sábado, 23 de diciembre de 2017

ESCRIBIR A CIEGAS



                       La calma del encinar
                       ESCRIBIR A CIEGAS

                                   Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com
                                               Blog Cuentos del Día a Día

Opinar en un medio, prensa, radio o televisión, es tarea diferente a la de informar, que es propio de profesionales de la información, sean o no periodistas titulados. Los que opinamos, es mi caso, ofertamos una visión propia, que no tiene obligatoriamente que ser objetiva, porque no estamos comprometidos con la verdad, sino con nuestra verdad, aunque confundiendo churras con merinas, a los que escribimos en un periódico se nos exija profundizar en los temas que tratamos porque, de alguna manera, se nos considera informadores. Y no lo somos. Alguna vez he hecho información, pero lo mío es la opinión. Un periodista es un profesional, se supone que capacitado, capaz de indagar en una información y comunicarla. Y puede opinar, en las páginas de HOY hay muestras sobradas, pero incluso en ellos hay que saber diferenciar al periodista que informa, del periodista que opina, porque la opinión es libre y personal, pero la información tiene unos cauces que la dirigen y encorsetan. ¿Que eso es muy purista y relativo, porque hay informaciones falsas e interesadas? Ese es otro cantar.

Días atrás tuve que denunciar la pérdida de un documento para poder renovarlo y el policía, que me conocía por el periódico, después de tomar nota de mi filiación, por su cuenta, la complementó con “periodista”. Le advertí que soy maestro y que aunque escribo en un periódico no soy periodista, pero no corrigió su aportación porque, encogiéndose de hombros,  según él “es lo mismo”. “Pos fueno, pos fale, pos malegro”, que diría Maki Navaja.

Sentado lo anterior, creo que es apasionante la aventura de escribir en un periódico, porque cuando lo hacemos escribimos a ciegas y no imaginamos hasta dónde llegará nuestra opinión. Un día escribí contra la campaña propagandística de una multinacional tabaquera y poco después recibí de la misma una larga información, desde Illinois (EE.UU), corrigiendo alguna de las cosas que había escrito. En otra ocasión dediqué un artículo a la Aspirina, con motivo de su centenario y desde Alemania me llegó una invitación para asistir en Paris a las celebraciones por su descubrimiento. Critiqué los actos organizados para los abueletes que combatieron en el frente republicano de nuestra Guerra Civil y uno de ellos, desde Marsella, se dirigió a HOY para rebatir mis argumentos, contando sus penalidades. Cuando el gobierno belga -¡Ay Bélgica, Bélgica!- denegó a España la extradición de un etarra, publiqué un artículo criticando su postura y desde la embajada, me enviaron una amplia documentación, con las razones jurídicas que, según ellos, justificaban la negativa…

Da un poco de vértigo, porque uno escribe pensando en el ámbito geográfico de Extremadura, casi para el vecino, pero lo que escribimos se expande y el eco es incontrolable. Nunca se sabe cómo y por qué una opinión pasa fronteras y llega.  La “aldea global” comienza a tener algo de sentido, pero todo esto, al mismo tiempo que gratificante, resulta restrictivo porque, de alguna forma, nos obliga a escribir pensando también en la línea del horizonte.

¿Y la importancia que algunos nos dan? Los hay que creen que escribir en un periódico da poder de resolución  y facilidad para acceder a sitios cerrados y reservados a unos pocos privilegiados. Algo así como entrar en el exclusivo “club de los afortunados”. Y nos cuentan injusticias de todo calibre, para que las comentemos, confiados en que eso servirá para frenar o resolver… Desmitifiquemos, una opinión es solo eso. Y a veces ni eso.


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