La calma del encinar
ME GUSTAS CUANDO CALLAS
Tomás Martín
Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
Me gustan los jueces “cuando callan porque están como
ausentes”, los que instruyen o juzgan huyendo del estrellato y no se pierden en
piruetas impropias. Por todo lo contrario me resultaba detestable la fanfarria
permanente de un juez como Garzón, que buscaba, por encima de todo, presencia
mediática, pretendiendo ser el más listo del patio. Ahora, el juez Llarena, que
investiga en el Supremo la causa de los implicados en el pretendido
secesionismo catalán, creo que se ha metido en el mismo túnel de las
luminarias, buscando también el perfil del listo entre los listos.
En la lectura de sus argumentaciones para no emitir la
euroorden de extradición de Puigdemont, que le pedía la Fiscalía, he visto un
sesgo de estrategia política que me ha dejado confuso. Si los jueces caen en
diseños extrajurídicos y se adentran en vericuetos políticos, nos lo ponen muy
difícil a los que sostenemos que en este asunto hay gente que se ha reído de
todo y que lo de “presos políticos” es una falacia.
Sus razonamientos dan razones a los que arguyen que en todo
esto del llamado “procés” hay un fondo más político que jurídico, al
detenerse en la eficacia de las argucias,
para no caer en la presunta trampa de Puigdemont, facilitando su detención en
Copenhague. Algo tan poco sostenible para un razonamiento jurídico como “si
Puigdemont quiere que lo detenga, me está dando razones para no detenerlo”. Creo
que eso, aun pudiendo ser cierto, es un juicio de valor y no son esos los
juicios que esperamos de los jueces.
El juez Llarena podía haber negado la orden de extradición
sin meterse en esos patatales, pero parece que ha querido explicar hasta sus
más ocultos pensamientos, incluida su capacidad de anticipación para dejarnos
claro su superior inteligencia. ¿Cómo estratega político? Pues él solo se pone
en el disparadero y si juega al fútbol, que no se enfade si le llaman
futbolista. Pero de los que se meten goles en su propia puerta, que eso fue lo
que hizo con su “explicatio non petita”.
¿Tiene que ser
Llarena el que se encargue de impedir que Puigdemont pueda delegar su voto,
como han hecho otros reclusos desde Estremera y Soto del Real, abriendo así la
posibilidad de ser investido presidente? La cuestión no es menor, porque si
puede votar, puede ser votado.
Posiblemente esa era la intención del huido, pero el juez podía haberse
ahorrado tantas explicaciones para argumentar su negativa.
Ya se metió en una parcela ajena a su competencia, apuntando
la posibilidad de delegación de voto para los encarcelados, a los que negó el
voto presencial. Así desarmó el criterio de los juristas del Parlament, de la
propia Abogacía del Estado y del Gobierno, que había anunciado recurso al Constitucional si eso se producía.
Entre los supuestos que contempla el Estatut para la delegación de voto, no
entra el de reclusión, pero bueno... Digamos que, contra lo establecido en la
norma, el juez sugirió una interpretación doctrinal diferente, más laxa y
acomodaticia, aunque es verdad que lo dejó en manos de la Mesa del Parlament,
con mayoría independentista.
Retirar la euroorden de extradición para poder juzgar a
Puigdemont por los mismos supuestos que a los demás, puede resultar equitativo
para no darle ventaja a los huidos, pero adentrarse en estas argucias de estrategia política, creo que no le corresponde a un juez.
Recordemos que la mujer del César, además de ser honesta tiene que parecerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario