sábado, 26 de diciembre de 2020

Último sábado de 2020


 

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                     La calma del encinar

                    ÚILTIMO SÁBADO DE 2020

 

                                              Tomás Martín Tamayo

 

Comencé el año, sábado 4 de enero, escribiendo de las “influencer”, esas muchachitas que se dedican a no dedicarse a nada, y lo concluyo con el gran “influencer” del último siglo, el de verdad, un invisible que ha zarandeado al mundo y trastocado nuestro modo de vida.
Sea o no de diseño, que hasta ahí puede llegar nuestra desalmada burricie, lo evidente es que nos ha cogido en el baño y sin pestillo, porque ha dejado al mundo en pelota viva.

 Este 2020, que concluye con voluntad de dejar el testigo al 2021, tardaremos  en olvidarlo porque ha llenado de aluminosis los cimientos de nuestra existencia y solo el tiempo, el tic-tac imperturbable, sigue a su paso, sin inmutarse, sin acelerar o ralentizar, porque no hay acontecimiento capaz de modificar su ritmo. Tic-tac, tic-tac.

 La piedra giratoria del gran molino no recuerda el grano que tritura y para ella es igual Agamenón que su porquero, por mucho que cada partícula pugne por ser de una especie privilegiada y el centro de gravitación universal. Un suspiro del Vesubio enterró a la altiva Pompeya, petrificando a señores y esclavos, y un patógeno invisible, que se comunica con la letalidad de sus actos, ha dejado un reguero de muertes y embozados, llevando la incertidumbre hasta nuestra puerta porque, frente a él, no hay artificios verbales, fronteras, alambradas, alcurnias, razas, tamaños, colores… Y, dicho sea de paso, el virus prospera porque tiene a un buen ramillete de gilipollas como aliados.

 Marzo, abril, mayo… Zarandajas, unidades de medidas, convencionalismos y acuerdos a los que hemos llegado para intentar ordenar lo que no necesita nuestro impulso, porque el tiempo siempre está ordenado. Lo fijo, lo inalterable, la promesa que siempre se cumple es el  giro imaginario de sus manillas, el tic-tac que sigue a su paso, dejando en el nuestro un camino de asombros e incertidumbres. Somos anécdotas que no merecen anotación alguna en las páginas de un universo que nos mira. El tiempo no escribe ningún diario y, si acaso, somos el paisaje que él contempla. Nos mira el bosque, se asombra el agua con nuestro reflejo, nos observa el acantilado y se extraña la ola cuando nos encuentra en su orilla. Y no al revés. Ellos estaban cuando llegamos y seguirán cuando nos vayamos. El patógeno también.

 2020, una fracción caprichosa, estación terminal de un mundo que creíamos escriturado a nombre de nuestra soberbia. Un parpadeo del existir infinito, el soplo entre un enero de esperanza y un diciembre de pesadilla, porque un bichito hizo acto de presencia. Decenios para  asentar las vías de un tren y días para voltear al mundo, como vaquilla a  monigote. En un año, ante nuestro asombro, un virus, pica en mano, ha escombrado la muralla que nos protegía y ha metido en la trituradora la fatuidad de nuestras órdenes, tribunales, códigos, conciertos…Nos ha empequeñecido tanto que tememos respirar y hasta en  los abrazos leemos sentencias.

 Último sábado de un año que entró de puntillas y, a empujones, nos arrinconó en el ángulo oscuro, como el arpa olvidada de Bécquer. Tiempo para meditar, para oler nuestro aliento y percibir el aroma del miedo. “Le parfum de confusion », «Distillat d'irresponsabilité », el  « Eau d´panique” y “L'essence de la mort » no se anuncian en televisión, pero la Humanidad entera se ha impregnado de ellos.

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

 

 

                                
La calma del encinar

                                 SIN SALIR DEL OMBLIGO

 

                                                       Tomás Martín Tamayo

 

 

 -Mucho confinamiento, mucho perímetro y restricciones, pero mi hijo ha venido a pasar las navidades desde Roma y dice que el avión a tope, todos los asientos cogidos, codo con codo…

-Indignante. Tu hijo puede pasar las navidades con su familia, las restricciones y el confinamiento son para los demás.

 

-La gente está loca, he estado en El Faro y no se podía ni caminar. ¡Parece que no son conscientes…!

-La gente está loca, pero ¿tú dónde estabas?

 

 -Casi media hora haciendo cola en una copistería. Niñatos y niñatas, jajaja, jijiji, en la puerta, haciendo gilipolleces, empujándose unos a otros…

-¿Y tú dónde estabas?

 

 -Por teléfono imposible,  dos horas llamando y como si nada, así es que tuve que acercarme a mi Centro de Salud. Colas hasta la puerta, ni medio metro entre uno y otro… ¡Qué peligro! Después dicen que…

- ¿Tú dónde estabas?

 

-Vaya cachondeo, en el híper la gente prácticamente encima del pescado, no pude ni acercarme para ver si tenían lubinas…

-¡Que osadía, debieron apartarse para que tú pasaras!

 

-Hemos llamado a la casa rural que alquilamos todas las navidades y ya no está disponible… ¡Joder, y después todo el día llorando con que estamos arruinados!

