sábado, 24 de marzo de 2018



                          La calma del encinar
                          EL CANTO DEL UIRAPURÚ

                                        Tomás Martín Tamayo
                                        tomasmartintamayo@gmail.com
                                        Blog Cuentos del Día a Día

            (Para Ángel Ortiz, con el deseo de que en su nueva etapa escuche el canto del uirapurú)

Hace años que mantengo correspondencia a la vieja usanza con Ubaldo Laino,  un maestro y poeta de Chapecó,  en Brasil. Él se considera “braspañol”,  hijo de española y padre  brasileño, ejerce la docencia en un pueblecito a orillas del Paraná, ese río que habita en mi fantasía desde que oí “Río Manso” a Cholo Aguirre: “Fue una noche correntina/ de aquellas que no se igualan/ estaba la costanera conversando con el agua. /Enero estaba fundiendo/ sobre el río su calor/y junto al perfil querido/puse mi vena de versador…
  Antonio Hernández Gil, en una de las tertulias que se organizaban durante el Segundo Congreso de Escritores Extremeños, dijo algo sobre un extraño pájaro, el uirapurú, que habita en lo más espeso de la selva amazónica, casi imposible de ver y cuyo canto lo había extasiado al oírlo en una grabadora. Yo lo conté en un artículo que publicó ABC y que llegó hasta las manos de Ubaldo Laino. Desde entonces solemos escribirnos porque los dos estamos interesados en todo lo que escapa de lo cotidiano y nos sentimos atraídos por ríos sumergidos, árboles habitados de espíritus, aves misteriosas… Conté a Laino la leyenda de La Dama Blanca del Guadiana y tuve que enviarle fotos del río, del Puente de Palmas, de la cuarta pilastra donde espera la dama…Él me cuenta y yo le cuento.
 Ahora ha estado en España y aunque no hemos podido vernos, me ha hecho llegar una cajita pequeña y sencilla. Mi dirección postal primorosamente caligrafiada en tinta lila, con una letra redondilla perfecta. Dentro de la caja una pluma pequeña, gris, con dos puntos negros, sobre una base de musgo seco que huele a selva mojada y arropada con una nota breve: “Pluma de la cola de un uirapurú sobre musgo del Paraná”. Muchos no lo entenderán y hasta confieso mis dudas al escribir estas sensaciones tan íntimas y personales, pero pocos regalos me han producido una emoción tan intensa.
El uirapurú es un ave pequeña, huidiza y reservada, que vive en lo más frondoso de la selva amazónica. Es tan misteriosa que uirapurú significa “pájaro que no es pájaro”. Solo canta una vez al año, mientras construye su nido, y lo hace con unos trinos tan armoniosos que el resto de las aves guardan silencio para escucharlo. Dicen que el río se detiene y la hojarasca se asienta, para no importunarlo. Su canto apenas dura un minuto y nunca lo repite en el mismo sitio porque sus armónicos “son siempre de despedida”.

 ¡Claro que lo he escuchado! Internet llega también a lo más profundo de la selva amazónica y allí está recogido el canto del uirapurú, que era como Violeta Parra llamaba al poeta brasileño Thiago de Mello. Dicen que escucharlo trae suerte, que desprende los óxidos del alma y que sus plumas, muy codiciadas, son buscadas como fetiches de buenaventura.

 Todo en una cajita pequeña, Ubaldo Laino, me funde  el lecho de musgo oloroso del Paraná y una pluma suelta de uirapurú.  Casi  oigo a Cholo Aguirre y al ave misteriosa haciéndole el coro: “Mira que cabeza loca/ poner tus ojos en mí, / yo que siempre ando de paso/ no podré hacerte feliz/ “olvidame”, te lo ruego, /yo soy como el Paraná/ que sin detener su marcha/ besa la playa y se va…”


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sábado, 17 de marzo de 2018


                  La calma del encinar
                    ¡PERDONEN, PERO NO ME ACUERDO!

                                                     Tomás Martín Tamayo
                                                      tomasmartintamayo@gmail.com
                                                      Blog Cuentos del Día a Día



Hace días, conversando con Julián Leal, un periodista señero de los que hacen creer en la profesión, comentábamos lo inútil que resulta archivar los agravios de por vida porque, de alguna forma, el saber y el recordar sí ocupan lugar y el cerebro, como un disco duro, también se llena. Y si lo ocupamos con pestilencias del pasado, nimiedades y herrumbres, impedimos que se oxigene con el relente de la mañana, dejándolo como un ladrillo. Deberían las universidades organizar “cursos de verano” en los que se dieran pautas para el olvido, para resetear el cerebro y quitar lastres inútiles de la memoria, pero es más fácil programar sobre la nada para cubrir unas jornadas de lustre universitario, tras las que incluso se entregan titulillos que sirven como créditos académicos. Les regalo sugerencias para un curso útil: “Técnicas para olvidar”.

