viernes, 28 de octubre de 2016

EN MANOS DE RAJOY

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                        La calma del encinar
                        EN MANOS DE RAJOY

                                                       Tomás Martín Tamayo
                                                       tomasmartintamayo@gmail.com
                                                       Blog Cuentos del Día a Día

España, el PP y esta tarde también el PSOE, estarán en manos de Rajoy porque su quietud tancredista ha demostrado ser más firme y consistente que las zozobras que le rodean y que él sortea abanicándose en una mecedora. Si Rajoy no parpadeara, habría que punzarlo para saber si está vivo pero, aun así, ha demostrado ser el más vivo en esta pasarela de pecios a la deriva. Como no se mueve, el PSOE se ha puesto de los nervios y ha caído en el baile de San Vito, al son de la musiquilla interesada que le han tocado, incluido el solo de cornetín de Felipe González,  desencadenante último de la esquizofrenia colectiva en el hormiguero socialista. El que tuvo retuvo y un estornudo de Felipe es capaz de apagar todas las velas del PSOE. Ni primarias, ni gestoras, ni comités federales porque, aunque el gran reconvertido estornude en la cubierta de un yate, fumándose un Cohíba que puede encender con billetes morados, su palabra es la ley. Es lo que tienen los  padrinos que, sin despeinarse y con un guiño, logran que su caballo gane la carrera. Esta vez ha apostado por Rajoy y el potrillo de Pedro Sánchez apenas salió de los cajones.
 
 Rajoy, el hombre tranquilo y de cero pulsaciones, logrará hoy su investidura, coincidente en el tiempo con los juicios de las corruptelas que, como setas, crecieron a su amparo. Si la sombra del ciprés es alargada, la de Rajoy es ancha, patriarcal y solidaria con el golferío que estos días calienta banquillo en la Audiencia Nacional. Al “sé fuerte, Luis”, debió añadir “que yo no me muevo”. ¡Chapeau! Logró acuñar que las tres opciones posibles eran él, él y él, que los responsables de todo mal eran Pedro Sánchez y el PSOE, que las terceras elecciones serían un drama que ni Shakespeare  hubiera imaginado y que la corrupción de los suyos es cosa de los demás. ¡Y sin moverse, oiga! Ahora, además de la investidura tendrá los cataplines del PSOE en sus manos y si le da por girar la muñeca la asfixia electoral de los socialistas puede ser incluso superior a la del PASOK griego, el SPO austriaco, el SPD alemán…

¿Después de facilitarle la investidura “por la gobernabilidad” le van a hacer una oposición rigurosa para que no pueda gobernar? Algunos están haciendo méritos para el “Club de la Comedia”. Y para comedia la de esta tarde. Si lo atosigan, Rajoy sacará a pasear otra vez el recurso del victimismo, con los medios que tiene volverá a caldear el ambiente a su conveniencia, acudirá nuevamente a los relativistas del PSOE y convocará elecciones anticipadas, en el momento preciso. La legislatura que comienza esta tarde no cumplirá los cuatro añitos.  Si no los asfixia es por pura estrategia y conveniencia, por temor a dejar la alternativa de gobierno y la oposición en mano de Podemos.  Pero el PSOE está en sus manos y si él quiere no llegará ni con respiración asistida, porque los socialistas se han quedado en la gatera una parte importante de su electorado y de sus bases, han perdido credibilidad, se han dividido y  enfrentado, metiéndose en un cenagal del que es muy difícil salir. Rajoy puede ponerlos de rodillas y cara a la pared con un discurso muy corto: ¡Si me jodéis la siesta, convoco elecciones! Alea iacta est.





martes, 18 de octubre de 2016

HUBO UN TIEMPO



                               La calma del encinar
                       HUBO UN TIEMPO

                                               Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com
                                               Blog Cuentos del Día

Una gestación que se precipita se convierte en un parto prematuro o en un aborto, porque el feto, como la manzana, necesita su tiempo para madurar. Nos evitaríamos muchos sufrimientos si supiéramos esperar, porque lo que no resolvemos nosotros lo resuelve el tiempo. A veces en poco tiempo. Su terapia balsámica cicatriza heridas, cae muros, abre puertas, oxida rencores, cincela querencias, cierra la espera y el desgarro, desmiente amores y fidelidades, desvanece los asombros y resuelve enigmas tan indescifrables como el código de Voynich.  En el huevo está el ave, pero necesita la caricia del tiempo, que es el que obra la transformación y opera el milagro de la vida. Por mucho afán que pongamos, la semilla necesita tiempo para germinar, para hacerse árbol, para ofertar el fruto que, además, madurará a su tiempo. Doblega la espalda del gigante, cubre de musgo las fachadas de piedra, muerde el acero, quebranta rencores, nos abre caminos que ignorábamos y, caprichoso el, arrasa imperios y perpetúa hormigueros.
 