-Denúncialo, es intolerable que te la hayan quitado.

 

-En el bar han puesto mesitas supletorias para que no consumamos en la barra, pero ya hemos ido dos veces y todas las mesas están ocupadas. La gente no se limita…

-La gente debe quedarse en casa por si a ti se te ocurre salir.

 

 -¡Espero que en la Junta se aclaren y nos digan cuántos y cómo podemos juntarnos en Navidad y fin de año!

-Sí, es necesario que nos guíen y nos lleven de la mano. A la Junta el virus le dice el dónde, el cómo y el cuándo.

 

 -En unas terrazas  dejan fumar y en otras está prohibido, ya no puede uno ni fumarse un pitillo a gusto…

-¿Has probado en la terraza de tu casa?

 

-A ver, tres amigas llevamos más de diez años tomando café todos los jueves… ¿ahora vamos a dejarlo?

-No, ya se sabe que el virus los jueves no trabaja.

 

 -Lo de la vacuna… Yo antes de vacunarme voy a esperar unos meses, para ver cómo les va a los que se la pongan.

-¿Y si los demás esperan a que se la pongan los demás?

 

 -Estas navidades nada de comidas y cenas con los amigos, nos juntaremos con nuestros hijos, nietos…

-Ahí no hay peligro, solo el 70% de los contagios provienen de reuniones familiares.

 

-Me voy a pensar lo de seguir en el gimnasio, ayer había uno a mi lado que al bajarse de la cinta resoplaba como un gladiador…

-¿Tú no resoplas?

 

-A mí el virus no me va a privar de darle un abrazo a mis hijos y nietos…

-Claro que no, el virus solo puede llevarte a un hospital o a otro sitio.

 

-Me parece fatal que en las tiendas permitan que nos probemos la ropa, pero como lo permiten…

-Ah, si lo permiten no hay contagio.

 

-Nosotros estábamos seis, pero en la mesa del al lado había nueve…

-¿Crees que el virus sabe contar?

 

-Subimos hasta la Plaza Alta para picar algo y las terrazas a tope, los camareros sudando, todos charlando tranquilamente, bebiendo y comiendo como si…

-Se te adelantaron, que insensatez.

 

 

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sábado, 12 de diciembre de 2020

Especial miguel delibes d El Norte de Castilla

 

Especial Miguel Delibes

Consulta la portada del periódico en papel

 

La X somos todos

100 ESCRITORES, 100 ARTÍCULOS

Tomás Martín Tamayo: «En Delibes nos damos cita los que admiramos su obra, nos sentimos retratados en la rotundidad de sus personajes e inmersos en el agreste de sus paisajes. Delibes es un lugar de encuentro»

Tomás Martín Tamayo. / CASIMIRO MORENO

TOMÁS MARTÍN TAMAYOSábado, 12 diciembre 2020, 08:44

Cada verano, la familia Delibes de Castro celebra en Sedano (Burgos) la Clásica MAX , una carrera ciclista que rinde homenaje a sus padres. Se inicia el recorrido con un grito común de todos los participantes: «¡La X somos todos!». Así se recuerda a Delibes, como esforzado ciclista, que llegaba a recorrer más de 100 kilómetros para poder estar con su novia un par de horas. La X, como incertidumbre, está en todos nosotros, porque en Delibes nos damos cita los que admiramos su obra, nos sentimos retratados en la rotundidad de sus personajes e inmersos en el agreste de sus paisajes. Delibes es un lugar de encuentro.

Cuando Ángel Ortiz me dijo, confidencialmente, que en unos meses iba a dejar el periódico 'Hoy' porque pasaba a dirigir El Norte de Castilla, lo primero que me vino a la mente fue un «¡Ostras, el periódico de Delibes!». No sabía nada más de El Norte, pero ya era mucho que lo hubiera dirigido uno de mis autores predilectos, autor de 'Las ratas', una novela que leí cuando no debía y que, como 'Un mundo feliz', me marcó por el desgarro de una realidad que ignoraba. Yo no tenía el cuajo suficiente para asimilar 'Las ratas' y su lectura no fue gratificante. Hay libros que necesitan su tiempo y no es bueno adelantarse, por eso, a la hora de leer, a mis hijos les sugerí un orden. Antes de correr hay que superar el gateo.

Pude conocer personalmente a Delibes porque el poeta Santiago Castelo me ofertó la posibilidad, pero surgieron algunas dificultades y mi interés por el personaje quedó enquistado. Antes, también de la mano de Castelo, conocí a Gonzalo Torrente Ballester y al maestro Joaquín Rodrigo, fallecidos los dos en 1999. Cuando lo intentamos de nuevo, MAX (así llamaba Castelo a Delibes) enfermó y ya no pudimos concertar una cita que para mí habría sido muy gratificante. Espero que el encuentro se retrase hasta donde sea posible, pero pendientes quedaron media docena de preguntas sobre 'Las ratas', por el contraste entre la crudeza del texto y el romanticismo del autor que, como se sabe, llegó a firmar con el acrónimo de MAX (M de Miguel, A de Ángeles y X por la incertidumbre de un futuro que siempre le inquietó). Pospuestas también las preguntas que me importan como extremeño porque, aunque se da por hecho, creo que Delibes nunca lo confirmó: ¿Para 'Los Santos inocentes' encontró en Extremadura el modelo en los paisajes y personajes? ¿Conoció a Azarías? Creo que Azarías es uno de los personajes mejor construidos de la literatura universal y que Paco Rabal supo darle vida con su mejor interpretación.