¿Puede alguien ayudarme a borrar de mi memoria la lista de los treinta y tres reyes godos? ¿El “Mustaphá” de Topolino Radio Orquesta? ¿La sonrisa del que me quitó quinientas pesetas, guardadas  durante años, para comprarme una bicicleta? ¿El suspenso que me dieron porque otro había copiado mi examen? ¿El no de aquella chiquilla con la que quise bailar y prefirió seguir sentada, hasta que se acercó un rubiales? Por supuesto que al que quiero olvidar es al rubiales, que además de estudiar arquitectura, tenía una moto Ducati, un reloj Citizen con alarma, una escopeta de balines… ¿Cómo olvido los vaqueros, “Blue Colorado”, sobre los que Jacinta derramó una botella de lejía? ¿Y la bofetada que me dio un tipillo porque no quise dejarle mi silla en un cine de verano? ¿El cinismo de un politicastro que usó una conversación privada para ridiculizarme públicamente? ¿Cómo me señaló la calle el dueño del bar Ramón, de Badajoz, al que habíamos ido para ver el festival de Eurovisión, porque yo no tenía para pagarme la consumición mínima, un “colacao”?

Un amigo entrañable, al que invité días atrás a un almuerzo colectivo, se negó a asistir porque entre los comensales había uno que  “hace 40 años te echó de un jurado de narraciones por discrepancias políticas contigo”. Yo no me acordaba del suceso porque lo que a mí me tortura es la lista de los reyes godos, pero es verdad que aquello pasó y aunque pasó para mí, no pasó para mi amigo Jaime (¡como para no quererlo!), que lo lleva colgado como yo al que se llevó las quinientas pesetas de mi bicicleta. Ojalá fuéramos como el desmemoriado que acudió al médico: “Doctor, vengo porque tengo muy poca memoria/ ¿Y a qué se debe?/ ¿A qué se debe qué?”

Se dice que es necesario recordar la historia para no repetirla, pero creo que es solo una frase para enmarcar, porque la historia se repite como los ciclos geológicos, el parpadeo, el giro de la Tierra, los días de la semana o el respirar. Recordamos pero no aprendemos, por eso a los electricistas les sigue dando calambre.

¿Es mejor la memoria del elefante que la del pez? Aseguran que la memoria del tiburón es de 3 a 5 segundos, lo que no les ha impedido sobrevivir y evolucionar en los últimos trecientos cincuenta millones de años, porque parece que solo olvidan lo intrascendente, que para recordar lo esencial son tan puntillosos que incluso lo anotan en su ADN.

Un día acabaremos olvidándolo todo, aunque puede que yo siga con Ataulfo, Siguerico, Walia, Teodorato…y Don Rodrigo.

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sábado, 10 de marzo de 2018

TRADUCIENDO A RAJOY



                          La calma del encinar
                          TRADUCIENDO A RAJOY
                         
                                            Tomás Martín Tamayo
                                            tomasmartintamayo@gmail.com
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Ni el traductor de Google puede lograr semejante proeza, porque Rajoy es más difícil que el zulú o el tagalo y a los académicos de la RAE no los veo debatiendo para ofertar un diccionario coherente con los galimatías del pertinaz. Pero tenemos lo que tenemos y no es posible ignorar a quien, a pesar de todo, de su dislexia argumental, de la corrupción que ladra en sus alrededores, de su torpeza verbal e incumplimientos grotescos, sigue siendo presidente del Gobierno. Hemos pasado de Zapatero a Rajoy, lo que no mata engorda, aleluya. Seamos optimistas, ya solo podemos mejorar.

Incluso los desmemoriados recordamos que  a Carlos III le debemos la Puerta de Alcalá, pero dentro de 250 años ¿qué puerta recordará a Rajoy? Creo que es un personaje que, siendo absolutamente prescindible en la vida pública, se ha hecho imprescindible por una consistencia granítica, que agota incluso a los atletas que lo escoltan en sus caminatas. Acabará siendo un estorbo, una rémora a corto plazo para el Partido Popular,  porque lo va a dejar como Zapatero dejó al PSOE,  pero dotado de una voluntad con la que es  capaz de subir en  canoa y a remos la catarata del Niágara, no habrá torrentera que lo amilane. Monterroso podría escribir que “cuando llegaron los marcianos,  Mariano todavía estaba allí”.

 Ahora ha visitado Extremadura, donde ha degustado buen jamón, buen queso y pitadas de jubilados que le gritaban eso tan doloroso de “¡Rajoy, nos vemos en las urnas!”, y como recuerdo de su paso ha dejado otra de sus celebérrimas frases: “Puedo asegurarles a ustedes que haré todo lo que pueda y un poco más de lo que pueda, si es que eso es posible. Y haré todo lo posible, e incluso lo imposible, si también lo imposible es posible”. O sea, Rajoy en estado puro.

