La calma del encinar
DOS SANTOS INOCENTES
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Uno: Estaba en la cárcel por haberle dado un mamporro al municipal
de su pueblo. Con frecuencia se achispaba y siempre le daba por cantar a grito
pelado, lo que molestaba a los parroquianos del bar. Como otras muchas veces,
llamaron al municipal, que se personó con el ánimo de acompañarle hasta su
casa. Pero el vino tiene respuestas diferentes incluso en las mismas
situaciones y aquel día se negó a seguir al uniformado, que además era su
amigo. El municipal insistió cogiéndole de un brazo y él soltó el puño del
otro, que se estrelló contra la nariz de la autoridad. Rotura de gafas y de
tabique, desacato, escándalo, agresión a la autoridad… De
penitencia dos años y un día de cárcel, dictada por un juez de Castuera
que no quiso ensañarse.
Un pobre hombre, sencillo, inocente y bueno hasta la
exageración, al que le quitaban todo lo que tenía porque en la cárcel, como en
un corral de gallinas, siempre picotean al que muestra una debilidad. Acudía a
mí para que le escribiera cartas a su madre, a una hermana y al municipal, que
fue a visitarlo muchas veces. Al margen de la realidad, su inocencia le hacía
creer que todos los días le iban a dar la libertad y, para no perder tiempo,
recogía todas sus pertenencias en una
maleta de madera y se situaba cerca de
la puerta. Le decían “el tonto de la maleta”. Después de horas de espera, volvía
a la celda con su maleta, pero sin perder la esperanza de que al día siguiente
lo iban a llamar… Seis meses después, cansado de esperar una libertad que no
llegaba, trenzó una cuerda con tiras de sus mantas… Sobre su camastro, la
maleta de madera, cerrada con un candado y la última carta que yo le había
escrito para el municipal.
Dos: En la cárcel no hay inocentes, por lo que en su vientre
se acaban las negaciones que se mantienen fuera, pero DFG la sostuvo incluso en
sus conversaciones conmigo. Siempre. Aclaro que era alumno mío y de los
mejores, con una capacidad poco común para las matemáticas. Jamás, en ningún
momento dejó de defender su inocencia, aunque nadie, yo tampoco, lo creía
porque la sentencia por “agresión y violación” estaba muy documentada y la
víctima lo reconoció sin duda alguna. Sobre todo por la leyenda que llevaba
tatuada en su brazo desde sus tiempos de legionario: “Amor de madre”. Además,
como era un tipo raro, introvertido y silencioso… Pero a los seis años, después
de haber perdido a su esposa y a un hijo en accidente de tráfico, cuando iban a
visitarlo desde Mérida, la policía detuvo al verdadero culpable, por otras dos
violaciones. El violador, con el tatuaje en su brazo de “Amor de madre”, confesó
otras cuatro violaciones y, entre ellas, por la que DFG llevaba seis años en la
cárcel. Le pusieron en libertad de inmediato, dejando en todos los que no le
habíamos creído una molesta sensación de culpa. En la cárcel también hay
inocentes.
DFG, a los pocos meses de conseguir la libertad y mientras
su abogada gestionaba ante el Ministerio de Justicia una indemnización por el
error judicial, desapareció. Cuando la abogada denunció su desaparición,
entraron en su casa y allí encontraron una cartera con 2000 pesetas, su DNI y
una foto de su mujer y su hijo. Veinte años después sigue desaparecido. Para mí
que desapareció seis años antes, el día
que entró en la cárcel…
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