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La calma del encinar
REPARACIÓN HISTÓRICA A
MEDIAS
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Michelle Obama no es la primera mujer negra que ha
compartido cama con un presidente de los EE.UU, aunque sí ha sido la primera
dama oficial reconocida. La belleza de las mujeres negras que trabajaban en la
Casa Blanca era tan tentadora para sus inquilinos que Anna, la esposa de Willian
Henry Harrison, decidió elegirlas ella misma, descartando a las menores de 40
años. Doña Anna quería evitar los escarceos amorosos de su marido, que llegaba
a la presidencia con cinco hijos de una esclava negra y que también tuvieron que
soportar las esposas de Martin Van Buren y James Monroe. Parece que Woodrow
Wilson, Herbert Hoover y J.F Kennedy también tenían una considerable tendencia
a la fusión cromática, pero el caso más destacado es el de Thomas Jefferson que,
mientras redactaba su famosa Declaración de Independencia, se aliviaba las
urgencias con una bellísima esclava negra.
Elizabeth Hemings, negra de solemnidad, en realidad era
mestiza porque era hija del suegro de Jefferson y, por tanto, hermanastra
bastarda de su esposa. O sea, que el bueno de Jefferson pasaba del blanco al
negro con tanta celeridad que ambas quedaban embarazadas casi simultáneamente,
aunque una pariera en la alcoba presidencial y la otra en un cuchitril
apartado. Doscientos años después y tras muchas especulaciones, una prueba de
sangre confirmó que los seis hijos de Elizabeth tenían el mismo ADN de la
familia Jefferson, aunque esto se sabía porque los puñeteros negritos eran
iguales a su padre biológico. La caprichosa genética delataba los pecadillos de
alcoba del tercer presidente de EE.UU y mientras sus hijos legítimos se parecían
a la madre, los que paría la esclava negra llegaban al mundo como clones de
Thomas Jefferson.
Los propios descendientes legítimos venían aceptando la
evidente paternidad del fogoso presidente, pero no se había oficializado la consanguinidad
hasta ahora, que se ha demostrado,
científicamente, que los Jefferson y los Woodson son la misma familia y por
partida doble, ya que comparten genética por parte de abuelo materno y padre.
Los mismos genes, aunque unos sean de armiño y otros de carbón. Pelillos a la
mar, después de tantos años, un centenar de los descendientes de Thomas
Jefferson se han reunido en una de las mansiones que el presidente poseía en
Virginia y en la que se dejaba asistir por la esclava y su esposa al mismo
tiempo. Los descendientes del presidente, blancos y negros, con la misma sangre
paterna y materna, corrieron suertes bien diferentes porque los blancos han
gozado, generación tras generación, del privilegio, respeto y fortuna que les
deparaba el apellido Jefferson, mientras que los negros, con el Woodson
Hemings, fueron por caminos sin asfaltar. Su suerte quedó marcada por el
capricho de unos espermatozoides que decidieron anidar, alternativamente, en la
esclava y en la esposa. Un azar, insignificante para la naturaleza, que los
marcó por generaciones. Mientras que los blancos estaban bien situados
económicamente, con estudios y profesiones de prestigio social, los negros
pertenecían al sector servicios. En la rama negra el más próspero era
propietario de un par de gasolineras. El color sí importa.
Además del abrazo
fraternal, el chin-chin y la bienvenida ¿darán a la saga negra lo que le
corresponde? De eso no se ha dicho nada, solo se sabe que, por unas horas,
todos fueron iguales, bebieron, comieron y brindaron por el feliz encuentro.
Poca chicha para los negros.
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