sábado, 27 de octubre de 2018

PUÑETERO MÓVIL



            La calma del encinar
            PUÑETERO MÓVIL

                                         Tomás Martín Tamayo
                                         Blog Cuentos del Día a Día
                                         tomasmartintamayo@gmail.com

La lluvia racheada caía mansa sobre los paraguas, dejando tímidos brochazos húmedos en las lápidas del cementerio. En la plataforma improvisada del elevador, un albañil, despreocupado e indiferente, protegido con una bolsa de plástico sobre su gorrilla, rompía ladrillos que ajustaba con engrudo,  para taponar un nicho de la tercera fila. En medio de un silencio, apenas roto por algún carraspeo nervioso, surgió atronador el “Para Elisa” metálico de un móvil, que debía estar perdido en lo más recóndito de un bolso, por lo que tardó su dueña en silenciarlo. Todas las miradas confluyeron en ella que, nerviosa, atosigada, no logró silenciarlo hasta el tercer intento. Se quebró el recogimiento,  se rompió la intimidad que, como la lluvia, caía sobre la veintena de dolientes que contemplaban la maestría del albañil, más protagonista que el propio muerto. Puñetero móvil.

En la Catedral de Badajoz, atiborrada de feligreses, monseñor Montero,  ex arzobispo de Mérida- Badajoz, oficiaba una misa solemne, en recuerdo de las víctimas de la riada. Las imágenes de la tragedia pesaban en el recuerdo de los presentes. Cuando monseñor Montero había iniciado su homilía, un móvil comenzó a gritar un “ring, ring” estridente que atrajo la atención de los presentes. El arzobispo, hombre paciente y de experiencia, elevó un poco el tono de  voz para recuperar la atención perdida y continuó hablando, confiado de que la impertinencia iba a ser silenciada de inmediato, pero el “ring, ring” insistía, insistía, insistía… Ante los murmullos se calló para que el despistado se diera cuenta del desaguisado que estaba montando,  haciendo una señal con las manos,  pero el eco de la catedral seguía propagando el soniquete. Él, muy serio, miraba a los presentes y estos, muy serios, lo miraban a él, mientras el “ring, ring” seguía reclamando atención. Se acercó al micrófono y mientras pedía, comprensivo y tolerante, que silenciaran la llamada, reparó en la familiaridad del tono… ¡Era su móvil el que estaba gritando en la profundidad del pantalón! Más de un minuto le costó llegar hasta el… ‘puñetero móvil!

Llevábamos casi dos horas esperando y comenzábamos a intranquilizarnos, entre mosqueados e indignados, porque, aunque era muy propio de  Adolfo Suárez llegar algo tarde, nunca se había retrasado tanto. Algunos de los convocados tenían que salir apresuradamente para coger un vuelo de retorno a su destino. “Ya viene, ya viene”- dijo su secretario desde la puerta. Minutos después, Suárez entró en el salón con su sonrisa de siempre:
-Perdonad, pero me he despistado. Creí que la reunión era a las siete, no a las cinco.
-Presidente, te hemos estado llamando al móvil…
-Es que he debido dejarlo en algún sitio…
En ese momento su móvil comenzó a sonar desde el bolsillo: “Vaya, antes se coge a un mentiroso que a un cojo” -dijo Suárez, al verse pillado. Puñetero móvil.

Al asomarse a la ventana vieron que llegaba su esposa y apresuradamente ella se escondió en el trastero, en el hueco de una mesa, tapada con una manta. Él abrió la puerta y besó a su mujer maquinalmente. Ella percibió el olor de un perfume desconocido y un paraguas, todavía con gotas perladas sobre la tela.
-¿Has salido?
-¡Claro que no!
-Huele… Huele como a caramelo, a perfume barato. ¿Ha venido alguien?
-No, nadie.
Cuando pasaban por la puerta del trastero  sonó un móvil, ella abrió la puerta y fue derecha hacia el hueco de la mesa, siguiendo el rastro auditivo… ¡del puñetero móvil!


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sábado, 20 de octubre de 2018



            La calma del encinar
            EXTREMADURA: COBAYA  EXPERIMENTAL

                                    Tomás Martín Tamayo
                                             Blog Cuentos del Día a Día
                                         tomasmartintamayo@gmail.com



Como no uso el ferrocarril estoy al margen de las penurias que sufren  los aventureros que se empeñan, como mosquitos contra parabrisas, en llegar a Madrid desde Badajoz, o al revés, porque esa voluntad es digna de mejor causa. El Gallo les gritaría desde el centro del ruedo lo de “lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”, pero el caso es que la imagen de viajeros, bajo el sol o la lluvia, con calor, con frío o contra calma siestera de chicharras, maleta en ristre, es tan repetitiva que ya no es noticia. ¿Qué diferencia existe entre la fotografía de ayer, de hoy o mañana? Confieso que hace mucho que he dejado de leer esas incidencias porque vistas y leídas las cien primeras pocas novedades caben en las restantes.

