La calma del encinar
ABRAZO DE PESCADERA
Tomás Martín
Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
Entré en el mercado de Jerez de la Frontera minutos después
de su apertura y tuve una sensación parecida a la de las “celebritis”
cuando les abren unos grandes almacenes
para ellas solas. En la nave de pescado una señora y yo éramos los únicos y
codiciados clientes, con todos pendientes de nosotros, señalándonos las
exquisiteces sobre los mostradores recién colocados. Me resultó algo incómodo
porque era yo el observado, pero como mi
misión era comprar una buena ventresca de atún de almadraba y langostinos de
Sanlúcar, me sobrepuse y fui recorriendo visualmente los mostradores. Al final
me acerqué a un puesto que atendía una pescadera de “sonrisa abierta y ternura
en las manos”, pelo en moño, pulseras de oro, rabillos corniveletos en los ojos
y labios carmesí: “¿Qué quieres, mi arma?”
Me atendió con diligencia y profesionalidad, cortando la ventresca
con precisión de cirujano y eligiendo los langostinos uno a uno. Los dos
capiruchos de papel de estraza los metió en una bolsa de plástico y al mismo tiempo
que me la alargaba, cantó el precio en voz alta. Pagué y cuando me marchaba me
llamó la atención: “¡Espera, mi arma, espera, que has sido el primero del día y
tú no te vas sin dos besos!”. Salió del cubil, me abrazó fuerte y me regaló dos
besos, “muás, muás” en las mejillas. No me sentí acosado, abusado, agredido, toqueteado… pero la
situación, por inesperada, me produjo algo de desconcierto. ¿Se atreverán los
pescaderos del mercado a abrazar y besar así a su primera clienta?
Al salir, como hago siempre, me senté en la puerta del
mercado para tomarme un café con churros (los churros, previa cola, hay que
comprarlos aparte) y se lo pregunté al camarero: “¡No, solo abrazan y besan a
los clientes las pescaeras, antes también lo hacían ellos pero ahora no se
atreven!”. Son daños colaterales de la estulticia y la exageración en la que
estamos cayendo, porque es indiscutible que en la pescadera no había otra intención
que la de seguir la misma ceremonia que vio en su madre o su abuela. Pero la
mujer no está bajo sospecha y puede incluso descender públicamente a lo
escabroso, entre risas y aplausos de la audiencia. Hace días una de las
componentes de “Azúcar Moreno”, la más ordinaria, decía en el canal oportuno
para estas cosas que a ella le gustan “grandes, grandes, grandes”,
acompañándose con un elocuente gesto de manos, ensoñación imposible si no
añoraba a un caballo… ¿Imaginan a un hombre haciendo algo así?
Filosofa ella, una actriz jovencita, que sufrió abusos en
plena calle, afirmaba que los complejos de algunas obesas
proceden directamente de la supremacía del hombre… (¿?) ¿Y los de los obesos? Todos
los días, a todas las horas, en todos los medios ¿no nos están adoctrinando con tanta “manada”?
¿Cuántas manadas hay? ¿Es necesario ver a esos individuos entrar y salir de sus
casas, llamando desde el móvil, entrevistar a sus vecinos o viendo en directo
quienes entran en sus casas? Con tanta estupidez, acabaremos convencidos de que
la ley que importa es la de la calle, dictada por feminazis y, lo que es peor,
que en cada hombre habita un violador en esencia, un sanguinario infanticida,
sin otra inquietud que sorprender en la oscuridad a jovencitas indefensas.
Es lo que hay, ya escampará. Si el tiempo no lo impide y con
permiso de la autoridad competente, volveré en septiembre. La distancia sosiega.
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