Pero además entró en materia ferroviaria y se mojó a su estilo, adquiriendo con los extremeños un compromiso “made in Rajoy”: “Extremadura tendrá pronto las conexiones de primer nivel que se merece” ¡Ahí queda eso! ¿Y eso qué es lo que es? Nada, es una frase tan vacía como la de comprometerse a hacer posible lo imposible. Todo es interpretable porque “pronto” puede ser mañana o dentro de veinte años. “Conexiones de primer nivel” es tan elástico que hasta el resucitado Talgo puede ser la respuesta y en cuanto a lo que “merecemos” pues resulta tan impreciso y vago que puede ir de la sequía al diluvio universal. Si Rajoy es experto en hacer lo contrario de lo que dice, ¿qué podemos esperar cuando no dice nada?

A los jubilados que lo abroncaban desde un cordón de seguridad que no se conocía ni en los peores momentos de ETA, ni un saludo.  Y en los apartados internos de partido volvió a sorprender porque “es como si estuviera flotando” en expresión de uno de los presentes. Eso sí, el ministro De la Serna y el presidente de la Junta se hicieron una foto firmando algo e inauguró “un día histórico” en Elvas, junto al primer ministro portugués, para impulsar la conexión entre Évora y la frontera con España ¡Otra concreción de alto calibre, que ya ocupó titulares de prensa en noviembre de 2003!

Para resumir hagámoslo con claridad y contundencia, al estilo rajoniano: Rajoy ha venido y se ha ido y nadie sabe cómo ha sido, si es que ha venido y se ha ido. O no.



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sábado, 3 de marzo de 2018

VANIDAD DE VANIDADES


                          La calma del encinar
                          VANIDAD DE VANIDADES

                         

                                            Tomás Martín Tamayo
                                            tomasmartintamayo@gmail.com
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A Julio César le dedicaron el mes de julio, a Augusto el mes de agosto y siguiendo esa dinámica de peloteo, un grupo destacado de senadores fue a proponerle a Tiberio desplazar nuevamente septiembre -que era por su raíz latina el séptimo mes en el calendario romano-, para sustituirlo por  el de Tiberio. El emperador, que ya había pasado la barrera de los sesenta años, no se dejaba seducir con tonterías y preguntó a la comitiva del Senado: “¿Y qué haremos con el décimo tercer emperador? ¿Lo dejamos sin mes o ponemos al año tantos meses como emperadores haya?” Los senadores no supieron qué argumentar ante tan graníticas interrogantes y le pidieron que al menos, permitiera que lo deificaran con el título de “divino”, que también tenían sus predecesores. Y Tiberio recurrió de nuevo a su habitual retranca: “¿Tres emperadores y los tres divinos? Con el tiempo pueden haber tantos divinos que el mérito  será reconocerlos humanos”.

Si a muchos de los necios que conocemos les propusieran dar su nombre a un mes, ellos mismos pagarían los destrozos en el calendario. ¡Qué afán por perpetuar el nombre propio en  calles,  puentes o puestos de pipas! Si pudieran, algunos reordenarían el firmamento para que las estrellas se alinearan en el cielo con su nombre y, a ser posible, con el excelentísimo delante.

Conocí a un director de prisiones que antes de estrenar zapatos los llevaba al zapatero para que les pusiera complementos metálicos en los tacones y punteras, porque a él le gustaba oírse y no soportaba unas suelas de goma que silenciaran su paso. Y durante el servicio militar, un cabo primero nos exigía a los reclutas que llegábamos, que  memorizáramos  su nombre y sus apellidos. Benigno Soriano Alcalá se llamaba el prenda, que con la carrera que llevaba es posible que se jubilara de sargento. Otro que tal un periodista de Badajoz, que iba a las ruedas de prensa y se pasaba todo el tiempo escribiendo… ¡su nombre y apellidos!

Dale Carnegie, en “Cómo ganar amigos e influir en las personas” dice que para los vanidosos el nombre propio tiene unas resonancias que superan al deleite de cualquier sinfonía y recomienda que cuando se converse con ellos se introduzca muchas veces el nombre o el título.

Si no es por vanidad y egolatría, ¿qué sentido tiene que algunos conserven el “presidente”, como si eso fuera un legado familiar? ¿Cuántos “presidentes” tenemos ya, además de los presidentes, que lo son por razón de su cargo? Puigdemont, que se está descubriendo como un pirado con ínfulas napoleónicas, no solo exige el tratamiento de presidente, sino que además cree que lo sigue siendo y piensa vivir del rollo el resto de su vida, porque el acuerdo al que han llegado es reconocerle algún titulillo para que pueda seguir ordeñando. Y hace pocos días hemos visto a un imputado, ex de la comunidad valenciana,  exigir a un periodista “el tratamiento que me corresponde” “¿Y qué tratamiento debo darle a usted?” “¡Presidente, soy presidente!” Vaya, de por vida, otro tonto “p´a siempre”

Hemos llegado a un punto de estulticia que parece no tener retroceso pero, como razonaba Tiberio, cuando las calles se llenen de ilustres y excelentes, lo distinguido será ser una persona normal. Vanidad de vanidades, seamos comprensivos y tolerantes con los necios que se aferran al boato porque fuera de él no son nada ni nadie.
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