Repasando estos días la obra de Delibes, me encuentro con una curiosidad que había olvidado. Tengo un ejemplar de 'El disputado voto del señor Cayo' firmado por Eduardo Punset. Lo llevaba en el posabrazos del coche y cuando lo vi me aclaró: «Enseña mucho, me lo regaló Íñigo Cavero, pero quédate con él». Yo lo ojeé, abrí por la primera página y Punset escribió: «Para Tomás, con efecto. EP».

Después de haber disfrutado y sufrido con la obra cumbre de Umbral, 'Mortal y rosa', pensaba que no era posible describir mayor desgarro por la muerte de un ser querido, hasta que llegó a mis manos 'Señora de rojo sobre fondo gris', donde Delibes narra el vacío en el que cayó tras la muerte de su esposa. Su tono narrativo es tan intimista que logra comunicar sus sentimientos hasta compartirlos con el lector. A mí me pasó y, como con 'Mortal y rosa', muchos años después, aún conservo un poso de desolación y pena por el hijo de Umbral y por la esposa de Delibes. Ángeles de Castro se nos murió a todos un poco, aun sin haberla conocido. Y si, como se afirma, Delibes escribía por ella, al dolor por su muerte se une el agradecimiento por su vida. Tan fructífera.

Especial Miguel Delibes 1920/2020

 

 

LA CALMA DEL ENCINAR

 

                        La calma del encinar

                        PASAR LA PELOTA

                                              

                                                             Tomás Martín Tamayo

                                                               tomasmartintamayo@gmail.com

 

Tras la sorpresa inicial, el Gobierno vio en la pandemia una oportunidad para el lucimiento de sus miembros/as  y se repartieron las comparecencias para lucir palmito. El mismo “vicemoñito” exigió su cuota de lucimiento -“las residencias son de mi competencia”- y en dos o tres ocasiones compareció porque saben, y sabemos, que unos minutos de pantalla son como la cal que disimula los desconchones de las fachadas. Eso sí, como “el que reparte se lleva la mejor parte” la del león la reservaron para el “supremo progresista” que, todos los sábados, ocupó el púlpito de telepredicador, endosando  banalidades porque,  para el “maquiavelito” que le mueve la boca, lo importante en España es el mensaje de la imagen y no las patochadas que de la imagen salen. ¡Si lo sabremos en Extremadura…!

 

Era tiempo de “mando único”, todo para el Gobierno, porque los sorprendidos “delegados autonómicos” no acertaban ni a morderse las uñas y el patógeno aireó la carencia absoluta de recursos que tienen para todo lo que no sea cotidiano. Cuando reaccionaron, pidiendo su cuota, la teta estaba tan mamada que de ella apenas salían hilillos de leche para un ratón. Así es que, como hace el león cuando se harta,  don Pedro Veraz se  relamió, se desperezó y, harto, se alejó de la presa, dejando huesos y tendones para  satisfacer el hambre de los menores: Unos cuantos pantallazos de la “conferencia interterritorial de presidentes” y ya está, todos contentos.

 

Pero resulta que en su afán por vender la chorrada de la “nueva normalidad” el Gobierno se precipitó, abrieron la espita y el gas salió como de una flatulencia. El virus retomó su escalada macabra porque, demostrado está, que el que lo busca lo encuentra, aunque algunos lo encuentren sin buscarlo. Buen momento para pasar el problema a las CC.AA que seguían sin saber qué hacer más allá del capítulo de las ocurrencias: Ahora confino, ahora perímetro, ahora cierro, ahora establezco distancias, reduzco aforos, toque de queda, barras no, pongo mascarillas, sugiero, aconsejo…Decir por decir.

 

El Gobierno pasó la pelota a las CC.AA y estas hicieron  lo propio, dejándola en manos de la gente, apelando a su responsabilidad, al Estado de Derecho, a la Constitución, la democracia, la libertad y a los sagrados derechos fundamentales, que es algo que suena inapelable y queda de p… madre. Bla, bla, bla y más bla, bla bla.

 

Dicho y hecho, después de dar brochazos sobre el lienzo de los  inventos nos parcelaron  y del mando único pasamos al autonómico, el provincial, el municipal y, lo más guay, al individual. Barra libre y puertas abiertas. Así se quitan de en medio y ajotan al virus para que continúe con su escalada, mordiendo a placer. Pero mientras hacemos planes para “allegarnos” en navidad,  en Extremadura ya hemos pasado la barrera de los mil muertos, a los que  deben importarle poco sus derechos fundamentales.  Que siga la fiesta.

