viernes, 11 de abril de 2014

FEDERICO MAYOR ZARAGOZA

                              La calma del encinar
                              FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

Conocía a Federico Mayor Zaragoza desde su etapa como Ministro de Educación, coincidente con la mía de consejero de Educación y Cultura, aunque lo traté más directamente años después, en el CDS, cuando, como muchos otros, vino a Extremadura para ayudarnos en algunos actos electorales. Poco a poco iré contando cosas de personajes ilustres como Eduardo Punset, Ínigo Cavero, Raul Morodo, Ramón Tamames, Rafael Calvo Ortega, Arias Salgado, Rodríguez Sahagún… que en la distancia corta aparcaban los disimulos y se mostraban con absoluta naturalidad. Después de la muerte de Adolfo Suárez, aunque hay cosas que me llevaré a la tumba, no descarto la posibilidad de traer aquí un recordatorio anecdótico sobre ellos, porque todos eran unos “artistas” que tenían su “puntito”. Además, tras la publicación del libro de Pilar Urbano, a la que hay que leer sin prejuicios, Suárez y sus “aledaños” siguen en prime plano.
 
Federico Mayor Zaragoza fue uno de los más sencillos y tenía una enorme facilidad para desdramatizar situaciones embarazosas. Estuvo tres días en Extremadura, soportando una programación de cientos de kilómetros y nunca borró la sonrisa de su cara. El cuartel general lo teníamos en Badajoz y él se hospedaba en el hotel Zurbarán, en el que, por tres veces consecutivas, invitamos a los medios de comunicación a un “desayuno informativo” que nunca se celebró, porque ninguno respondió a nuestra convocatoria. Para mi aquello era  embarazoso porque Mayor Zaragoza quería desayunar con los periodistas y finalmente acabábamos desayunando los dos solos. Yo le explicaba, como disculpa, que habíamos enviado la convocatoria por la mañana, la habíamos reiterado por la tarde y finalmente se había hecho un recordatorio telefónico. “No te preocupes, esto es así y si no vienen es porque no quieren, porque no los dejan o porque no les interesa lo que podamos decirles”. Un alivio para mí, que miraba al cielo pidiendo ayuda para que algún periodista se decidiera a desayunar con nosotros. No tuve suerte, Mayor Zaragoza no interesaba y a mí me tenían muy visto.

Con Mayor Zaragoza tuve un acto en un pueblo de la Siberia, del que recuerdo una de las anécdotas más desternillantes de mi vida. Fuimos para explicar las consecuencias de la entrada de España en la OTAN y tanto él como yo nos esforzamos en dar datos sobre lo que el ingreso suponía. Lógicamente yo iba de telonero y mi intervención fue corta, pero Federico se empleó a fondo y estuvo más de media hora explicando lo que era la OTAN. Al concluir su intervención, como siempre hacía, ofertó la posibilidad de abrir un coloquio y después de unos segundos de silencio, cuando ya nos despedíamos, un señor mayor, desde la primera fila y sin quitarse en cigarro de la boca, levantó la mano pidiendo la palabra. Mayor Zaragoza le animó: “Bueno, pues yo venía preocupado, pero me voy tranquilo porque por lo que ha explicado usted eso de la OTAN no nos afecta porque cae más bien al sur ¿verdad?”. Federico, sorprendido, apenas pudo responder con un “pues sí, entre el norte y el sur, más o menos”.


De vuelta a Badajoz, nada más montarnos en el coche, a Mayor Zaragoza le dio un ataque de risa: “Jo, tengo que revisar mi intervención porque por lo que ese señor ha dicho soy una puta calamidad. Media hora hablando de la OTAN y lo que ha entendido es que “eso cae más bien al sur”. “Yo también lo he entendido así, Federico”, le dije muy serio: “¿De verdaaaaaad?”

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