miércoles, 26 de agosto de 2015

PUERTO HURRACO

Puerto Hurraco

TOMÁS MARTÍN TAMAYO
26 agosto 201510:37
Artículo de opinión publicado en el diario HOY el 19 de diciembre de 2006, tras la muerte de Emilio Izquierdo:

PUERTO Hurraco figura en nuestra memoria como sinónimo de viscelaridad, cerrilismo, animadversión y odio ancestral, porque aún siendo un pueblo de la Serena extremeña bonito, pacifico y acogedor, un mal día dos hermanos, con el alma corroída por el odio, decidieron salir de su cubil de alimañas para verter sobre sus vecinos toda la irracionalidad que llevaban dentro. Desde entonces el nombre de Puerto Hurraco tiene resonancias que no se merece y, tal vez para siempre, su suerte quedará ligada a la masacre que por sus calles protagonizaron los hermanos Izquierdo, Emilio y Antonio, azuzados por el resentimiento de sus hermanas Ángela y Luciana.

Un día negro de agosto de 1990, los dos hermanos decidieron consumar la venganza que los cegaba y a tiros de escopeta mataron a nueve de sus vecinos, de forma indiscriminada, porque su odio alcanzaba a todo el pueblo. Y así comenzó a tejerse la resonancia negativa que en toda España tiene hoy Puerto Hurraco, resucitando a la Extremadura profunda que sólo existe en las testas anquilosadas de muchos desinformados, porque el síndrome de «los izquierdos» no tiene cuna definida.

Durante mucho tiempo Don Benito estuvo ligado al crimen de Inés María; Fuente Ovejuna es el lugar de la indignación compartida; Teruel es la cuna de los amantes; Cuenca sigue proyectando la sombra de su crimen; Zalamea aún representa la dignidad de su alcalde; Móstoles es la rebelión contra los invasores; Guernica, la desolación; Paracuellos, el fusilamiento; Aranjuez es el eco de un motín; no se sabe si es Aragón de Agustina o Agustina de Aragón; Casas Viejas es la represión brutal, Los Galindos ¿Y Linares?. En Linares murió Manolete.

Son pueblos con huella propia, vida propia, con historia y hechura definidas, pero son pueblos marcados por un hecho, generalmente luctuoso, que queda colgado en la memoria colectiva. Y ése es el caso de nuestro Puerto Hurraco que, como bien dice Alberto González, tiene una toponimia que facilita el recuerdo de aquella tarde de tormento: «¡Hombre, Tomás, no hubiera sido lo mismo si eso ocurre en El Jardín de Santa Lucía!» Y es verdad, tan verdad como que Puerto Hurraco está al margen de los hermanos Izquierdo, a los que he conocido hasta donde se podía conocer a los hermanos Izquierdo.

Los tuve como alumnos -es un decir- en el Centro Penitenciario de Badajoz y en ellos identifico al eslabón perdido, al humano al que le falta un hervor para llegar a serlo y al hombre a medio camino entre lo que somos y lo que parecemos. No caeré en la exageración de señalarlos como irracionales, pero ambos tenían un pellizco que los separaba de la normalidad. A los dos, inseparables, encorvados y en contacto permanente, les gustaba dibujar arabescos con bolígrafos de colores, que cogían como su fueran puñales. Los dos pasaban horas rellenando cuadernos de caligrafía, los dos me pedían interminables sumas, restas, multiplicaciones y los dos dibujaban círculos engarzados, ayudándose con monedas de diferentes tamaños. Siempre recelosos y acechantes, lo hacían todo tan juntos que parecían un sólo hombre con dos cabezas, aunque las dos pensaban lo mismo, a la misma hora y de la misma forma. No se relacionaban con nadie, eran monosilábicos y yo creo que en estos dieciséis años de reclusión, jamás salieron de ellos mismos y nunca tuvieron curiosidad por ver lo que había fuera de sus cabezas. Nada pedían y nada daban. Por no dar, no daban ni la lata.


Hace unos días ha muerto Emilio, que no sé si era el mayor o el menor, porque los dos gozaban de la misma indefinición pero, contra lo que se está afirmando, era el que tomaba las decisiones en ese dúo de sonámbulos, encerrados en la modorra común a la que estaban soldados. Por un momento, me gustaría asomarme al alma, posiblemente insondable, de Antonio, para mirar lo que bulle allí dentro y poder entender la paz que le reporta su irracional venganza y el alarido sordo ante la tumba de su hermano: «¡Te vas con la satisfacción de que tu madre ha sido vengada!» Ni el tiempo, ni la enfermedad, ni la cárcel han doblegado el odio acumulado y nada ha servido para abrir las puertas en esas pobres cabezas. Puerto Hurraco merece la solidaridad de todos y yo desde aquí la reivindico.