 

Toda España confinada - menos Extremadura, a la que confinan entre todos-, para que cada uno haga lo que le venga en gana, sin limitaciones porque, además de a la parentela,  queremos mucho a los allegados que, según la vicepresidenta, doña Expertitud Calvo, “son las personas que están en tu vida” ¿Y eso qué es lo que es? Mal que nos pese, en febrero lo sabremos porque el virus es el único que tiene hoja de ruta.

 

 

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sábado, 5 de diciembre de 2020

La calma del encinar

 

                               La calma del encinar

                               EL CANARIO MUERTO

 

                                                      Tomás Martín Tamayo

                                                      Blog Cuentos del Día a Día

                                                      tomasmartintamayo@gmail.com

 

 Al entrar en el piso de su madre,  Luisa I.H, percibió el  penetrante olor de la soledad que empujaba desde dentro. Llevaba cuatro meses cerrado  y aquel  pequeño mundo, oscuro y lleno de añoranzas,  le sobrecogía. Ella fue de las primeras afectadas por el virus, cuando apenas se conocía el alcance de su fiereza. Con fiebre   ingresó en un hospital de Santander y a los tres días pasó a  una UCI,  en la que permaneció cerca de un mes. Al volver a planta,  supo que  habían llamado, insistentemente, para decirle que su madre estaba ingresada, también por Covid,  en el Hospital de La Paz.

 

No sabía qué hacer. Débil, desorientada y sin iniciativa, apenas podía ingerir alimentos y el dolor le mordía las rodillas, los tobillos, codos y muñecas… Su madre, grave, hospitalizada en Madrid y ella en Santander… Una trabajadora social comenzó a hacer las gestiones oportunas y, pese al desconcierto  que reinaba en todos los hospitales, averiguó que la madre había fallecido. Cinco  días más  tarde supo que su cadáver  aguardaba  “destino” en el tanatorio improvisado del Palacio de Hielo y  después que, por la saturación de las funerarias, la habían enviado a Murcia, para ser incinerada… Le dieron el número con el que se identificaba el féretro.

 

LIH, después de recoger la urna con las cenizas de su madre, identificada por una pegatina  numerada, entró en el piso y, orientada por una ranura de luz, fue hacia la cortina del salón y la descorrió. Palomas y gorriones, protegidos en el dintel de la ventana, levantaron el vuelo, asustados.  En el sillón el álbum de fotos y en la mesa agujas e hilo asido a una tira inconclusa de rosas blancas, de ganchillo. En el suelo un libro, el reloj de cuerda dormido a las 12.15, el tañer lejano de una campana… Cerró los ojos y sintió el roce de las pisadas de su madre sobre la tarima…El frío le mordía los huesos.

 

 En el dormitorio, las zapatillas aparcadas en la alfombra, la almohada aplastada, con el perfil de su madre, un vaso con agua. El armario, con la ropa ordenada por estaciones y colores, le sopló un aroma dulce.

 

En la encimera de la cocina, protegido con una servilleta bordada, un plato con perrunillas y un frutero con plátanos desvaídos y peras resecas. Pulcritud en el cuarto de baño, toallas dobladas y colocadas con esmero. En la repisa de cristal,  pastillas de jabón, bastoncillos, el agua de rosas...

 

Bajo la techumbre de la terraza la jaula, con el canario muerto, consumido, plumas despeinadas, las patas agarrotadas, los ojos vacíos. El geranio y el jazmín secos, vencidos por la sed y el suelo alfombrado con lágrimas de hojarasca. El  imán, la Torre Eiffel, en el frigorífico, aprisionando una nota: leche, pimientos, harina, café. Dentro, yogures, un táper con lentejas, queso fresco y obleas para empanadillas. Las gambas que sobraron en navidades seguían en el congelador.

 

 Abrazando la urna, Luisa tiró del pomo y cerró la puerta y los ojos, hasta oír a sus espaldas el chasquido de la cerradura. Como un punto final.

 

Yo he puesto las palabras,  Luisa dictó la angustia, las evocaciones y el sentimiento. De ellos surgió  “El dolor confinado”, un poemario, finalista en el “Premio de Poesía Ciudad de Badajoz”, que saldrá en unos días.


 

 

 

 

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sábado, 28 de noviembre de 2020

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 La calma del encinar

 ¿DE QUÉ ME SUENA? ( y II)

 

                                                    Tomás Martín Tamayo

                                                                       Blog Cuentos del Día a Día

                                                                       tomasmartintamayo@gmail.com

 

 

Heliogábalo llegó para divertirse, para disfrutar y, como buen manirroto, cada vez que las arcas del Imperio se reponían, él organizaba un “fiestorro”  de varios días  -tipo boda de Farruquito pero a lo bestia-, que dejaba tiritando las reservas. Para divertirse se rodeó de pillos, como Zótico, otro desalmado y experto en maldades, comprando y vendiéndolo todo, porque incluso llegó a prostituirse.

 Ajeno a la gobernabilidad del Imperio, acudía al Senado rodeado de una chusma que lo aplaudía constantemente. Y aburría hasta el bostezo con sus interminables batallita, mientras que los senadores, calvorotas y sesudos, escuchaban al pipiolo asintiendo, admirados y complacidos… ¡Esto me suena, me suena, me suena!

