sábado, 29 de septiembre de 2018

CADÁVERES EN LA NEVERA



                      La calma del encinar
                   CADÁVERES EN LA NEVERA

                                                    Tomás Martín Tamayo
                                                    tomasmartintamayo@gmail.com
                                                    Blog Cuentos del Día a Día


Me hacen gracia los que proclaman que no están arrepentidos de nada, bendicen su pasado y afirman que de existir la moviola de la vida, ellos volverían a escribir las mismas página en el volumen de su existencia… “¡Tontos p´a siempre!”- diría José Mota. En nuestro “debe” y “haber”, por muy indulgentes que seamos con nosotros mismos, siempre encontraremos hechos y dichos poco gratificantes, sin necesidad de que el comisario Villarejo pulse el play de la grabadora. Supongo que algunos capítulos de mi vida están impecablemente escritos, pero de los que más me acuerdo son de aquellos que, si tuviera oportunidad, no volvería a escribir porque son un puñetero desastre y parecen escritos por un mono con una tiza. Yo sí que me arrepiento de mucho de lo que he dicho, he hecho, he escrito, he pensado y he conocido… ¡Ojalá pudieran “despresentarme” de genta a la que me presentaron!

Lo que me molesta de la ministra de Justicia no es lo que dijo hace nueve años, en una mesa distendida y posiblemente bien regada, porque Villarejo es un experto en soltar lenguas, sino la cerrazón para reconocer inicialmente unas afirmaciones que no la atan de por vida, aunque el ricino se lo administren ahora y el chinato lo pongan en el zapato incómodo de un ministerio. ¿Tiene que dimitir por aquello la ministra? ¡Cuánta hipocresía! ¿Quién de nosotros escucharía, sin parpadear, el carraspeo de cintas del pasado al girar en  audio? Y no solo de lo que dijimos hace nueve años, sino de lo que hemos dicho o hecho en la última semana. O esta misma mañana.

Pompeya Sila, la mujer del pervertido Cayo Julio César, asistió a una saturnalia, una orgía sexual en la que, por un día, se admitía el desfogo a las damas romanas de la aristocracia. Pompeya había participado en esas juergas en muchas ocasiones, pero su ejemplar esposo buscaba un asidero al que aferrarse para repudiarla y, después de consentir implícitamente su participación, se indignó y soltó aquella parida de “la mujer del César no solo debe ser honrada; sino también parecerlo”. Hasta es posible que el gran libertino, “mujer de todos los maridos y marido de todas las mujeres” lo dijera mientras participaba en una de las orgias mixtas que le preparaban y en las que él se travestía ahora de guerrero invicto, ahora de damisela perfumada… ¡Vete al carajo con tu puritanismo, Julio César!

Hace poco incluso en la televisión pública se contaban chistes, muy aplaudidos, de maricones, nenazas, mariquitas, sarasas… ¡Y de negros, sudacas, tullidos, mongolos, subnormales, putas y moros! El lenguaje se ha ido acoplando a una realidad diferente y lo que ayer servía no sirve ahora. Veremos mañana, porque la rueda no para. ¿Es equitativo juzgar con la mentalidad de hoy las ejecuciones en masa de Hernán Cortés en México? ¿Alguna iglesia que encargue hoy la figura de Santiago matando moros desde la grupa de su caballo?
 
Tal vez deba dimitir la ministra por iracunda y chabacana, por no saber guardar las formas, por hortera en sus gestos -una mano en el cuadril y la otra espadeando con el micrófono-, por su inestabilidad emocional y porque no denunció los supuestos delitos de sus compañeros… ¿pederastas? Una ministra de Justicia y Notaria Mayor del Reino tiene que tener más control y mayor equilibrio, pero estoy seguro de que muchos de los que se rasgan sus vestiduras tienen cadáveres en la nevera. Y en Venezuela.





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