevaba siempre escondidas y a Cervantes le dolía la que había perdido.

Mírense las manos y comprobarán que, como el gato, nunca nos pertenecen. Se mueven mientras dormimos, participan de nuestro sueño y van a su aire cuando estamos despiertos. Mentimos con el cuerpo, con los gestos, con los ojos y la boca, pero hemos aprendido a trasplantarlas antes que a someterlas. Mientras fingimos calma, ellas se revelan y nos delatan.  Se arrugan y envejecen, su piel se siembra de marrones y sus nudillos se agarrotan, porque las experiencias las cincelan, pero en ellas sigue la verdad y la memoria impresa. En nuestras manos estamos, son la terminal visual  de la  conciencia.

Podemos burlar su resistencia y lograr que acepten un latido que desconocen, pero estoy seguro de que permanecen acechantes. Y añorantes. Si yo fuera Alba estaría muy atento y  no las perdería de vista.
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sábado, 8 de febrero de 2020

TRES AUTOPSIAS PARA UN FORENSE


                      La calma del encinar
                      TRES AUTOPSIAS PARA UN FORENSE
                             
                             


                                          Tomás Martín Tamayo
                                             tomasmartintamayo@gmail.com
                                             Blog Cuentos del Día a Día

Una mañana, al mirarse en el espejo, después de atusarse la barba, el ministro sintió un saborcillo extraño en la boca y vio una brecha abierta en la punta de la lengua. Era insignificante y con un bastoncillo impregnado de agua oxigenada, la frotó y se olvidó de ella, pero durante todo el día tuvo un sabor dulzón que le invadía el paladar. Por la noche se acordó de la llaga abierta, se acercó al lavabo y, en la lupa adosada al espejo, comprobó que la herida había crecido y  permitía ver un corte del que fluía un hilillo sanguinolento, más perceptible por el sabor que por el color, pero, ocupado como estaba en sus enredos aeroportuarios, se olvidó... Un mes después la lengua, claramente bífida, se le había separado en dos ramales y le colgaba de la boca hasta rozar el suelo. El forense dijo al juez: “Mentiritis aguda. Es una epidemia, pero no seré yo el que lo certifique. Yo ni mu”.
 
Como cada madrugada, he salido a pasear por la playa, acompañado por Juanita, mi chihuahua, que me seguía con desgano. Repitiendo el ritual de cada día, me he descalzado y con los pies enterrados en la arena húmeda, he esperado a las olas que se arrastran hasta lamer la orilla. Juanita, siempre expectante, permanecía alejada. Ya es tarde, pero creo que me confundí con el nombre porque el que mejor la define es Prudencia. Esta mañana Juanita ha hecho algo inusual, se ha alejado hasta las primeras piedras del rompeolas y ha ladrado. Me he vuelto para mirarla y en la penumbra me ha parecido que estaba al lado de alguien, sentada, apoyada la espalda en una roca inclinada. Juanita volvió a ladrar, con más insistencia. La conozco, me estaba llamando. Con las zapatillas en las manos, me he acercado hacia el lugar que me indicaba la perrilla, intentando perforar  la neblina que se espesaba en las rocas. Juanita estaba a una distancia prudencial, pero tensa y pendiente de mí. Yo me acerqué, cauteloso. Parecía un muñeco diabólico, con los ojos azules, saltones, la boca pequeña, los labios perfilados, la barbilla adelantada y unas cejas, subrayadas en el centro, que recordaba el garfio de un pirata. Farfullaba, me acerqué y oí que decía algo sobre “democracia y Venezuela”… Llegó el forense, le tocó en un hombro y el muñeco se desmoronó, dejando en la base una pirámide de arena pegajosa y maloliente: “Nunca salió de “gilipollandia”, decía  que la tierra pertenece al viento, pero yo  soy de su cuadrilla y no me voy a exponer…”.
 
Adonis y Afrodita se asomaron al pozo y vieron a la luna guiñándoles un ojo. Se emocionaron. En la quietud del agua leyeron “Sí se puede”.  Al abrazarse dejaron sobre la lámina de agua una figura confusa y ondulante. Extasiados en la contemplación, al ver sus figuras a la altura de la luna, se besaron con pasión: “Es nuestro momento, Afrodita”, “Sí y a los demás que le vayan dando, Adonis”. Volvieron a mirar, la luna  había desaparecido, sus imágenes se habían distorsionado, estaban despeinados, el agua hervía y olía mal. Se asustaron. Afrodita, coqueta, rehízo su coleta  y Adonis tiró una piedra para romper el espejo de agua. Cuando los encontraron sonreían y en sus ojos, sin brillo,   se acurrucaba una luna ciega que se desvanecía, en retirada. El forense les hizo la autopsia: “Diarrea cerebral crónica, con sarpullidos faraónicos, pero me callaré. ¿Para qué arriesgarse?”.