 

Pasaba con sus amigos  semanas  de palacio en palacio o costeando en lujosos barcos, llenos de manjares, vinos,  putas y putos y, como no escuchaba, carecía de ideas y  aquello de la unidad del Imperio le sonaba como esquilones de carneros, nombró coimperator a Hierocles, un esclavo  famoso por su larga  y ensortijada cabellera rubia. ¿Qué si Hierocles era un genio? ¡Otro gilipollas como él, pero con melena!  ¿De qué me suena?

 

Heliogábalo era un exhibicionista y le gustaba travestirse para los  actos públicos en los que lucía su figura apolínea y sus andares marciales. Una vez sorprendió a todos porque, arrodillado, se  abrió de nalgas para que unos esclavos negros lo penetraran. Y obligó  a los  delegados de provincias a participar en las desviaciones de la que llamaba “Religión de los Placeres”, en la que él era sumo sacerdote. ¡Uf, uf, uf, caliente, caliente!

 

Expropió  y usó en su beneficio los bienes del Imperio y, como según el día, se consideraba hombre o mujer, ordenó que se instituyera el “Senado de las Mujeres”, con las mismas atribuciones que el tradicional y al que acudía vestido de mujer. En tres años se casó cinco veces y pretendió hacerlo una vez más, uniéndose en matrimonio con dos jóvenes esclavos a los que se había encontrado en un prostíbulo.

 

En apenas dos años,  de Heliogábalo no se fiaba ni él,  porque a todos prometía y con nadie cumplía. Engañó al Ejército, al pueblo y al Senado. Esquilmó a las provincias y situó  a los amancebados que le rodeaban en los puestos que quedaban libres por las decapitaciones… Me sigue sonando.

 

Tuvo Heliogábalo, justo es reconocérselo, ramalazos teatrales dignos del mejor autor de la época. Por sugerencia de su madre, que también era gilipollas, y para congraciarse con la aristocracia, organizó una comida, invitando a más de quinientos comensales. Allí se dio cita la crema del imperio, las ellas pintadas y enjoyadas hasta el cogote y los ellos pinchos y con la capa dorada ocultando la barriga. En la comida que sirvieron había aportaciones gastronómicas de todas las provincias y el vino corrió como si fuera un afluente  del Tíber. Pero Heliogábalo quiso demostrarles su afecto y  en los postres,  el techo se abrió y comenzaron a caer tal cantidad de pétalos de rosas, lirios y jazmines que todos quedaron sepultados. Un centenar de  gilipollas murieron asfixiados. Y perfumados.

 

Heliogábalo llegó con la mentira, diciendo que era poeta, hijo y heredero de Caracalla, pero al poco se fue con una verdad incontestable: Le rebanaron el pescuezo,  pronto, pero muy tarde, porque  en cuatro años la ruina que dejó debilitó al Imperio hasta tener que establecer nuevos tratados con las provincias, rebajandoles los impuestos, para que no se declararan en rebeldía… Esto no me suena todavía, pero me sonará.

 

PD. Lo que no es verdad, me lo he inventado.

 

 

 

 


martes, 24 de noviembre de 2020

NUEVO ARTÍCULO DE JAIME ÁLVAREZ-BUIZA

 


LUNES, 23 DE NOVIEMBRE DE 2020

MI HERMANO QUICO Y EL SILENCIO DE LOS AÑOS

     

De derecha a izquierda, Quico es el 4º, con sus manos entrelazadas.
          

Mi hermano Quico (Francisco Javier), murió el 20 de octubre de 1954, a los dos años de que naciéramos mi melliza y yo. Era un «niño azul», así llamados porque, en ellos, su sangre arterial oxigenada (roja), en algún momento del recorrido de vuelta desde el corazón se mezcla con la venosa de ida, no oxigenada (azul), y esa circunstancia hace que el color de su piel sea de un azulón más o menos grisáceo. En el caso de Quico, el problema venía de una abertura en el tabique que separa los ventrículos izquierdo y derecho del corazón, de manera que la sangre que la arteria aorta distribuía por su cuerpo, salía de él azulada, contaminada por la venosa sin oxigenar y, así, no repartía a los distintos órganos el oxígeno necesario para la vida.

           

Dormía en la habitación de mis padres, en una cuna de barrotes niquelados (el tercero de la derecha, se movía,) que ocupaba el espacio entre el lado de mi madre en la cama de matrimonio (que le den a Leticia Dolera y su nomenclatura) y la ventana del dormitorio, que daba a una pequeña terraza con macetas y arriates con campanitas, que llamábamos «La galería». Recuerdo que mis hermanos y yo, sobre todo los cuatro últimos de los diez, con gran disgusto de mi madre, las arrancábamos y, como abejas intrusas, sorbíamos el néctar dulcísimo de las florecillas desde el tallo. Y, después de sorber, soplábamos para sacar de ellas un sonido como de pedorreta trompetera más o menos musical.

