La calma del
encinar
PARCHES,
PARCHES Y PARCHES
Tomás
Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
“Don Progreso” boicoteó cualquier entendimiento con Podemos
porque, además de quitarle el sueño, Tezanos y el maquiavelito le garantizaban
un mínimo de 140 diputados, así es que convocó elecciones. Parche. Fue un
fracaso, sacó menos de lo que tenía y cuando comenzaron a señalarle la necedad, precipitó un acuerdo con Podemos
que aparcaba la crítica por la sinrazón de un anticipo electoral inútil y
costoso. Parche. Logró la investidura comprometiéndose con los separatistas y,
para para hacerles un guiño, puso como
Fiscal General del Estado a la cuestionada ministra de Justicia. Parche. Como
el escándalo no se hizo esperar, se inventó la guerra contra un “pin parental”
que oportunamente había brotado en Murcia… Parches, parches, y parches.
Y con el “Pin parental” andamos, hasta que haya necesidad de
enterrar el invento con otro parche y maquiavelito suelte nueva liebre, pero el
debate sobre la “propiedad” de los hijos ha llegado hasta la churrería: “Ud.
que es maestro… ¿De quién son los hijos?” “Creo que de los padres, no y del
Estado tampoco. Los hijos no son objetos”. Mis dos hijos son míos, como yo soy de ellos, pero ni les pertenezco
como padre ni como hijos me pertenecen, aunque el artículo 154 del Código
Civil, sobre la patria potestad, sigue
vigente.
Si pertenencia es “Propiedad que una persona tiene sobre una cosa”
aquí acaba la diatriba. Los hijos, al menos los míos, no son “una cosa”. Ni
siquiera una cosa muy importante, pero
por estos canales circulan aguas fecales y es en ellos donde, como diría
el mío Jaime Álvarez-Buiza, “la puerca tuerce dos veces el rabo”. Voy a ir
pasito a pasito pero deprisa, como las cesiones de Pedro Sánchez a los
separatistas.
¿Podemos arbitrar
para nuestros hijos una programación
caprichosa? ¡Qué disparate! Eso sería mutilar sus posibilidades, porque hay
materias troncales, pongamos la lengua o las matemáticas, que no pueden ignorar
sin caer en la marginación. Esa tarea, con carácter general, debe tutelarla el
Estado, que somos todos, estableciendo los ciclos de enseñanza obligatoria.
¿Y entonces? Entonces nos damos de frente con la segunda
ocasión en la que “la puerca tuerce el rabo”, porque el Estado o las CCAA no
pueden utilizar la enseñanza como ariete para adoctrinar a los alumnos en la
senda de la exclusión o el odio. Y eso se ha hecho y se hace, tolerado por un
Estado irresponsable a la hora de proteger a los niños. ¡A todos los niños! En
ese panorama, si la sensatez la rompen los poderes públicos, los padres, con “pin parental” o con “hasta
aquí hemos llegado”, están obligados a proteger a sus hijos, liberándoles de
una enseñanza torticera, artera y manipuladora, que finalmente desemboca en el odio, la perversión o en la
melancolía. Así, creo que el Estado español, por mirar hacia otro lado, es
responsable subsidiario de mucho de lo que ocurre en Cataluña, aunque ahora,
interesadamente, se preocupe por lo que pueda ocurrir en Murcia.
Ante esta evidencia, el Estado debería retirar las
competencias de Educación cedidas a las CC.AA que han hecho un uso fraudulento
de las mismas, desfigurando la historia, haciendo prosélitos y seres confusos,
envilecidos y cretinizados por una “mala educación” que, a partir de una edad,
es difícil reconducir. En otras, como Extremadura, sobran los “los pin, los pan
y los pun”.
Y si estamos en manos de los que
envilecen y cretinizan, el futuro es sombrío, porque está claro que el objetivo
de “Don Progreso” no es ser sino estar y permanecer, sin importarle el precio
que España tenga que pagar.
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