Algunos niegan su existencia porque creen que pasado, presente y futuro son acuerdos sobre fases lunares que se repiten desde un Big Bang intemporal. Mojones en un camino sin principio ni fin, meras pretensiones para acotar lo intangible, porque dicen que los días y las horas son convenios sobre una órbita fija que, girando, nos deja en el mismo lugar. Es como si cogiéramos un autobús que recorriera el espacio infinito y nos dejara finalmente al amparo de una marquesina de la que nunca nos movimos. Aun así, es bueno saber esperar, dándonos tiempo. Dominar el aguardo sentado en la orilla, es virtud esencial en los pescadores de caña, poder y de vida, ya que el pez no va a adelantar la mordida del cebo porque nosotros tengamos el pulso acelerado. Rajoy sabe de esto. “Como el tiempo no existe, lo hemos inventado”, escribió Asimov en “La Fundación”.

El tiempo se tiene y no  precipita ni adelanta acontecimientos. Es sabio, no hay tensión que ignore y para todo tiene su remedio, que suele ser la respuesta pausada de la difícil espera. ¿Cuánto necesitó la humilde piedra para hacerse piedra? ¿Cuánto empeñó la araña para saber escupir la urdimbre perfecta que teje con su hilo? El tiempo es contención, mesura y calma. Nos lleva, nos nace, nos crece y nos envejece, porque nosotros sí somos temporalidad limitada, como la roca que se hace arena hasta desaparecer, agredida mansamente por el lametazo paciente del agua. Él despoja de cáscaras  los sentimientos y nos pone ante la realidad que nos cabalga para que aceptemos con resignación la arruga y la congoja que, como un Bernini, cincela con esmero. Todo a su tiempo. Si supiéramos esperar no tendríamos que buscarle acomodo a los asombros que tanto inquietaban a Jesús Delgado Valhondo.
 
Hubo un tiempo en el que creíamos tener todo el tiempo, pero finalmente cada pulsación de ese reloj que hemos inventado para medir lo inconmensurable, ha hecho que se nos escurra entre los dedos, escapándose como bolitas de mercurio. ¡Ay, el que perdimos, el que nunca tuvimos, el que se nos fue sin haber venido! Fue un tiempo al  que no supimos ver  y pasó a nuestro lado sin dejarse ver porque antes de volvernos ya se había ido. ¿Tendrán tiempo los que se empeñan en  morder con la boca cerrada de una abstención? El cartero llama dos veces, pero el tiempo solo una. Y apenas roza la puerta.


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sábado, 15 de octubre de 2016

UN MONSTRUO A MI LADO

                         La calma del encinar
                        UN MONSTRUO A MI LADO
              
                                                 Tomás Martín Tamayo
                                                 tomasmartintamayo@gmail.com
                                                 Blog Cuentos del Día a Día

Fui a ver “Un monstruo viene a verme”, pero el verdadero monstruo estaba a mi lado, dueño absoluto del posabrazos del asiento que deberíamos compartir. Respiraba con dificultad, de forma entrecortada y con pitidos que entraban en mis oídos con más nitidez que las conversaciones entre el niño y el monstruo de la pantalla. Para paliar su falta de oxígeno se movía constantemente, mientras engullía algo crujiente que lograba trasegar con un vaso enorme de Coca Cola, separando sus brazos como un polluelo que quiere iniciar el vuelo. Y es ahí donde, como suele escribir Jaime Álvarez Buiza, la cochina tuerce el rabo, porque, al separar los brazos, de su axila salían efluvios de estercolero que acaban de remover. Incluso lo de las cochiqueras es más soportable. Se puede oler a tabaco, a sudor, a desodorante precipitado sobre una axila en descomposición, a muela cariada, a vino recocido y liberado en un eructo e incluso a fritanga porque en la calle hay de todo, pero en un cine, a centímetros de distancia, sin poder escapar y durante dos horas, resulta insoportable un tipo que interpreta con su presencia la más completa sinfonía de la fetidez. Y sin dejar de masticar, de beber y de moverse. Raro que no llevara moscas a su alrededor incluso en el cine. 
 
Todos conocemos a gente espesita, más en hombres que en mujeres, con las que se hace muy largo compartir el ascensor hasta el primer piso, pero lo del cine, con un gorrino al lado, moviéndose como si estuviera lleno de pulgas y comiendo bellotas, es una experiencia nueva que no recomiendo. Es ofensivo y evidencia una descomunal falta de respeto y consideración hacia el prójimo, obligarlo a soportar el portón de cochiquera que algunos llevan encina, aunque la espesez esté coronada. Felipe V, el primer Borbón, llegó a tal degradación que, además de no lavarse nunca –nunca es nunca-, pretendió recibir a un embajador mientras defecaba sentado en su vacinilla.  ¿Sabrán que existe una solución tan sencilla y económica como el agua y el jabón? No se pueden agrandar las distancias en un autobús, en la barra del bar, en el hospital, en la oficina.., pero aún menos en un cine, codo a codo, es un decir, con alguien que no quiere alcanzar la gloria eterna a fuerza sufrir los latigazos de un guarrindongo asilvestrado.  

