sábado, 30 de junio de 2018



             La calma del encinar
             ABRAZO DE PESCADERA

                               Tomás Martín Tamayo
                                          tomasmartintamayo@gmail.com
                                          Blog Cuentos del Día a Día 


Entré en el mercado de Jerez de la Frontera minutos después de su apertura y tuve una sensación parecida a la de las “celebritis” cuando  les abren unos grandes almacenes para ellas solas. En la nave de pescado una señora y yo éramos los únicos y codiciados clientes, con todos pendientes de nosotros, señalándonos las exquisiteces sobre los mostradores recién colocados. Me resultó algo incómodo porque  era yo el observado, pero como mi misión era comprar una buena ventresca de atún de almadraba y langostinos de Sanlúcar, me sobrepuse y fui recorriendo visualmente los mostradores. Al final me acerqué a un puesto que atendía una pescadera de “sonrisa abierta y ternura en las manos”, pelo en moño, pulseras de oro, rabillos corniveletos en los ojos y labios carmesí: “¿Qué quieres, mi arma?”

Me atendió con diligencia y profesionalidad, cortando la ventresca con precisión de cirujano y eligiendo los langostinos uno a uno. Los dos capiruchos de papel de estraza los metió en una bolsa de plástico y al mismo tiempo que me la alargaba, cantó el precio en voz alta. Pagué y cuando me marchaba me llamó la atención: “¡Espera, mi arma, espera, que has sido el primero del día y tú no te vas sin dos besos!”. Salió del cubil, me abrazó fuerte y me regaló dos besos, “muás, muás” en las mejillas. No me sentí acosado,  abusado, agredido, toqueteado… pero la situación, por inesperada, me produjo algo de desconcierto. ¿Se atreverán los pescaderos del mercado a abrazar y besar así a su primera clienta?

Al salir, como hago siempre, me senté en la puerta del mercado para tomarme un café con churros (los churros, previa cola, hay que comprarlos aparte) y se lo pregunté al camarero: “¡No, solo abrazan y besan a los clientes las pescaeras, antes también lo hacían ellos pero ahora no se atreven!”. Son daños colaterales de la estulticia y la exageración en la que estamos cayendo, porque es indiscutible que en la pescadera no había otra intención que la de seguir la misma ceremonia que vio en su madre o su abuela. Pero la mujer no está bajo sospecha y puede incluso descender públicamente a lo escabroso, entre risas y aplausos de la audiencia. Hace días una de las componentes de “Azúcar Moreno”, la más ordinaria, decía en el canal oportuno para estas cosas que a ella le gustan “grandes, grandes, grandes”, acompañándose con un elocuente gesto de manos, ensoñación imposible si no añoraba a un caballo… ¿Imaginan a un hombre haciendo algo así?

Filosofa ella, una actriz jovencita, que sufrió abusos en plena calle,   afirmaba que los complejos de algunas obesas proceden directamente de la supremacía del hombre… (¿?) ¿Y los de los obesos? Todos los días, a todas las horas, en todos los medios ¿no  nos están adoctrinando con tanta “manada”? ¿Cuántas manadas hay? ¿Es necesario ver a esos individuos entrar y salir de sus casas, llamando desde el móvil, entrevistar a sus vecinos o viendo en directo quienes entran en sus casas? Con tanta estupidez, acabaremos convencidos de que la ley que importa es la de la calle, dictada por feminazis y, lo que es peor, que en cada hombre habita un violador en esencia, un sanguinario infanticida, sin otra inquietud que sorprender en la oscuridad a jovencitas indefensas.

Es lo que hay, ya escampará. Si el tiempo no lo impide y con permiso de la autoridad competente, volveré en septiembre. La distancia sosiega.


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