            

La verdad es que ahora, que sólo sé el día de la semana en el que vivo gracias al pastillero o, si se me olvidó llenarlo el lunes, cuando se lo pregunto a mi santa, que ahí sigue aguantando mis despistes la pobre mía, mira tú que, sin embargo, recuerdo el año en el que murió un hermano al que, en realidad, no conocí. Parece que eso, como poco, es una señal de vejez. Digo, primo, el olvido borroso de la realidad del día en que vivo y, al tiempo, el recuerdo más o menos diáfano de lo que persiste sumergido en la niebla de un pasado distante o, no estoy seguro, quizá a veces inventado en el sueño de vivir. Puede que, por eso, haya pensado en Quico, del que no recuerdo nada más que lo que de él me habló mi madre. Entre otras cosas, que murió en sus brazos la madrugada de ese aciago día de octubre de 1954, con 6 años de edad. Y que, sentada a los pies de la cama, gritó abrazando su cuerpo inánime. Aunque creo que mi melancolía retroactiva, en este caso, se sustenta en el hecho de que heredara su cuna, su colchón y su sitio en el dormitorio de mis padres. Y de que yo no tuviera tiempo de conocerle. Y él muy poco para conocerme a mí.

            

En un artículo que publiqué en HOY, en febrero de 2017, ya saqué a relucir, sin darme cuenta de la que se venía y de refilón, este asunto. El artículo era un Elogio de la música, en el que mi hermano y su cuna usurpada aparecieron sin que yo los llamara. Pero ahí estaban. Decía entonces: «Yo creo que ya cantaba antes de hablar. Al menos no recuerdo cuándo hablé, pero al ocupar en el dormitorio de mis padres la cuna de mi hermano muerto, a veces, ellos dormidos, me despertaba con la luz que se colaba por las rendijas de la persiana. Y, quizás aburrido, cantaba. Posiblemente nada, solo intentos carentes de armonía. Tenía apenas dos años y aún vive entre mis manos ese querer coger la luz de las mañanas, esa felicidad de no ser nada, acaso un despertar de notas sueltas que olía a polvos de talco y a ternura. Música al fin y al cabo. Ahora, según dice mi santa, también canto dormido...».

           

Nunca había escrito de Quico tan descaradamente como ahora, quizá porque, como digo, no le conocí y no sabría qué contar de una relación que no existió por culpa de mi niñez y de su temprana e injusta muerte. Pero, de un tiempo a esta parte, me lo encuentro en mis desvelos como en un afán de recuperar lo imposible, de remediar lo que no tiene remedio. Y, a través de nuestra madre, casi reconozco su voz en el silencio de las horas que se fueron. Una manera de volver adonde nunca estuve o, tal vez, de volver a oír lo que nunca fui consciente de haber oído. O ansia de rellenar vacíos y pérdidas; de vivir la ilusión de una quimera poblada de fantasmas que vienen a mis manos para que les dé vida. Porque no me conformo, y él tampoco, a no reconocernos en el asombro de vivir esa otra vida que anida en los silencios. Conversamos, callados, con él en mis adentros, de lo que nos perdimos, de su cuna, los sueños y el llavero de madre, dorado y musical. Y del tiempo, claro, tema muy socorrido en ascensores y panaderías. Y sin duda también en los viajes... aunque éstos sean astrales, primo.

sábado, 21 de noviembre de 2020

La calma del encinare

 

 La calma del encinar                        

 ¿DE QUÉ ME SUENA? (I)

 

                                                    Tomás Martín Tamayo

 

 

 Al emperador Vario Avito Basiano,  Heliogábalo, lo degollaron a los 18 años por sus desvaríos. También por gilipollas. Después de descuartizarlo lo arrojaron al Tíber y el Senado decretó una “damnatio memoriae”, traducción libre latina de “olvidemos a este gilipollas”, para que  su nombre desapareciera de  los documentos públicos. Es lo que había hecho el propio Heliogábalo con Macrino, su predecesor, destrozando a martillazos sus estatuas para “sacar su nombre de la historia”… ¡Qué imagen, un gilipollas machacando las estatuas de otro gilipollas, con el aplauso de un pueblo agilipollado! Me suena.

 

 En estos dos capítulos conoceremos algo sobre Heliogábalo, porque me recuerda que, en lo  de derribar estatuas y machacar la historia para ajustarla a conveniencia, el muchachito fue un avanzado. También fue madrugador para usar los bienes públicos, buscar atajos legales, aliarse con lo peor y entrar a saco en las arcas de un Imperio del que se sentía propietario.

 

Aparquemos al virus y juguemos, que falta nos hace. La peripecia de este mequetrefe puede servirnos para entender algunos acontecimientos que parecen novedosos. En la historia, como “sucesión sucesiva de sucesos”, muchos personajes se solapan. Y muchas gilipolleces también. A mí “la cara” de Heliogábalo me suena. Que cada cual saque sus conclusiones y establezca paralelismos, si los encuentra, porque, todavía, el duendecillo de “la verdad” no controla nuestros esfínteres y, de momento, no está prohibido escribir sobre un tarambana que llegó a emperador, como él a híper-mega secretario de Estado. Aprovechemos antes de que comiencen a distribuir los bozales que sustituirán a las mascarillas. Vamos al turrón.