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sábado, 1 de febrero de 2020


“Espuelas, Hoces y Cuchillas”
UN REFLEJO AJUSTADO DE FELICIANO CORREA

                                                       Tomás Martín Tamayo


Feliciano Correa no es el despistado que parece, próximo al nihilismo, ni fácil, a menos que uno tenga ciertas claves para saber interpretar su postura “giocondesca” y la socarronería transversal entre el pueblerino, incapaz de renunciar a sus orígenes, y el erudito cosmopolita y de pluma afilada, que puede dictar sentencias muy argumentadas con pocas palabras. Su sencillez es la del pozo que amablemente nos devuelve la imagen ondulante en su lámina de agua, pero que oculta una profundidad que puede engullirnos si nos precipitamos y caemos desde el brocal. “Espuelas, Hoces y Cuchillas” su última entrega, es un reflejo muy ajustado de su personalidad. Casi no necesita firma.

Feliciano Correa es más escritor de oficio que de beneficio y eso le ha permitido hacer una obra literaria densa, sobria y bien construida, pero a su imagen y semejanza porque escribe para disfrutar y al margen de tendencias al uso, en las que no se para. Viéndola en su conjunto, la obra literaria de Feliciano Correa, pese a su aparente dispersidad, es una suma y sigue, como sus “Libretillas Jerezanas”, en las que enmarca esta entrega.

“Espuelas, hoces y cuchillas”, de 476 páginas, es un libro de estructura incómoda, porque Feliciano Correa propende a impregnar sus obras con una pátina  de edición institucional, que castiga al lector que pretenda llevarla consigo para proseguir su lectura en lugares diferentes. Casi debería entregarla con un atril para soportar más de 3 kg., pero siendo un libro de peso no es un libro pesado, porque su autor conoce los resortes del oficio y sabe dar sosiego, acelerando y frenando, con saltos oportunos, que unen pasado y presente para facilitar la comprensión de ambos y hacerlos más inteligibles.

En “Espuelas, Hoces y Cuchillas” Feliciano Correa es fiel al mismo principio que mantiene en sus columnas periodistas, la libertad y la denuncia contundente, sin detenerse a contar los callos que pueda pisar. Aquí la denuncia parte desde el mismo prólogo y la alarga, sembrándola a voleo, por todo el texto, pero con  una cuidada pulcritud literaria, que logra, incluso en tramos pocos poéticos, un lirismo costumbrista que delata, además de sensibilidad, agudeza, capacidad de observación y una retentiva  fotográfica de las escenas que impresionaron su infancia. Es fácil imaginarlo correteando por las calles de Jerez de los Caballeros y en la España de la postguerra, reteniendo como una esponja los olores, los colores y la visión indeleble entre unas castas sociales tan evidentes que incluso las lleva al título de su obra: “Espuelas”, para los ricos, “Hoces”, para los campesinos y “Navajas” para los corchotaponeros como su abuelo, que tanto lo guio y del que tanto aprendió.

Los saltos históricos son continuos y no se arredra a la hora de relatar escenas escalofriantes que protagoniza el clero, o las “Espuelas”, como clase preponderante en un mundo sometido que, si lo viéramos en una película en blanco y negro, nos devolvería la imagen clásica del esclavismo. Pero Feliciano no cae en el panfleto y argumenta con datos incuestionables, exigencias del historiador que le da basamento. Así nos recuerda que en la tan añorada y progresista Constitución de 1812, se facturaba con carácter de perpetuidad, que España seria “católica, apostólica y romana” como credo único y verdadero.

La utilización de las instituciones por los jerarcas del momento, tiene muchas fotos literarias en este recordatorio, en el que Feliciano Correa nos cuenta que  pillos que “distraían” algunos enseres menores, hurtos famélicos al fin, eran considerados por “Espuelas” como plagas de bandoleros a los que había que erradicar. Su sentencia es granítica: “Embebidos en su altivez de potentados dueños, les molestaba el atrevimiento y la desfachatez de la “chusma” al entrar en sus tierras sin permiso. El pundonor herido les dañaba más que los robos”.

Pero “Espuelas, Hoces y Cuchillas” no es un mero desahogo literaio ni un desperezo memorístico porque, teniendo trazos de una sobria literatura, está sustentado en un trabajo profundo de documentación, al que el autor ha dedicado más de cinco años, con una cuidada selección de fotografías y unas notas a pie de página que delatan al historiador puntilloso, capaz de descender hasta lo anecdótico en su afán por presentar una realidad que no quiere enmascarar. Hay mucha honradez en este libro.

