miércoles, 20 de enero de 2016

CALVOROTAS



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                                 La calma del encinar
                                 CALVOROTAS

                                                          Tomás Martín Tamayo
                                                          tomasmartintamayo@gmail.com
                                                          Blog Cuentos del Día a Día



Al emperador Vespasiano, calvo desde su juventud, le hicieron una peluca que solía lucir en los acontecimientos populares, lo que  empujó al coro de aduladores a hacer lo propio y aunque tuvieran una frondosa cabellera, se la cubrían con un peluquín como el del emperador.  Sus propios hijos, los también  emperadores Tito y Domiciano, impusieron el apósito como una práctica común para los grandes acontecimientos. Ha habido muchos calvorotas famosos, que no se resignaban a serlo, como Luis XIV de Francia, llamado el Rey Sol, que lejos de conformarse con un peluquín lucía un pelucón, con armazón de varillas de bambú,  que pesaba dos kilos. También podían haberle llamado el Rey Sombra. Cuando Luis XVI subió al cadalso para ser guillotinado, muchos no lo reconocieron porque lo hizo con coleta, pero sin la peluca que siempre llevaba. O sea, que el mal de la alopecia tiene recorrido y a lo largo de la historia las pelucas han tenido mucha presencia.

¿Vuelven los peluquines? Los presidentes de las dos “generalidades”, Valencia y Cataluña, Ximo Puig y Carles Puigdemont, parece que lucen felpudos en la cocorota, aunque el catalán se aproxima mucho a Luis XIV, porque lo que lleva en la cabeza se parece más al casco de un soldado alemán de la II Guerra Mundial, que al disimulo prudente que usa el valenciano… Los hay que no soportan el despoblado capilar y son capaces de “hacerse un Paco Porras”, colocándose una lechuga aplastada en la cabeza antes que enseñar el cuero, pero la calvicie, como la sequía en la época de Franco, es muy pertinaz y acaba saliendo para tomar el aire. Con ella no caben componendas ni alianzas y los que  nacemos con vocación de calvos, si tenemos suerte y vivimos para contarlo, inevitablemente, acabamos la carrera.

Hace años,  cuando mi coronilla comenzó su expansión galopante, fui a ver a un dermatólogo que me dio una solución infalible: “Usted será calvo, pero si quiere conservar el cabello, recójalo todas las mañanas de la almohada y del plato de la ducha y guárdelo en una cajita”. Luego, por la manía que tienen algunos médicos con el “tratamiento de complacencia”, me recetó algo que naturalmente no compré porque me pareció más seria su sentencia que la receta. Y ya en la puerta, remató: “¿Ud. cree que si yo tuviera un tratamiento efectivo para vencer la alopecia lo habría recibido a las dos horas de llamarme?” Fue una consulta muy provechosa porque me salvó de entrar en el juego de los desesperados que se ponen en la cabeza desde ungüentos natilleros a boñigas de vaca. Y como mi cura fue instantánea, nunca más volví a inmiscuirme en la guerra civil que tiene montada, ahí arriba, mi cabello en retirada, con la alopecia que ha ido ganando terreno cada día. Sé que ganará la alopecia porque, entre otras razones, Frank Sinatra y Marlon Brando llevaban peluquín.

Pero los presidentes valenciano y catalán están de enhorabuena porque es posible que pronto tengan un remedio que les evite llevar todo el día la boina puesta. En los EE.UU han elaborado una píldora, la Propecia, que dicen puede ser definitiva, si logran corregir uno de sus efectos secundarios, como es la disfunción eréctil. Tendrán que elegir. Yo como ya estoy calvo… 
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