La calma del encinar
PARA NO CREER EN NADA
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Al salir de Badajoz, hacia Cáceres, paré para repostar en una gasolinera y un
señor, al lado de una motocicleta de gran cilindrada, con mono integral y casco, se acercó a mí con
exquisitos modales. Me explicó que era enfermero en el hospital de Plasencia y
que se iba a quedar sin gasolina, pero que
había perdido la cartera y no
podía echarla. Pensé que eso puede pasarle a cualquiera y le pregunté qué
cuánto necesitaba. Me dijo que con veinte euros tenía para llegar, que me los
devolvería de inmediato si le facilitaba un teléfono o una dirección... Me
pareció verosímil y se los di. Días después, paré en otro surtidor, en la
carretera de Madrid, y el mismo individuo se acercó… Se había reconvertido de
enfermero de Plasencia en profesor de
instituto en Don Benito. Espera que hay más.
En la prisión de Badajoz tuve un alumno que podía haber
hecho la carrera de ciencias que hubiera querido, porque era excepcionalmente
brillante, pero él prefirió utilizar sus dotes para robar, engañar y
complicarse la vida. De hecho, acabaron matándolo en una reyerta carcelaria. Una
mañana, al entrar en la prisión, vi a una anciana llorando porque un funcionario
se negaba a dejar que entregaran a su nieto, a mi alumno, un reloj que le había
traído un hermano desde Suiza. Yo intercedí por ella y el funcionario me explicó
que era necesario abrir el reloj porque “es un Panerai muy grande, puede llevar droga en su interior y yo no
corro el riesgo de manipularlo y estropearlo”. La anciana seguía llorando,
desconsolada, yo insistí y el funcionario, por hacerme un favor, sacó una
navajilla, presionó la tapa del reloj y la hizo saltar. Dentro del Panerai,
falso de toda falsedad, había una bolsita sellada, con tres gramos de cocaína…
Y van dos. ¿Más?
Recibí un correo electrónico de una editorial de Barcelona, pidiéndome un relato erótico, para una
antología que preparaban. Decían que me habían seleccionado por haber sido
finalista en un certamen al que me había presentado. Yo ignoraba haber quedado
finalista, pero era verdad que había concurrido, lo que me hizo confiar. La “3ª
Antología del Relato Erótico”, que sería el título genérico del libro, llevaría
un prólogo de Almudena Grandes y una salutación de Vargas Llosa. Me pedían un
relato original, ajustado a un número de caracteres, márgenes, tipo de letra...
Todos los beneficios serían para una organización internacional de carácter
ecologista. El correo venía con membrete, anagrama editorial, dirección postal varios números de teléfono… Ajusté a las
exigencias un relato inédito y lo envié por correo electrónico. Una semana
después recibí nueva misiva, anunciándome que habían aceptado mi relato, pero
que les había fallado una subvención y, para cubrir los gastos de impresión, me
pedían que adquiriera un mínimo de cinco ejemplares, al precio de diez euros
cada uno. Me facilitaban un número de cuenta… No me olía bien y pedí que me los
enviaran contra reembolso. Desde entonces están desaparecidos. No existe ese
sello editorial, nadie contesta a los correos y los teléfonos, en los que no
había reparado, comenzaban por 906. O
sea, otra estafa…
¿Qué han detenido y bloqueado la cuenta de un padre que
aprovechaba la enfermedad “rara” de su hija para estafar? Todos tenemos
experiencias personales, es pan de cada día. Eso sin hablar de los estafadores/as
emocionales, más dañinos y abundantes que portugueses en Portugal.
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