sábado, 28 de septiembre de 2013

INFECCIÓN OPORTUNISTA

                                            La calma del encinar
                                   INFECCIÓN OPORTUNISTA
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com


Una infección oportunista es una enfermedad causada por un patógeno que habitualmente no afecta a las personas sanas. Pongamos nombre a los patógenos y al cuerpo enfermo y podremos explicarnos algunos de los acontecimientos actuales, que han supuesto cambios históricos e incluso la muerte prematura de los cuerpos infectados. Un conocido patógeno actual es Shelson Adelson, el tío de Eurovegas que con su pinta de mafioso llegó a España para reírse de nuestras leyes, comprándolas a precio de saldo. Eso no lo hubiera hecho en un país sano y que se respeta, pero debe conocer el carajal que tenemos montado y, como buen patógeno, aprovechó la enfermedad para agrandarla, atreviéndose a ponernos precio, como si toda España estuviera en una esquina, haciendo la calle y moviendo el bolso. En un país decente lo hubieran subido al avión después de haberlo pelado al cero, pero aquí, como si esto fuera una mancebía,  miramos el fajo de billetes y nos pusimos en fila para que eligiera. Esperanza Aguirre, su sustituto, la alcaldesa de Madrid y hasta el presidente del Gobierno, se pusieron a sus pies. Y para colmo, mandan a la ministra de Sanidad, vaya papelón, para que venda lo conveniente que puede resultar para la salud el cáncer de pulmón.
 
¿Se acuerdan de la “marcha verde” de 1975,  auspiciada por Hassan II? Pues fue pionera de las infecciones oportunistas. El rey de Marruecos ejerció de patógeno y organizó su pataleta catorce días antes de que Franco falleciera. Aprovechó la confusión del momento, el vacío de poder y el desconcierto de una España enferma y anclada en un signo de interrogación, para ensanchar la sangría y chupar de ella. Antes no se hubiera atrevido y después hubiera sido tarde, por lo que el alauita,  patógeno irredento,  aprovechó la enfermedad de España para sumar a ella una infección oportunista que le permitiera ocupar el Sahara español, sin declarar abiertamente la guerra y, como siempre hizo, dejando que el pueblo marroquí, familias enteras con sus ancianos y niños, tomaran la iniciativa de la  “espontánea marcha”.

¿Otro patógeno del momento? El alguacil de Gibraltar, un tal Fabián Picardo que, como hizo Hassan II, aprovecha la situación de debilidad de una España debilitada para organizarnos otra marcha, pero ahora cambia el verde por el gris cemento. Con un par y sabiendo que lo que mejor se nos da es ponernos de perfil y lloriquear un poco para disimular, nos golpea con bloques de hormigón para que, por la fuerza de los hechos, avanzar Gibraltar en la misma medida que retrocede España. Bla, bla, bla, como saben que somos un cachondeo, se divierten y se cachondean. ¿Imaginan la reacción de Inglaterra si España hubiera osado tocarle un centímetro a Gibraltar? Pues eso.


Pero el gran patógeno de nuestros días es  Artur Mas. El tipo se fuma un puro con la Constitución, se carcajea del Gobierno, le hace cortes de mangas a leyes y tribunales y mira al resto de España como el coyote al correcaminos. Como todos los demás, nos tiene tomada la medida, sabe que estamos malitos y nos inocula infecciones oportunistas. Y el gran Mariano, émulo del gran Zapatero, de perfil, mirando al cielo y rezando para que escampe. 

sábado, 21 de septiembre de 2013

EXTREMADURA SIN REMEDIO

                              

 La calma del encinar
                            EXTREMADURA SIN REMEDIO
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

Lo peor de nuestra situación es que la aceptamos con una resignación, maldita resignación, que tiene poco de cristiana pero mucho de cobarde. Extremadura soporta su ruina, impávida, cabizbaja, sometida y rotando la gorra, igual que en los Santos Inocentes, como si no hubiera solución alguna para nuestra dramática situación, camino de los 200.000 parados, y fuera sentencia bíblica que le quiten el pan de la boca para gastárselo en farolillos, confituras y matasuegras. En pocas ocasiones, como ahora,  he visto en un documento oficial, la plasmación de la burla macabra y la desvergüenza que supone desviar inversiones de centros de educación infantil y primaria, por un importe de 521.676.58 euros, para pagar el extraño guateque de los premios Ceres de teatro. Esto es algo que no tiene justificación y que indica claramente las prioridades de los que nos gobiernan, amén del desprecio que les merecemos como gobernados. Los premios Ceres, que ya los rechazaron en otras comunidades por su elevado coste, han encontrado cobijo en Extremadura y aquí los pagamos, como si nos sobrara, a costa de ya sabemos qué.

