sábado, 5 de octubre de 2013

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                           La calma del encinar
                              FRANCISCO
                                               Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com

Yo fui bautizado como Tomás Francisco, pero creo que es la primera vez que lo digo y que lo escribo, aunque ahora, con este Papa, ganas me dan de rehabilitar el nombre e ir de Francisco por la vida. Una vez le pregunté a mi madre que de dónde había sacado el Tomás Francisco: “Tomás por tu padre y Francisco porque al cura le dio la gana y aquel año le puso Francisco a todo el que nació”. Pues bien hecho por el cura, con un par, porque mi tocayo nos está afranciscando un poco a todos los que creemos que en la mesa de la Iglesia sobra mucho cubierto dorado, mucho candelabro y mucho mantel. Es verdad que hay instituciones que si pierden las aclamaciones, los fulgores y el boato parecen otra cosa, pero a uno le cuesta imaginar a aquel humilde carpintero, que reclutaba pescadores rudos y analfabetos, cubriéndose  con camisas de seda y mantos de armiño. ¿Necesita la Iglesia de hoy la distancia que impone la sobreactuación y la parafernalia de su abigarrada liturgia? El Papa Francisco, que algo debe saber de la Iglesia y de la corte vaticana, parece que quiere ir en otra dirección.

Un Papa que elige el nombre de Francisco, sin más; que abraza a sus amigos, no deja que la gente se arrodille ante él, prefiere dos habitaciones en un convento al lujoso aposento del Vaticano, conduce un utilitario por las calles de Roma, entra en un comedor de barrio para saborear una sopa de fideos y elige a un periodista ateo para hacerle una declaración de principios es, al margen de interpretaciones torticeras, una persona, muy persona, que no quiere dejar de ser persona. Los detractores que ya le están saliendo, razonan que es un Vicario de gestos y palabras sin compromiso, y que su postura, apostura dicen, puede rebajar la dignidad y el fuste del cargo para sumergirlo en la cochambre, como ya intentara Juan Pablo I, el breve por sus escasos 33 días como obispo de Roma… ¡Ay, ay, que tufo me da que se una el nombre de Francisco al de Juan Pablo I, es algo que no lo puedo remediar!
 
 De momento tenemos un Papa diferente, que conecta con la calle, no anatematiza a nadie y señala el problema pero para aportar la solución. Manuela Martín dice en un tuit que “a la Iglesia le pasa como a nuestros partidos políticos, que necesita una renovación a fondo. Y el Papa está en ello”. Puede ser, porque desde el día que llegó está señalando un camino diferente y manifestándose de forma valiente y directa contra la corrupción, el conformismo, el disimulo y la falta de compromiso de algunos eclesiásticos a los que puso en órbita al día siguiente de su elección. Más que traer cochambre parece que se ha empeñado en quitarla. Y no deja de arrimarse cuando señala a una Curia vaticanocéntrica que sólo se ocupa de los intereses del Vaticano: “los jefes de la Iglesia han sido con frecuencia narcisistas, adulados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado”


Tampoco se  acomoda con los meapilas que se anclan en vacías elucubraciones filosóficas y  señala lo que para la Iglesia es esencial, los dos males más graves que el mundo sufre en estos momentos: el desempleo de los jóvenes y la soledad en que se abandona a los viejos”… Pues eso, que me suena muy bien lo Tomás Francisco.

1 comentario:

Jaime Ruiz Peña dijo...

Comparto todo lo que dices, y visto que hoy desnudas tu nombre yo te desnudo el mio: Jaime Salcedo Eugenio. Y comparto absolutamnete tu visiòn del Papa Francisco. Y creo que el primer polìtico que actùe desde dentro, con credibilidad, en esta lìnea, darà un gran paso.