Pero estuve en la manifestación del año pasado, que dejó en Madrid la evidencia de que Extremadura tiene capacidad de movilización y que, en todo lo relativo al tren, estamos algo más que aburridos del cachondeo que unos y otros, estos y aquellos, se traen con nosotros.  40.000 extremeños, llegados desde todos los pueblos,  nos dimos cita en la estación de Atocha para, por primera vez en nuestra historia, demostrar una unión sin fisuras. Algunos, no sé si por sarcasmo o masoquismo, hasta fueron a visitar el Museo del Ferrocarril, comprobando que parte de lo allí expuesto lo tenemos en Extremadura y sin necesidad de pagar entrada, incluidas traviesas del siglo XIX y máquinas diésel que dejaron su chachachá hace más de 20 años.

 ¿Y desde aquel 18 de octubre del pasado año qué? El cachondeo ha subido de decibelios porque, además de lo vetusto de un tren de museo, se han añadido justificaciones tan pintorescas como que el maquinista no se ha presentado o que el tren se ha quedado sin combustible… Y encima, para rizar el rizo, los altísimos mandatarios de Renfe cesan a dos pobres técnicos por los estropicios de los últimos días. ¡Acabáramos, dos chivos expiatorios que nos echan a la arena del circo para que, como leones hambrientos, nos entretengamos en descuartizarlos!
Antes deberían haber dimitido los ministros de anteayer, de ayer, de hoy… y todas sus camarillas de fantasmones, a los que -¡sufre mamón!-, yo obligaría a viajar en nuestro tren hasta el fin de sus días. Ni para ir al médico los bajaría. Deberían haber dimitido los tres mandamases que por la Junta han pasado, aunque ahora escenifiquen cierta irritación  porque la indignación está en la calle y se suben a ella como antes se subieron al entretenimiento del “pacto por el ferrocarril”. A ellos, a ninguno de los tres, les entra carbonilla en los ojos porque tuvieron, tienen y tendrán coches, conductores y hasta vuelos gratis, que también pagan los que se bajan del tren para cargar con las maletas por los sembrados.

Si ponemos encima de la mesa las incidencias tragicómicas por las que ha pasado el tren extremeño, resultan tan inquietantes que hasta se podría pensar que estamos siendo analizados,  que un “gran hermano” nos mira, que servimos de cobayas experimentales y que unos tipos  ocultos estudian nuestra capacidad de aguante y, hasta dónde y hasta cuándo, puede soportar un pueblo manso que le pisoteen los cataplines, sin más rebeldía que la balada resignada de un cordero al que ya han situado en la cinta para degollarlo. Somos la última cobaya ferroviaria, aceptémoslo con resignación, que ese es pasaporte para ir al cielo. Pero no a Madrid.


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sábado, 13 de octubre de 2018

EL IMBÉCIL DE LA PALMERA


                       EL IMBÉCIL DE LA PALMERA
             
                                                   Tomás Martín Tamayo
                                                    Blog Cuentos del Día a Día
                                                    tomasmartintmayo@gmail.com


Gabriel Rufián se ha convertido en un disolvente de cualquier iniciativa sensata que se tome en el Congreso de los Diputados, gloria bendita para cualquier irregularidad que se intente investigar. El pobre tipo lleva su hatillo lleno de patochadas y se recrea sacándolas y escupiéndolas, como si fueran sentencias socráticas. Es un balón de oxígeno para los comparecientes porque, con sus “rufianadas”, da solemnidad a lo intrascendente, restando importancia a lo esencial. Lo peor que le puede ocurrir a una comisión parlamentaria es que uno de sus vocales se dedique a mover el pañuelo para llamar la atención y espantar a las moscas, mientras que los interpelados se van felices y sin un solo arañazo. No sé si, como dijo la diputada popular,  Rufián es un imbécil, pero desde luego sus puestas en escena y sus paridas tienen una considerable carga de idiotez, de memez e incluso de chochez mofletuda. Y de inutilidad. Rufián está mayor y si cree que cobra por divertir, debe ir renovando el repertorio porque se conoce el final de todos sus chistes.

Se supone que en esa comisión del Congreso de los Diputados, sobre la financiación irregular del PP y su caja B, los comparecientes van para caminar sobre un lecho de brasas y se esperaba que Aznar o Álvarez Cascos tuvieran que emplearse a fondo para desmontar las preguntas cargadas de cicuta que les tenían preparadas, pero todo queda en nada y de la nada, nada trasciende. Al final llega el payasote republicano, monta su particular espectáculo y mueve el capote de tal manera que les hace un quite salvífico a todos los que por allí pasan. Si no lo considerara bastante limitado, hasta podía pensar que es una treta acordada con los comparecientes, que deberían pagarle el favor que les hace. Recuerdo una película en la que un policía corrupto, a buen precio, “cometía errores” en la investigación para que el juez anulara las pruebas acusatorias contra el que le pagaba.