La ropa también necesita un poco de sosiego, detergente, un buen centrifugado y un plácido secado porque, si a los olores de maldición se le suma el disecado de una camisa petrificada por el sudor, el resultado es para un ingreso por urgencias. Algunos parece que se masajean con amoniaco o con queso de Cabrales y hablar con ellos a corta distancia es como meter la cabeza en el vientre de una vaca que se pudre al sol.                                                 Durante la mili conocí a uno que, después de una largo día de marcha, con botas militares, en verano y por el cordobés Cerro Muriano, cuando volvíamos tan agotados como sudados, nos llevaban directamente a las benditas duchas liberadoras, pero el tipo, para evitar el agua, saltaba por la ventana, escabulléndose por la parte trasera para que el sargento no lo viera. Creo que no se duchó durante los tres meses de campamento... No le vi la cara y han pasado muchos años, pero hasta es posible que fuera la mofeta del cine.  
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sábado, 8 de octubre de 2016

LA MEMORIA LARGA DEL ODIO

                                 La calma del encinar
                            LA MEMORIA LARGA DEL ODIO




                                                     Tomás Martín Tamayo
                                                       (martintamayo.com)

Me cuenta un amigo, ex alcalde de UCD en uno de nuestros pueblos, que hace casi cuarenta años  un político de la oposición fue a dar un mitin… Por resumir, el mitinero, altísimo personaje después, dijo algo que molestó en el pueblo y casi acabó en el pilón, teniendo que salir por piernas porque el mocerío quería raparlo. El personaje creyó en una conspiración de la alcaldía y anotó en su memoria el nombre del alcalde. Cuarenta años después coincidieron en una cafetería de Mérida y un amigo común los presentó. Al oír su nombre, el ilustre personaje le dio la mano con desgana y se apartó con evidente malestar. El ex alcalde, extrañado, al pagar la consumición, pidió que cobraran también la del ofendido, pero éste no había olvidado la afrenta y el camarero trasmitió su respuesta: “Perdone, pero me dice el señor… que a usted no le acepta ni un café”. ¡Pobre hombre, cuarenta años sin olvidar un baño pilonero!

El odio en política traspasa el tiempo, como una flecha encendida la tela de seda y hasta el porquero de Agamenón tiene lápiz y papel para apuntar agravios y devolverlos. Es verdad que la política hace extraños compañeros de cama, pero también que algunos tienen una notable memoria para odiar y no hay ofensa pequeña que puedan olvidar, como en el caso que he comentado. Es posible que durante estos días de rumiaje intenso, en el PSOE estén poniendo nombre y apellidos a cada una de las puñaladas dadas y recibidas, porque el “arrierito semos” se acuñó en política y la venganza sabe esperar incluso agazapada detrás de una sonrisa. Las guerras civiles son las más encarnizadas y en el PSOE han cerrado un capítulo, pero quedan muchas páginas en blanco, que se irán rellenando con pocos olvidos y grandes olvidados. Olvidar es bueno, la desmemoria puede ser como un bálsamo reparador de cicatrices, pero no suele darse en política y la historia así lo demuestra.

Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, fue desenterrado  -¡trescientos años después de morir!- por orden de Enrique VIII porque el pueblo seguía añorando más al clérigo que al rey. Los pocos huesos que  quedaban en la tumba fueron juzgados y condenados a la hoguera, en el patio de palacio. El mismo Enrique VIII ordenó la decapitación de Tomás Moro, disponiendo que su cabeza fuera hervida durante días y clavada en un palo para después exhibirla en el puente de Londres. ¿La razón? No reconocer al rey como guía de la Iglesia y permanecer fiel al Papa. Vamos, que tampoco le aceptaba un café.

Por suerte, han cambiado los tiempos y la materialización de los odios. En el Concilio de Constanza declararon hereje al reformador religioso Jhon Wyclef, cuarenta años después de haber muerto. Eso no impidió que lo desenterraran para “ejecutar” sus huesos a martillazos. No consta que Wyclef se quejara… ¿Más? Oliver Cromwell fue desenterrado  a los dos años de morir para arrastrar su cadáver con un carro, pero como la osamenta resistía, el verdugo la descuartizó con un hacha. Finalmente, su cabeza, empalada, permaneció veinticuatro años anclada  en un tejado para que pudieran verla desde la calle.

Sí, algo ha cambiado, pero las navajas políticas siguen dando reflejos de luna negra y mientras más pequeño es el personaje más larga es la memoria de su odio, porque el enanito torero vive más por ser enanito que por su torería.

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