sábado, 10 de noviembre de 2018

DE AQUELLOS POLVOS


                                  La calma del encinar
                                 DE AQUELLOS POLVOS

                                               Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com
                                               Blog Cuento del Día a Día

  Toca rasgarse las vestiduras. Dejamos que los niños jueguen en el brocal del pozo y cuando tropiezan y caen dentro nos sorprendemos. Llevamos cuatro días con la tabarra de la esperpéntica rectificación del Tribunal Supremo, después de haber aceptado, con total naturalidad, el amasijo de intereses que funden en el mismo horno el legislativo, el ejecutivo y el judicial con la banca, multinacionales, gran capital… Del judicial pasan al ejecutivo, del ejecutivo al legislativo, del legislativo a los consejos de administración, de los consejos de administración al Tribunal de Cuentas, al Consejo de Estado,  a la banca, multinacionales… ¡Qué endogamia! El mismo presidente del Tribunal Supremo fue secretario de Estado, con Aznar. Ellos sirven para todo y los demás mirando como bobos.
 
Es una espiral mareante, un magma de sabores  contradictorios que concluye en que, aunque parezca distinto, todo es igual, porque en el banquillo hay una única camiseta, pero con colores diferentes. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen y, aunque se miren de reojo y con teatral recelo, a la hora de poner el cazo se sitúan de perfil y alargan la mano, mientras que al vulgo se nos ensancha el esófago de tanto tragar ruedas de molino. De aquellos polvos vienen estos lodos.

 ¿Para qué sirve el Tribunal de Cuentas del Reino? -me preguntaron en la Casa de Extremadura, de Jerez de la Frontera. Alguna sorpresa cuando resumo que, al final del camino, es una institución “tapadera”, que sirve para justificar lo que en teoría debería perseguir, porque los mismos que hacen el gasto son los que lo supervisan. Algunos no sabían que los integrantes del Consejo General del Poder Judicial y los del Tribunal Constitucional, la cúpula del poder Judicial,  obedecen a un reparto de conveniencia entre los partidos políticos. Más de lo mismo con el Fiscal General, nombrado por el Gobierno de turno, con lo que todo queda en manos de los partidos políticos. De ahí la absoluta impunidad con la que se han movido y se mueven. ¿Y la abogacía del Estado? Sirve al Estado, o sea, al Gobierno, que es el que tiene la batuta. ¿Y el Defensor del Pueblo? También lo nombran los partidos. Y por si quedara algún cabo suelto, el Gobierno se reserva la potestad del indulto,  una antigualla que data de 1870 y que puede ser utilizada como moneda de cambio para pagar favores.

Con la perspectiva que da el tiempo, bien parece que la propia Constitución, que nos dimos como garantía de ruptura con el pasado, ha servido para perpetuarlo, porque más allá de las formas y los gestos, consagra una democracia vertical  que apenas supera el test más liviano. Aparentemente la transición fue como un puente entre una dictadura decadente y una democracia cogida con alfileres. Ahí seguimos. Pensábamos ingenuamente que iría fortaleciéndose, pero no ha sido así y es el tiempo el que ha dejado en evidencia el abismo entre una democracia de verdad y esta grosera partitocracia  que la imita.

¿Y sin salir del pasado, toca jugar al escondite con Franco? Con tanto manosear al muerto, muchos nostálgicos adormecidos empiezan a ver una oportunidad, porque Franco sigue vivo. Lo mantienen vivo.

 Lo que hay que derribar no son estatuas y nombres del callejero, ni cerrar la abadía del Valle de los Caídos, sino las reminiscencias de un pasado que sigue presente en muchas cabezas enfermas, atado y bien atado… ¿Pesimista? Será eso.

FINAL DE LOS ARTÍCULOS

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