El martes pasado le tocaba hacer el paseíllo a exsecretario general del PP, Francisco Álvarez Cascos, que aparece en todos los capítulos del libro gordo de Bárcenas. Conocedor como es de los rifirrafes que se montan en esas comisiones, entró serio, con aspecto cansado y voz queda pero, como Aznar, salió de allí divertido, risueño y afirmando que se lo había pasado muy bien. Natural, miel sobre hojuelas, Rufián acudió en su ayuda y disparando al aire ahuyentó la atención sobre el compareciente, llamando “palmera” a la vicepresidenta de la comisión, aburriendo una vez más al presidente y reclamando para su espinazo estoques, puyas y banderillas. “¡Imbécil!”, le espetó la diputada y Rufián tan contento:”¡Ya la lie otra vez, objetivo cumplido!”.

 Con este alto debate de guiños, palmeras e imbéciles, Álvarez Cascos, visiblemente aliviado se arrellana en su sillón, suspira y sonríe, como si estuviera contemplando un sainete desde la primera fila de butacas. Solo le faltó despedirse con un: ¡Gracias Rufianillo!”.

Pero lo más bufo no es el lenguaje tabernario que utilizan, sino verlos en ese marco  de exquisitez arquitectónica y de esa guisa, pertrechados de sofisticados micrófonos, asientos de cuero, reclinables, mesas, estrados, cámaras, taquígrafos, ujieres… ¡Un pastizal nos cuesta la fiesta que, además, sirve para engordar la gorda nómina del bufón! Rufianadas más ocurrentes pueden oírse en cualquier mercadillo, de puesto a puesto, sin más ayuda que una bocina con pilas y sin pagar a los voceros.

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FINAL DE LOS ARTÍCULOS


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miércoles, 3 de octubre de 2018

HOSPITAL UNIVERSITARIO DE BADAJOZ



La calma del encinar
                 HOSPITAL UNIVERSITARIO DE BADAJOZ

                                                    Tomás Martín Tamayo
                                                    Blog Cuentos del Día a Día
                                                    tomasmartintmayo@gmail.com


No es un tema que haya subido a la barra del bar, ni suscitado discusiones en las reuniones familiares, pero el goteo era viejo y recurrente porque el nombre de nuestro hospital universitario, Hospital Infanta Cristina, llevaba mucho tiempo reclamando un cambio de denominación. Y las explicaciones que se las pidan al maestro armero, o sea, al rey Felipe VI, que señaló el camino a seguir, retirando a su hermana y a  su cuñado el título nobiliario de duques de Palma, apartándolos del núcleo familiar y señalándoles la puerta de salida en los actos protocolarios o de representación de la Casa.

 El ayuntamiento de Palma recibió el mensaje real, bajó el nombre de la rambla que le tenían dedicada y de ahí, en cascada, el título nobiliario de la pareja o el de Cristina de Borbón, como infanta de España, fue cayendo de polideportivos, hospitales, institutos, colegios, bibliotecas y calles… porque no parecen muy compatible sus andanzas financieras con tanta nombradía, simplemente por ser hija de su padre… ¡Que esa es otra!

Además, la infanta Cristina no se enterará de este cambio, como posiblemente no se enterase de que su nombre subía a lo más alto de la fachada del centro hospitalario. No vino a la inauguración, jamás lo visitó ni mostró interés alguno por él. Incluso le pidieron unas palabras para cincelarlas en la puerta y nunca respondió. Parece sensato que la Junta de Extremadura, sin alharacas ni revisionismos oportunistas, cambie el nombre “oxidado” del hospital por otro tan obvio e incontestable como el de Hospital Universitario de Badajoz. Se sabe que Guillermo Fernández Vara, que no es precisamente un “prisiña” ni “hombre espectáculo”, tiene una buena relación personal con el rey y no es descartable que antes de hacer público el cambio de denominación le informara. Además, todo viene rodado porque profesionales de prestigio de la propia institución, usaban desde hace mucho el nombre que ahora se hace oficial. Yo le he oído decir a Agustín Muñoz Sanz: “Trabajo en el Hospital Universitario de Badajoz…” Agapito Gómez Villa lo ha reclamado en algunos de sus artículos en HOY y Víctor Casco, en nombre de IU, defendió el cambio en la Asamblea de Extremadura… Por tanto, nada apresurado ni novedoso, fue el propio Felipe VI el que encendió el cohete de salida.

¿Esto supone, como afirma un memo de guardia, una cortina de humo para distraer u ocultar los verdaderos problemas de la sanidad en Extremadura? Vaya majadería. Es como asegurar que si no se cambia el nombre los problemas dejan de existir. Vamos, lo de confundir el culo con las témporas, la velocidad con el tocino o los cojones con el trigo, que es mi favorita:
-Cucha, vecino, que tu burro está en mi parva comiéndose  el trigo.
-¡Ah, no te preocupes, el burro está capado!
-¿Y qué tienen que ver los cojones para comer trigo?

El cambio de nombre parece oportuno, justo y necesario y es bueno que, al margen de la oseoteca interesada en la que algunos chapotean, nos esmeremos en la asepsia de los nombres que se pretenden perpetuar. Sobre todo para no  tener que retirarlos mañana. Aquí con el mismo látigo azotamos a tirios que a troyanos y lo que hoy se aplaude, mañana se apedrea. Hospital Universitario de Badajoz, suena bien porque es hospital, es universitario y está en Badajoz. Tan simple como inapelable.