¿“Espuelas, Hoces y Cuchillas” es una novela, un ensayo, una autobiografía, una ucronía, un relato costumbrista, la exploración histórica de los dos últimos siglos en la Extremadura rural? Que el lector la juzgue y clasifique. Para mí es una fotografía literaria o un pie de foto con afortunadas incursiones de todos los géneros. Incluso el poético. Y la entrega de un autor sobrio, con oficio y resortes para enfrenarse a una lidia difícil, dejando al lector con ganas de saber y más entender. Somos lo que escribimos, este es el verdadero Feliciano Correa. Todos los demás son secundarios.


Feliciano Correa, “Espuelas, Hoces y Cuchillas”
476 páginas. 28 Euros.
Tecnigraf Editores, 2019




VERDADES INCUESTIONABLES


                La calma del encinar
                VERDADES INCUESTIONABLES

                                           Tomás Martín Tamayo
                                           tomasmartintamayo@gmail.com
                                           Blog Cuentos del Día a Día


Miguel de Cervantes estuvo durante diez años recortando letras de un montón de libros de caballería y una madrugada, cuando tenía cincuenta sacos llenos, subió a la torre la iglesia de Alcalá de Henares y los vació. Cuando bajó de la torre quedó muy sorprendido porque la coincidencia hizo que todas aquellas letras cayeran en un orden, formando palabras, frases, capítulos… Él lo recogió todo, se lo llevó a su casa y comenzó a leer: “En un lugar de la Mancha…” ¡El caprichoso azar había escrito “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha!”, porque hasta el título le vino formado por el acunar del viento. El trabajo de don Miguel fue recortar las letras que arrojó desde el campanario y apilar el resultado de lo que encontró en el suelo. ¿Mérito por su parte? Ninguno, tuvo suerte y ya está… ¿Que no se lo creen? Bueno, les contaré otra.

El Gobierno ha propuesto a la ex ministra de Justicia, Dolores Delgado, como nueva fiscal general del Estado para que desde su puesto garantice la independencia de los fiscales. “Don Progreso” no quiere injerencias políticas en el Poder Judicial y  ha elegido a una candidata que se ha caracterizado por su prudencia e independencia. Además, en el Gobierno han verificado que es falso que Dolores Delgado llamara “maricón” a Marlaska, silenciara la corrupción de menores o aplaudiera la contratación de prostitutas. Todo es falso. El celo del presidente en este tema es tan grande que incluso ha sacrificado tener en su Gobierno a una ministra de Justicia, aplaudida por todas las asociaciones de jueces y fiscales, y jamás cuestionada por el Parlamento. Dolores Delgado garantiza que la fiscalía no cambiará el rumbo en el contencioso abierto contra los separatistas catalanes, por eso Rufián la apoya y Torra y Puigdemont han recibido su nombramiento con satisfacción… ¿Tampoco se lo creen?  Difícil me lo ponen, vamos con otra.

El Gobierno se propone abrir el capítulo de sus iniciativas con una modificación del Código Penal para rebajar las penas por sedición. Es verdad que hay unos cuantos sediciosos condenados a penas severas por su intentona golpista en Cataluña, pero eso no tiene nada que ver con la iniciativa. El Gobierno afronta esta modificación empujado por el clamor de la calle, en la que no se habla de otra cosa. ¡Todo el mundo quiere que  se modifique el Código Penal para la sedición! Además “Don Progreso” lo llevaba en su programa electoral y él siempre cumple lo que dice… ¿Que no, que tampoco? A ver...

¿Tampoco creen que debajo de la “Mesa de diálogo”, pactada entre el PSOE y ERC, de “Gobierno a Gobierno”, solo se esconde la intención de dialogar, pero sin  exigencia ni cesión alguna? ¿Ni que “Don Progreso” es una víctima de la industria del doblaje, que pone en su boca lo que jamás dijo? Él jamás se contradice. Entre otras razones, porque  es un progresista. ¿No? Me estoy cansando. Un último intento.

El ministro Ábalos estaba paseando una madrugada por las pistas del aeropuerto de Barajas cuando, desde un avión, le hicieron señales para que se acercara. Era el ministro de Turismo de Venezuela: “¡Sube, Pepe Luis, y tómate un café conmigo!”. Ábalos subió para saludarlo y resulta que allí estaba la vicepresidenta de Maduro, que tiene prohibido pisar suelo europeo. Ávalos, sorprendido, la saludó porque es un hombre educado, pero fue un encuentro fortuito en el que apenas intercambiaron algo más que palabras de cortesía… ¿Nada de nada? ¡Están ustedes muy cerrados!

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