Supongo que no soy el único con dificultades para encontrar respuestas y  argumentos a determinaciones irracionales. En la dialéctica del día a día todos hemos aprendido a pertrecharnos de cierto blindaje e incluso, ante lo imprevisible, podemos dar un capotazo  para que el morlaco pase causando el menor daño, pero con  lo estrafalario y lo inconsistente somos muchos los que nos quedamos colgados de la brocha. Recibir a “porta gayola” es cosa de toreros preparados para el salto imprevisible del animal, cuando, cegado por la luz, sale dispuesto a empitonar al mismísimo sol,  pero fuera de la torería son pocos los que tienen temple para razonar con un tren que se aproxima bufando, ciego, sordo y sin frenos.  Pirrón,  el primer filósofo griego que hizo de la duda el problema central de su filosofía, (270 a de C), decía que “las determinaciones irracionales tienen poca consistencia pero mucha fortaleza” y su sentencia sigue hoy plenamente vigente. Sobre todo en Extremadura, donde somos capaces de digerir sin vomiteras que nos quiten el pan para gastárselo en juergas.

Se puede razonar, dialogar y discutir con un semejante, pero lo estrafalario  tiene a su favor la fortaleza de lo irracional, aunque sus argumentos carezcan de la menor consistencia. En la distancia corta, como sorprenden, llevan siempre las de ganar, aunque el desbarajuste mental los desarme una vez que ha pasado el furor de la embestida. Pero los hay que, sin ser brutos ni irracionales, utilizan el tambor como estrategia y aún sorprenden más porque no se espera de ellos que entren como monos aulladores en plena misa, alarmando a toda la feligresía. Es el caso de lo que está ocurriendo en Extremadura. Nos están sorprendiendo con golpes fatuos de audacia y determinaciones meramente publicitarias que incluso nos dejan sin respuesta porque nos cuesta creer que en medio de la ruina generalizada en la que nos estamos convirtiendo, nos vendan casi a diario fanfarrias y coheterías, haciendo de lo superfluo lo esencial y de lo esencial lo superfluo.


Somos una ruina a la que están arruinando más y más, prevaliéndose de nuestra mansedumbre, conformismo y pasividad. ¡Viva la siesta!

sábado, 14 de septiembre de 2013

I CAN´T SPEAK ENGLISH

                            

                            La calma del encinar
                            I CAN´T SPEAK ENGLISH
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

Para el 93% de los españoles que, como yo, no saben inglés, he titulado “yo no sé hablar inglés”, pese a que las risas de los últimos días, a cuenta del ridículo de Ana Botella, puedan dar la sensación de que en España hasta los espetos de sardinas dominan la lengua inglesa. Para mi lo peor de la alcaldesa fue pretender dar gato por liebre, gesticulando ridículamente con un discurso memorizado en un idioma que ignora. Aunque el fondo del discurso era tan malo como, al parecer, el inglés en el que lo envolvió, resultaba evidente su sobreactuación, simulando, no precisamente en diferido, un dominio del inglés que no tiene. Ridiculazo. No ponerse unos cascos de traducción para aparentar seguridad, salir por peteneras, respondiendo a lo que no se le había preguntado y echarle jeta al asunto, la dejaron mucho más en evidencia que si hubiera hablado en español, aunque tampoco se le dé especialmente bien.