 

Cuando fue aclamado como emperador, con catorce años, Heliogábalo, alto y de complexión atlética, ya era un hombretón fornido, de aspecto agradable,  tímido, desconocido y sin formación alguna para el cargo. Nada sabía de las milicias, tampoco de la administración y solo tenía atisbos lejanos de la política, porque su padre había sido senador. Estos atributos, sobre todo los de ser desconocido y sin experiencia en ninguna disciplina, fueron los méritos  que movieron a la soldadesca a aclamarlo, después de haber degollado al emperador Caracalla y ante el temor que le sucediera Macrino. Por gilipollas se cargaron a Caracalla, por gilipollas no quisieron a Macrino y cayeron  en manos de Heliogábalo, el gilipollas mayor. El tipo se confundía incluso pisando uvas pero, ¡que rebonito era el jodío! Y qué mentiroso.

 

 La aristocracia romana protestó en voz bajita, casi con lenguaje de signos pero, ante Heliogábalo, se hicieron caquita, se comieron la lengua y se postraron suplicándole que los usara como felpudo… ¡Qué escena para Manuel Martínez Mediero: Un remolque de gallinas gilipollas cacareando ante un pollito gilipollín! ¿De qué me suena?

 

Heliogábalo no tardó en rellenar el espacio del desconocimiento sobre su persona y, como era un desalmado, ignorante, altivo, torpe, oportunista, ególatra y ambicioso, aprovechó la confusión para imponer sus caprichos, despreciando a los gilipollas oficiales y rodeándose de la chusma tabernaria de Roma, no menos gilipollas.

 

 Rompió las normas establecidas desde Augusto, ignoró los tratados, demostró que la cohesión del Imperio se la refanfinflaba, intercambió regalos con los enemigos de Roma, burló leyes, usó el tesoro público, situó a sus familiares y amigos y se saltó las costumbres sociales, políticas y religiosas. ¡Digamos, por resumir, que a una sociedad agilipollada le creció un gilipollas en el culo!… ¿De qué me suena?

 

El próximo sábado más sobre este Heliogábalo que parece reencarnado en nuestros días.

sábado, 14 de noviembre de 2020

 

Ya es hora de ver al PSOE sin mascarilla

El mayor riesgo para nuestra democracia está llegando por el momento por parte de un Gobierno de coalición en el que cada día cuesta más reconocer a los socialistas

Ya es hora de ver al PSOE sin mascarilla
Ana B. Hernández
ANA B. HERNÁNDEZ

Yo no sé si el poder corrompe, pero desde luego debe enganchar de tal modo que hay quienes cuando lo acarician ya no pueden dejarlo y es por eso que están dispuestos a hacer lo que haga falta, a ceder hasta donde sea preciso, para mantenerse en él. Porque solo en este interés se entiende el último atropello del Gobierno de coalición a nuestro sistema democrático, de la mano ahora de un 'comité de la verdad' dirigido por un comisario político experto en la creación de bulos. Porque a Iván Redondo ya le padecimos en Extremadura.

Pero más allá de quién vaya a dirigir o no ese comité, el hecho de que un gobierno se atribuya la competencia para decidir qué es desinformación y qué es verdad resulta más que peligroso para todos. Aunque tras el revuelo levantado desde el PSOE se ha tratado de asegurar que el objetivo no es vigilar a los medios de comunicación, sino poner en marcha una fórmula en consonancia con Europa para frenar las 'fake news' que tienen como objetivo cuestionar las instituciones democráticas, desde Podemos, que al parecer lleva la batuta en el Gobierno, nos han aclarado el objetivo.

Porque una vez más el vicepresidente Pablo Iglesias, ese político con intereses que nada tienen que ver con el bien de este país, nos ha explicado que el nuevo invento, que en realidad es otro intento más porque no es el primero, busca luchar contra «los poderes mediáticos que desprecian la verdad». Lo que viniendo de él, precisamente, pudiera significar que quiere poner un bozal a los que no piensan como él y osen no publicar su verdad. Porque tenemos un vicepresidente que es tan democrático que, por eso, le molestan los que no comparten su opinión, critican su gestión o cuestionan la rapidez y facilidad con las que se ha instalado en la casta.

La mano tendida de Cs para sacar los presupuestos hace innecesario el pacto con separatistas y proetarras

Pero digo que este comité es solo el último intento, por el momento, de este Gobierno de coalición por tratar de que las mascarillas que estamos obligados a llevar se conviertan en un bozal que les permita a ellos, y no a otros, convertirse en todopoderosos, en aglutinadores de los tres poderes cuya división es vital para nuestra democracia y, de paso, sin voces disconformes con su actuación.

Han aprovechado la pandemia y el miedo que todos tenemos en el cuerpo para quitarse de encima al poder legislativo con la aplicación de un estado de alarma durante seis meses, en los que el presidente del Gobierno lo único que tiene que hacer es ir a decir unas palabritas muy de vez en cuando al Congreso, donde ni se quedó para defender la medida. Quienes forman este Gobierno de coalición, y no otros, son los que han intentado y ya veremos si lo consiguen, que andan empeñados, en controlar el poder judicial, contrapeso indispensable en un sistema democrático, eligiendo a los jueces a su antojo. Y ellos, y no otros, son ahora los que tratan de controlar también a los medios de comunicación, censurando a los que no vociferen su verdad.

