La calma del encinar
GUARDAR LAS FORMAS
Tomás Martín Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
No estoy
afectado por el virus de la pasión monárquica, tal vez porque muy pronto vi el penoso peaje a pagar por la fidelidad
republicana, que le costó a mi padre cárcel, ruina, penurias y persecución de
por vida, pero reconozco que la apropiación impúdica que los radicales de izquierda
hacen del concepto republicano me aísla, dejándome en tierra de nadie. Se
necesita mucha ignorancia para asociar izquierda radical, antisistema e incluso
anarquista con la república, como si en ella no pudieran citarse otros credos
menos extremos y apasionados. Y hay que ser muy cenutrios para pretender
excluir de un modelo de estado a todos los que no estén escorados en la regleta
ideológica.
¿En Francia,
Portugal, Grecia, Italia, Alemania…no hay alternancia política de derecha,
centro e izquierda, pese a ser países republicanos? La república, como modelo
de estado, permanece al margen del ideario de los partidos y en todos esos países
ha habido presidentes de la república de izquierda, de centro y de derecha. En
ellos se parte de la misma convicción y ninguna tendencia intenta monopolizarla,
como si fuera una doctrina exclusiva de castas, pero parece que en España
tienen más legitimidad republicana los del PSOE que los del PP, aunque ambos
hayan gobernado complacientemente bajo la égida de un rey y ambos hubieran
hecho lo propio con un presidente de la república. Pero dejemos tan primaria
reflexión para otro momento y centrémonos en las formas, en guardar las formas.
Como mi visión
futurista tiene poco recorrido, puedo hablar del tiempo que la monarquía lleva
en España, pero no del que le queda, aunque no seré yo el que brinde por su
continuidad. Si sigue pues que nos vaya bien y si desaparece que lo que venga
detrás no caiga en ciertas manos, para que no tengamos que rezar aquello de
“Virgencita, que me quede como estoy”. Sí sé, claro, que ciertas actitudes no la ayudan mucho y ver
a una infanta declarando delante de un juez y a su marido condenado por
tropelías de preso común, baja del podio a toda la monarquía, porque roto el
huevo es imposible meterlo otra vez en su cáscara.
El rey emérito
no abdicó por sentirse incapacitado, por un capricho de senectud o por refrescar el tronco monárquico. Es
aburrido recordar lo que está en la cercana memoria del “populacho”, pero las
fotos con paquidermos aniquilados, y
otras compañías, parece que le obligaron a una reflexión acelerada, porque hay
balas que rebotan y acaban en balas perdidas y de destino indeterminado. Bien está lo que
bien acaba y justo es reconocer que su heredero se esfuerza en soltar lastres
que puedan arrastrarlo. No nos va a hacer monárquicos a los que no lo somos,
aunque puede conseguir que nos encojamos de hombros, pero…
¿Y los manotazos entre reinas por quítame allá
esa foto con la princesa? Tampoco resultan ejemplarizantes porque deducir es
fácil y si en público tienen ese comportamiento, no es difícil imaginar tirones
de pelo en el ámbito privado. Hay imágenes, como la del rey emérito y el
elefante, que quedan en la retina y el juego de manos entre reinas y princesa....
Ya he oído a monárquicos irredentos que “se comportan así porque son como todos
los demás y eso da naturalidad y cercanía”, pero si son como todos los demás,
tienen que serlo en todo y no solo en los desplantes. En ellos guardar las
formas es el primer mandamiento. O debería serlo.
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