jueves, 26 de febrero de 2015

PRIMICIA PARA MIS AMIGOS: Portada y primer relato de la antología que se está editando




DOÑA SOLEDAD.

Vivía sola, acompañada de sus recuerdos y de su soledad. Se llamaba Soledad. Cada mañana, a las cinco en punto se levantaba, se lavaba en su palangana de porcelana con agua que templaba en un hornillo eléctrico, elegía cuidadosamente entre sus tres vestidos negros el  que consideraba más apropiado  y despacio, sin desayunar porque quería comulgar,  salía para enfrentarse al aire frío, aferrándose a su bastón con sus dedos agarrotados de años, asombros y miedos. Cerraba con dos vueltas la puerta, la empujaba para cerciorarse de que lo había hecho, se santiguaba, besaba la cruz que le colgaba del cuello y despacio iniciaba la escalada de la cuesta por el centro de la calle. La calle de la Soledad.

 La misa de cada mañana era la culminación, el principio y el fin de cada día y  si la artrosis que aprisionaba sus piernas se ponía ceñuda, ella con paciencia y resignación, en silencio, sigilosamente para que el dolor no se percatara, adelantaba el despertador una, dos, tres horas… ¡O no dormir antes que llegar tarde!  Despacio, paso a paso, poniendo mucho cuidado en apoyar bien la goma desgastada de su bastón, subía, subía, subía con pasitos cortos, superando la dificultad de la empinada y las resbaladizas losetas del suelo mojado. Ya arriba, en el bar de la esquina, algunos clientes al verla pasar comentaban: “¡Por ahí va doña Soledad, son las siete menos cuarto!”. 

Como todos los días, un camarero piadoso la seguía de cerca y antes de que iniciara el penoso ascenso por las escaleras, cogiéndola del brazo se lo decía casi al oído: 

-Doña Soledad, váyase a casa y mañana venga más tarde. Han cambiado la hora, ¿sabe usted? Hoy la primera misa es a las once.

-¿A las once? Ay, hijo, gracias, no sabía nada. Me iré, sí, con estas piernas no puedo esperar tanto tiempo. Adiós entonces, adiós.

-Adiós. Hasta mañana, a las siete en punto, doña Soledad.

1 comentario:

Jesus dijo...

Precioso. ¡Que sensibilidad!