Ellos, y no otros, son por eso los que por el momento están suponiendo el mayor riesgo para nuestra democracia y nuestra convivencia, apoyados en la mayoría de las ocasiones por separatistas y proetarras, incluso cuando no es necesario, como ocurre ahora en la negociación presupuestaria. Pero, afortunadamente, la mano tendida de Ciudadanos, que hace innecesario contar con el apoyo de Bildu para sacar las cuentas adelante, deja a Pedro Sánchez sin excusa por fin para seguir pactando, a pesar de Podemos, con quienes pretenden la ruptura de la soberanía nacional, a no ser claro que el presidente se sienta mucho más cómodo con radicales que con moderados y su socialismo poco tenga ya que ver a estas alturas con el que ha contribuido a construir el Estado democrático que hoy tenemos.

Pactó enseguida una coalición con Podemos, después de contarnos que eso le quitaría el sueño y tal y tal, y desde entonces ha venido justificando su unión con los demás que están en el Congreso para ver solo qué pasa con lo suyo, como única fórmula para lograr la estabilidad que requiere un país. Pues ahora parece que el cuento se ha acabado. Si Ciudadanos mantiene la mano tendida quizás por fin podamos ver a Pedro Sánchez y también a su partido sin mascarilla. Así sabremos de una vez si los barones socialistas son solo ya, como lo es Margarita Robles en el Gobierno, versos sueltos de lo que un día fue el PSOE.

La calma del encinar

 

                     La calma del encinar

            

                    SINFONÍA DE LAS MANOS

 

                                                   Tomás Martín Tamayo

 

 

Mírense las manos, cierren los ojos e intenten recordarlas. Más allá de alguna cicatriz, una vena prominente o una uña estriada es difícil memorizarlas  porque  las manos cambian constantemente. Si ponemos las dos sobre una mesa comprobaremos que no se parecen, ni los  dedos, ni los pliegues, el color, el tamaño… Fotografiándolas sobre la misma base, en la misma postura, con  la misma luz y desde el mismo ángulo, de un día para otro las manos se muestran diferentes, como si se prepararan para un baile de disfraces. ¿Creen que podrían reconocer las propias entre cien pares de manos? Esa prueba ya se ha hecho y solo dos lograron identificar las suyas. Y si complicado es reconocerlas por el anverso, todavía resulta más difícil por el reverso, porque los pliegues de palmas y dedos aparecen y desaparecen en horas, complicando la identificación… ¿Y todo esto?

 

Tras el último trasplante de manos, leo que para los cirujanos la intervención no presenta excesivas complicaciones médico/mecánicas, pero hay factores que no pueden controlar porque las manos, aunque el trasplante haya sido un éxito, dan respuestas dispares. Por eso, algunos implantados han pedido que se las retiren, porque no obedecían, ni respondían a las órdenes del cerebro. Los cirujanos son reticentes a los trasplantes de manos porque saben que, al margen de los problemas que se derivan del rechazo, las manos  son “rebeldes”, no aprenden y se resisten a obedecer las órdenes de un cerebro que desconocen. Cavadas hizo el primer trasplante doble de manos, a Alba Lucia,  y se considera un éxito que, después de años, sus nuevas manos aceptaran levantar una copa para brindar por el éxito.

 

¿Son nuestras las manos o somos de ellas? En las manos está escrita nuestra biografía más completa: raza, edad, trabajo, clima, alimentación, placeres, enfermedades, sufrimientos… Son  únicas e irrepetibles y, entre los 7.500 millones que poblamos la Tierra, ninguna mano es igual a otra.  Tiberio, en los juicios que presidía, estaba muy atento al lenguaje de las manos, “que dicen lo que la lengua calla”.  Las manos delatan nuestro estado, en ellas están la verdad, la duda, la mentira, el miedo, la ansiedad, el disimulo, la añoranza, la desilusión, el odio, el amor, la añoranza... Se mueven mientras dormimos, trasmiten el placer del tacto, sudan, participan de los sueños e incluso van a su aire cuando estamos despiertos, porque son nuestras abanderadas. Nos delatan y nos dejan desnudos ante el que sabe mirarlas y hemos aprendido a trasplantarlas antes que a someterlas. Rompen nuestras estrategias y mientras fingimos calma ellas se agitan, se entrecruzan, interpretan su particular sinfonía, dibujan arabescos en el aire o levantan el vuelo, como un bando de gorriones asustados.

 

La mano acaricia y estrangula, mece la cuna y aprieta el gatillo, blande la espada, ejecuta, perdona, da seguridad y señala la duda. El llanto de las manos es más sincero que el de los ojos, porque en  las manos está el temor, el odio, la alegría y la desesperación. Shakespeare las llevaba siempre escondidas y a Cervantes le dolía la que había perdido.

 

Podemos burlar su resistencia y lograr que acepten un latido que desconocen, pero parece que permanecen al margen. O acechantes.  Si  un día perdiera mis manos, me decantaría por unas prótesis  mecánicas de las que pudiera fiarme.

 

 

 

 

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