La calma del encinar
EL CANTO DEL
UIRAPURÚ
Tomás Martín Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
(Para Ángel Ortiz, con el deseo de que en su nueva etapa escuche el
canto del uirapurú)
Hace
años que mantengo correspondencia a la vieja usanza con Ubaldo Laino, un maestro y poeta de Chapecó, en Brasil. Él se considera “braspañol”, hijo de española y padre brasileño, ejerce la docencia en un pueblecito
a orillas del Paraná, ese río que habita en mi fantasía desde que oí “Río Manso”
a Cholo Aguirre: “Fue una noche correntina/ de aquellas que no se igualan/
estaba la costanera conversando con el agua. /Enero estaba fundiendo/ sobre el
río su calor/y junto al perfil querido/puse mi vena de versador…
Antonio
Hernández Gil, en una de las tertulias que se organizaban durante el Segundo
Congreso de Escritores Extremeños, dijo algo sobre un extraño pájaro, el
uirapurú, que habita en lo más espeso de la selva amazónica, casi imposible de
ver y cuyo canto lo había extasiado al oírlo en una grabadora. Yo lo conté en
un artículo que publicó ABC y que llegó hasta las manos de Ubaldo Laino. Desde
entonces solemos escribirnos porque los dos estamos interesados en todo lo que
escapa de lo cotidiano y nos sentimos atraídos por ríos sumergidos, árboles
habitados de espíritus, aves misteriosas… Conté a Laino la leyenda de La Dama
Blanca del Guadiana y tuve que enviarle fotos del río, del Puente de Palmas, de
la cuarta pilastra donde espera la dama…Él me cuenta y yo le cuento.
Ahora ha estado en España y aunque no hemos
podido vernos, me ha hecho llegar una cajita pequeña y sencilla. Mi dirección
postal primorosamente caligrafiada en tinta lila, con una letra redondilla
perfecta. Dentro de la caja una pluma pequeña, gris, con dos puntos negros,
sobre una base de musgo seco que huele a selva mojada y arropada con una nota
breve: “Pluma de la cola de un uirapurú sobre musgo del Paraná”. Muchos no lo
entenderán y hasta confieso mis dudas al escribir estas sensaciones tan íntimas
y personales, pero pocos regalos me han producido una emoción tan intensa.
El uirapurú es un ave pequeña, huidiza y reservada, que vive en lo más
frondoso de la selva amazónica. Es tan misteriosa que uirapurú significa
“pájaro que no es pájaro”. Solo canta una vez al año, mientras construye su
nido, y lo hace con unos trinos tan armoniosos que el resto de las aves guardan
silencio para escucharlo. Dicen que el río se detiene y la hojarasca se
asienta, para no importunarlo. Su canto apenas dura un minuto y nunca lo repite
en el mismo sitio porque sus armónicos “son siempre de despedida”.
¡Claro que lo he escuchado!
Internet llega también a lo más profundo de la selva amazónica y allí está
recogido el canto del uirapurú, que era como Violeta Parra llamaba al poeta
brasileño Thiago de Mello. Dicen que escucharlo trae suerte, que desprende los
óxidos del alma y que sus plumas, muy codiciadas, son buscadas como fetiches de
buenaventura.
Todo en una cajita pequeña,
Ubaldo Laino, me funde el lecho de musgo
oloroso del Paraná y una pluma suelta de uirapurú. Casi
oigo a Cholo Aguirre y al ave misteriosa haciéndole el coro: “Mira que
cabeza loca/ poner tus ojos en mí, / yo que siempre ando de paso/ no podré
hacerte feliz/ “olvidame”, te lo ruego, /yo soy como el Paraná/ que sin detener
su marcha/ besa la playa y se va…”
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