Pero después del estropicio de la presentación de la candidatura de Madrid como sede olímpica, no salgo de mi asombro al oír la crítica que se ha hecho a los dirigentes políticos, desde Suárez a Rajoy, por no saber expresarse correctamente en inglés. En algunas tertulias, donde se supone que todos los tertulianos, desde Paz Padilla a Miguel Ángel Revilla, son vecinos de Shakespeare, llegaron  a proponer que para ocupar una representación política de cierto nivel se pase previamente por el correspondiente examen “para evitar que hagamos el ridículo”. Y para ilustrar lo del “ridículo” se proyectan videos de Franco, Zapatero o Sergio Ramos, esforzándose con la lengua inglesa… Es bueno saber idiomas y desde luego es conveniente saber inglés, no solo porque en los foros internacionales es la lengua predominante, sino porque su conocimiento permite andar por medio mundo entendiéndonos con la gente, pero me parece excesivo que la ignorancia de ese idioma nos lleve al  ridículo como alternativa.

En caso de necesidad los traductores suplen la carestía y cuando el primer ministro inglés ha visitado España, como es un palurdo que no sabe español, viene con su equipo de traductores, que son esos señores que se sitúan prudentemente detrás del ignorante y sisean bajito y casi al oído. ¿Qué problemas hay en usar traductores si los tenemos en nómina incluso en el Senado? Para los del zafarrancho, hay artilugios que permiten pedir unas cebollas caramelizadas, aunque después nos sirvan aros fritos con témpura. Los mayores de 50 años tenemos la justificación de que el inglés no estaba en nuestros planes de estudio, pero, pese a las risas generalizadas,  resulta que hoy  el 72% de los alumnos españoles tampoco hablan inglés. ¿Qué razones hay para tanta risa, tanta indignación y tanto rasgar de vestiduras? Si hacemos caso a las estadísticas, la inmensa mayoría de  que se mofan por los que no lo saben, no tienen ni puñetera idea del inglés, pero se ríen. Se ríen en gilipollas patatero, que es un idioma que dominan a la perfección.


Y ya que estamos en faena, los ingleses deberían cambiar el sentido de la circulación vial y adoptar el del resto del mundo. La mejor manera sería hacerlo escalonadamente, primero los autobuses, un mes después los camiones, después los coches… The end.

sábado, 7 de septiembre de 2013

SI ME NECESITAS, SILBA

                            La calma del encinar
                            SI ME NECESITAS, SILBA
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

He visionado muchas veces la película “Casablanca”, en incluso he escrito, he participado en coloquios y hasta he dado algunas charlas sobre ella, destacando siempre sus garrafales fallos de producción y montaje y sus enormes aciertos literarios, dejándonos fragmentos aislados de diálogos que perduran en la memoria colectiva, incluso de los que no la han visto.  Así, la frase más recordada de Bogart en “Casablanca” es curiosamente una que jamás pronunció: “tócala otra vez, Sam”. A Bogart le aburría que en cada una de sus presentaciones se recurriera a semejante invento y en alguna ocasión, visiblemente alterado, lo desmintió inútilmente, porque el “tócala otra vez, Sam” se había acuñado en la fraseología popular y era imposible borrarlo. “¡Tócala otra vez, Sam, tócala otra vez, Sam!” dicen que repetía asqueado cada vez que se emborrachaba. Lo más cercano lo dijo Ingrid Bergman y fue “tócala una vez, Sam, por los viejos tiempos.

Pero es que de Lauren Bacall, con la que estuvo casado, también ha trascendido un “si me necesitas silba”, que tampoco dijo nunca en “Tener o no tener”. El error estaba tan asentado que cuando se casaron, Humphrey Bogart le regalón un silbato de oro, que la Bacall lucía como colgante, aceptándolo como irremediable.  Bacall, que a sus 89 años sigue participando en algunas películas, confiesa que no pasa un solo día sin que alguien le silbe, rememorando una frase que ella nunca pronunció en la película. Como Bogart con el “tócala otra vez, Sam” ella soporta con estoicismo el “si me necesitas, silba” y recuerda que en una ocasión, al entrar en un restaurante de Roma, todos los comensales se pusieron en pie, aplaudiendo y silbando. Una marca de refrescos llegó a ofrecerle tres millones de dólares si decía en un anuncio la puñetera frase que lleva 70 años persiguiéndola.