La calma del encinar
CADÁVERES EN LA NEVERA
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Me hacen gracia los que proclaman que no están arrepentidos
de nada, bendicen su pasado y afirman que de existir la moviola de la vida, ellos
volverían a escribir las mismas página en el volumen de su existencia… “¡Tontos
p´a siempre!”- diría José Mota. En nuestro “debe” y “haber”, por muy
indulgentes que seamos con nosotros mismos, siempre encontraremos hechos y
dichos poco gratificantes, sin necesidad de que el comisario Villarejo pulse el
play de la grabadora. Supongo que algunos capítulos de mi vida están
impecablemente escritos, pero de los que más me acuerdo son de aquellos que, si
tuviera oportunidad, no volvería a escribir porque son un puñetero desastre y
parecen escritos por un mono con una tiza. Yo sí que me arrepiento de mucho de
lo que he dicho, he hecho, he escrito, he pensado y he conocido… ¡Ojalá
pudieran “despresentarme” de genta a la que me presentaron!
Lo que me molesta de la ministra de Justicia no es lo que
dijo hace nueve años, en una mesa distendida y posiblemente bien regada, porque
Villarejo es un experto en soltar lenguas, sino la cerrazón para reconocer
inicialmente unas afirmaciones que no la atan de por vida, aunque el ricino se
lo administren ahora y el chinato lo pongan en el zapato incómodo de un
ministerio. ¿Tiene que dimitir por aquello la ministra? ¡Cuánta hipocresía! ¿Quién
de nosotros escucharía, sin parpadear, el carraspeo de cintas del pasado al
girar en audio? Y no solo de lo que
dijimos hace nueve años, sino de lo que hemos dicho o hecho en la última
semana. O esta misma mañana.
Pompeya Sila, la mujer del pervertido Cayo Julio César,
asistió a una saturnalia, una orgía sexual en la que, por un día, se admitía el
desfogo a las damas romanas de la aristocracia. Pompeya había participado en
esas juergas en muchas ocasiones, pero su ejemplar esposo buscaba un asidero al
que aferrarse para repudiarla y, después de consentir implícitamente su
participación, se indignó y soltó aquella parida de “la mujer del César no solo
debe ser honrada; sino también parecerlo”. Hasta es posible que el gran
libertino, “mujer de todos los maridos y marido de todas las mujeres” lo dijera
mientras participaba en una de las orgias mixtas que le preparaban y en las que
él se travestía ahora de guerrero invicto, ahora de damisela perfumada… ¡Vete
al carajo con tu puritanismo, Julio César!
Hace poco incluso en la televisión pública se contaban
chistes, muy aplaudidos, de maricones, nenazas, mariquitas, sarasas… ¡Y de
negros, sudacas, tullidos, mongolos, subnormales, putas y moros! El lenguaje se
ha ido acoplando a una realidad diferente y lo que ayer servía no sirve ahora.
Veremos mañana, porque la rueda no para. ¿Es equitativo juzgar con la
mentalidad de hoy las ejecuciones en masa de Hernán Cortés en México? ¿Alguna
iglesia que encargue hoy la figura de Santiago matando moros desde la grupa de
su caballo?
Tal vez deba dimitir la ministra por iracunda y chabacana,
por no saber guardar las formas, por hortera en sus gestos -una mano en el
cuadril y la otra espadeando con el micrófono-, por su inestabilidad emocional
y porque no denunció los supuestos delitos de sus compañeros… ¿pederastas? Una
ministra de Justicia y Notaria Mayor del Reino tiene que tener más control y mayor
equilibrio, pero estoy seguro de que muchos de los que se rasgan sus vestiduras
tienen cadáveres en la nevera. Y en Venezuela.