sábado, 19 de octubre de 2013

NIÑOS PROHIBIDOS

                           

                            La calma del encinar
                            NIÑOS PROHIBIDOS
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

Tenía el carné/oro de una cadena hotelera que servía para que en toda su red me hicieran descuentos, me invitaran al desayuno y me recibieran con una cesta de frutas y una botella de cava. No lo busqué, azar puro y duro, pero, sin saberlo, me había hospedado en cinco ocasiones en sus hoteles y como está todo centralizado y nos tienen controlado hasta el aliento, un buen día, -¡bingo!-, recibí la tarjeta vip de la red y, para estrenarla, la invitación a pasar un fin de semana gratis en cualquiera de sus establecimientos. Todo fue bien y como me da igual un hotel u otro, siempre que sean limpios, estén bien atendidos y no resulten excesivamente caros, a partir de entonces procuraba coger establecimientos de la misma firma, porque cumplían las tres reglas y acumulaba puntos que me garantizaban más descuentos... Idilio perfecto.

Pero salta la noticia de que en un hotel de esa cadena, en Andalucía, habían rechazado a niños con síndrome de Down, y poco después negaron la reserva, en otro hotel de Cataluña, a un grupo de discapacitados psíquicos. Esa fue la gota que colmó el vaso. Busqué las dos noticias, las imprimí y junto con mi tarjeta de cliente vip, las metí en un sobre y lo remití por correo certificado a la central de la cadena, con un mensaje, lo reconozco, excesivamente delicado: “¡Váyanse ustedes a la mierda!”. Ahora hago lo mismo, pero al revés, busco los hoteles de la cadena pero para excluirlos, como ellos hacen con los discapacitados psíquicos y con los niños con síndrome de Down. Supongo que mi rechazo, gota en el océano, concluyó en una papelera y que no habrá llegado más allá del administrativo que abre las cartas, pero yo, como el mozo de “Profecía”, me quedé muy tranquilo.

¿Nos negamos a compartir hotel con negros, judíos, marroquíes, bajitos, feminoides, calvos o feos? No, claro, eso parece superado y suena fatal, a pureza de sangre y todo eso, a recuerdos  que nos llevan hasta los aledaños de Holocausto, pero existe cierta tolerancia y comprensión con otros rechazos porque hay tiparracos/bazofia, energúmenos muy selectos, que prefieren evitar al lado de su mesa a discapacitados, a niños con síndrome de Down o parapléjicos con sus molestos carritos. Es mejor ocultarlos, cazo y cerrojazo para que nadie los vea porque pueden resultar incómodos y no es estético para sus exquisitas conciencias. Hace días un petimetre nauseabundo, presentador afamado que ocupa casi toda la parrilla de una cadena y que va de delicadito, decía que él no va a hoteles donde se admitan niños, porque dan voces, corren por los pasillos, juegan en la piscina, gritan en las habitaciones… Aseguraba que cuando no tiene más remedio, reserva tres habitaciones contiguas y él que queda en la del medio, con el colchón de seguridad de las otras dos.

 La sirena de alarma volvió a ulular porque ¿es que hay hoteles que no admiten a niños? Sí, hay hoteles en los que no admiten a niños. Y lo publicitan con toda claridad para atraer a los clientes sofisticados, como el refinado presentador, a los que hay que levantarles decorados de cartón piedra para que no les incomode la realidad. Niños prohibidos, padres marginados, familias excluidas, lo vemos normal, con total naturalidad y, lo peor, me dicen que es legal… ¡Pues que se vayan a la mierda!


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