sábado, 21 de octubre de 2017

LA LAPA

    La calma del encinar
                    LA LAPA

                                                    Tomás Martín Tamayo
                                                    tomasmartintamayo@gmail.com
                                                    Blog Cuentos del Día a Día

La define el diccionario como “molusco gasterópodo  de concha cónica, que vive adherido fuertemente a las peñas de las costas”. Figuradamente abunda en casi todos los estamentos pero de forma preeminente en política, donde ha encontrado un hábitat adecuado para desarrollarse y vivir de forma parasitaria, sin esfuerzo alguno, acunada por el movimiento del agua y la protección de una peña, un jefecillo o un alcalde desprevenido. La lapa perdura indiferente a las mareas porque la ola pasa y la lapa queda. La lapa siempre queda, ahora de concejalilla, diputada, senadora, directora de algo… y hasta de alfombra o trilera si la ocasión se le presenta. El caso es sobrevivir, garantizarse la mamandurria cada mes y, sea de aquí, de allí o de los dos sitios a la vez, llevarse la pitanza y estar en la pomada, cerca de alguien que la proteja  y le ayude a permanecer adherida a un cargo al que poder ordeñar. (Nota para las feministas furibundas: lapa es femenino, pero por el uso correcto del genérico, también me refiero a los “lapos”)

La lapa “politícense” no tiene obra buena ni mala porque lo suyo no es obrar, no puede fracasar porque por donde pasa no deja memoria ni huella, no trabaja, no gestiona, no arriesga una opinión que no sea la de trepa que asiente, aunque es capaz de morder cualquier mano que deje de darle aceite y pan, porque la lapa (o el lapo, con perdón) no pierde el tiempo con lutos que no le aportan nada. Como molusco parasitario se esmera en elegir la roca a la que se adhiere porque sabe que tiene que vivir aferrada a ella. Las rocas cercanas no le importan, no las mira mientras no las necesite, pero siempre tiene una alternativa para saltar si a la que está adherida pierde nutrientes y no puede alimentarse con el simple bamboleo que le prestan las olas.

La lapa política  practica la peor de las corrupciones que es la maledicencia, llevar y traer chismes, inventar, difamar, desacreditar a los cercanos para aislarlos todo lo posible de la roca madre, que es la que a ella le interesa tener en exclusiva. Pero no menospreciemos sus dotes para la supervivencia porque conocemos lapas que se han jubilado con la cuenta corriente muy saneada y sin salir del pesebre de los eternos enredos. En rampa de salida, podemos señalar a una veintena de lapas, sin salir de Extremadura, que llevan camino de agotar su ciclo laboral sin haber cotizado media hora fuera de la política. Sus dedos prensiles están especializados para asirse incluso al aceite y logran respirar en cualquier cloaca, porque para la lapa no hay pestilencia que pueda achicar su empeño parasitario.

Lo curioso es que también hay lapas que, a su vez, se dejan parasitar por otras lapas menores, a las que prestan sustento siempre que no intenten asirse a la teta madre, que es algo reservado a las lapas superiores. Nada nuevo. El general romano Cayo Mario, que había abierto las puertas del ejército a las lapas del momento, en detrimento de los verdaderos soldados, que se veían relegados, preguntó en el Senado con evidente ironía: “¿Qué sería de Roma sin los “infra classem”  que, como sanguijuelas, succionan de sus venas?” El senador Gayo Casio le respondió: “Hasta el flujo de las cloacas sería más limpio sin ellos”.
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