La calma del encinar
LIBROS
ABANDONADOS
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
De cada libro
que publico, y ya van quince, aparto una veintena de ejemplares para dejarlos,
de forma aleatoria, en parques, ventanas, lugares de paso, bancos…Son libros
que buscan lectores y dentro de la misma edición, los desafortunados de la
familia que tienen que enfrentarse con la calle. Si los libros tuvieran
sentimiento, que yo no estoy muy seguro de que no los tengan, esos más de 300
que he ido dejando para que se busquen la vida, podrían preguntarse qué han
hecho ellos para merecer esa suerte y qué pena tienen que purgar para caer en
manos que no los han reclamado.
Son libros
abandonados, pero el abandono es relativo porque suelo vigilar para conocer al
destinatario que al pasar los recoge. Y las reacciones de los que los
encuentran son tan dispares que resulta evidente de que, incluso entre los
abandonados, corren diferente suerte. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Los habrán
regalado o abandonado en algún banco? Sé que alguno ha muerto, como esas
mariposas que caen abatidas sin apenas salir de la crisálida. Hay de todo, por
ejemplo…
En el banco de
un parque, “olvidé” uno, al que pronto le salió pretendiente. Se acercó, se sentó cerca, puso
un jerséis encima, lo recogió con disimulo y se lo llevó sin siquiera mirarlo.
Bien, ese tuvo suerte, al menos en la apariencia había interés. Otro lo recogió
un quinceañero, iba con su bicicleta, paró al lado del macetón donde yo lo
había dejado y sin bajarse lo cogió, le dio la vuelta, lo abrió con desgano y
lo tiró a un parterre. No se le ocurrió dejarlo donde estaba y lo arrojó a una
fronda de hierbas y hojas mojadas… Tuve que saltar un seto y de allí lo recogí
mojado, como aterido de frío, de soledad y de desprecio.
Otro lo dejé
en la ventana de una academia que prepara a opositores.
Los alumnos suelen salir a la calle para fumar y después de mucho tiempo sin verlo, una lo cogió, lo miró con interés y se lo enseñó a los demás. Pasó por unas cuantas manos y después la joven lo metió en su mochila. ¿Se acordó del hallazgo al llegar a casa? ¿Alivió su soledad colocándolo en un estante con otros libros, lo tiene en su mesita?
Los alumnos suelen salir a la calle para fumar y después de mucho tiempo sin verlo, una lo cogió, lo miró con interés y se lo enseñó a los demás. Pasó por unas cuantas manos y después la joven lo metió en su mochila. ¿Se acordó del hallazgo al llegar a casa? ¿Alivió su soledad colocándolo en un estante con otros libros, lo tiene en su mesita?
En la puerta
de una casa de juegos y apuestas, en un saliente, dejé otro. Entraron muchos
que lo miraron al pasar, pero no lo recogieron. ¡Jo, podía haber sido un libro
de García Márquez! Mi libro estaba gritando su presencia, pero parecía
invisible para todos. Cuando iba a recogerlo, salió una pareja y él lo cogió.
Se lo enseñó a ella, lo miraron, creo que leyeron algo en la contraportada y lo
volvieron a dejar donde lo habían cogido. A ese lo rescaté, me dio tanta pena
que me lo llevé y lo puse en la fila donde se exhiben sus hermanos.
Pero tentar
tanto la suerte es un riesgo y lo peor que podía llegar, llegó: Encima de un
seto puse uno y esperé. Pasaron varios y no lo vieron o no lo quisieron ver.
Después se acercó otro, cojeando, con un perro que defecó en la base del seto.
Se buscó en los bolsillos pero el clinex no apreció y entonces vio mi libro. Lo
cogió sin mirarlo, arrancó varias páginas, recogió con ellas la caca y con el
libro -¡qué civilizado!-, la depósito en una papelera. No lo rescaté, lo di por
muerto, descanse en paz.
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