jueves, 22 de septiembre de 2016

NO JUGUÉIS CON VILLAFRANCO

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                                La calma del encinar
                           NO JUGUÉIS CON VILLAFRANCO
                                                            Tomás Martín Tamayo
                                                                (martintamayo.com)

Creo que, con algo de razón, puedo considerarme casi vecino de Villafranco del Guadiana, porque en esa pedanía tengo casa desde hace treinta y cinco años y allí he pasado, paso y pasaré muchos días de mi vida. Villafranco es un pueblo que crece, con recursos agrícolas e industriales, de gente tranquila y hospitalaria, donde se vive y se deja vivir. Bien situado, en la línea imaginaria que une Talavera y Badajoz, es como un barrio de la capital, pero sin abandonar el sesgo propio y definido de los poblados de colonización que, aunque duela, se levantaron durante el franquismo, mire usted qué pena. La alusión al dictador en su designación no ha quitado ni puesto nada, ni para Franco ni para Villafranco, que suele votar mayoritariamente a la izquierda, aunque ni la política ni las ideologías han llevado conflicto a su vecindario.

Ahora, por un exceso interpretativo de la llamada Ley de Memoria Histórica, quieren cambiar su nombre, cercenando sus casi sesenta años de historia con un “ordeno y mando” estrafalario que parece salido de la mano del dictador al que se pretende erradicar. ¿Tiene esto algún sentido, más allá de un revanchismo tan añejo como inútil? La Ley de Memoria Histórica no se promulgó para sembrar odios ni venganzas, ni para buscar revanchismos y enfrentamientos. En su espíritu hay mucho afán de reconciliación y, cuando se promulgó hace diez años, en su fondo nos pareció algo justo y necesario porque en la España de hoy no son tolerables el olvido de las víctimas ni sus tumbas diseminadas por las cunetas de España, pero en la forma, en la redacción, se colaron muchas imprecisiones que son las que ahora dan pie para un revisionismo sin sentido.


El fleco de una ley general, con lagunas en su redacción y ajena al espíritu del legislador, no puede arrebatar el sentimiento ni la propiedad de un pueblo que está al margen del guerracivilismo en el que algunos permanecen. La práctica totalidad de los vecinos de Villafranco, de todos los signos políticos, no quieren que se cambie un nombre que está asentado en su memoria colectiva, en sus familias, en sus vivos y en sus muertos, porque su pequeña memoria histórica también merece consideración y respeto. Un vecino, Joaquín Franco, que llegó al pueblo con siete años, decía para HOY: “Nosotros somos los Franco de Villafranco, ¿también tenemos que quitarnos el apellido?” Ni en el nombre ni en el pueblo hay enaltecimiento alguno  a la penosa dictadura del general Franco, pero si se quiere conocer el criterio de cada uno de sus vecinos, que les pregunten, gastando en la consultas un dinero que bien le vendría al pueblo para aliviar muchas de las necesidades que tiene.

Que se cumpla la Ley de Memoria Histórica para lo que se hizo, sin descender a añagazas, florituras ni a trampas interpretativas del texto. Flaco favor le hacen a la Ley de Memoria Histórica, enarbolando a su amparo tonterías que demuestran mucha ignorancia de la idiosincrasia de un pueblo, pretendiendo por el democrático método de “esto son lentejas”, doblarle el brazo quitándoles algo muy suyo, como es el nombre de su pueblo. Al final, me temo que será un juez el que diga a algunos que hagan como el diablo y si no tienen nada que hacer, que maten moscas con el rabo.


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