sábado, 18 de mayo de 2013

BOFETADAS POR FAVORES


                           

La calma del encinar
                            BOFETADAS POR FAVORES
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

En 1925, Jacinto Benavente, que tres años antes había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, fue a dar una charla a Valladolid y el alcalde de la ciudad, que además era el presentador del acto, lo previno:
 -Don Jacinto, no me extrañaría que le reventaran su conferencia porque le advierto que hemos detectado que en Valladolid tiene usted muchos enemigos…
-¿Ah, sí? –Respondió Benavente. ¿Y cómo es posible eso, si en Valladolid yo no he hecho favores a nadie? Lo habitual es recibir bofetadas por favores, pero no habiendo hecho favores, no está justificado que me odien. ¡No pasará nada!
La conferencia transcurrió sin incidentes, tal y como Benavente había previsto, porque, efectivamente, no mediando favores, no se justificaba ninguna algarabía en contra.

Mucho tiempo después, la fina sentencia de Benavente permanece vigente y lo normal sigue siendo recibir “bofetadas por favores”. Gente (más bien gentecilla) a la que has ayudado o con la que te has volcado para sacarlo de un apuro, se vuelven en un baldosín y en cuatro días borran su disco duro. Tan duro como la cara que tienen. Ningún problema moral para pedir todo tipo de favores, sin pestañear por el daño colateral que puedan causar a terceros, pero, eso sí, sin aceptar el “toma y daca”, porque su “espartana moralidad” no les permite dar un paso más allá de la estricta justicia. La de la ley del embudo, claro.  Una vez logrado su objetivo vuelven a ponerse el manto de la solemnidad, seriecitos, se sitúan en otra onda y se alejan como si fueras un lastre que les impide correr, aunque más que ellos corre el refrán: “Es mal nacido el que no es agradecido”.
 
Serviste mientras serviste y cuando dejas de servir ya no les sirves. Ellos, los mismos que pedían y pedían porque “los amigos estamos para eso”, toman distancia, se incomunican, se ponen dignos, maravillosos y exquisitos si tienen que hacer algo por ti,  porque ahora “los amigos no estamos para eso”. Los favores no se exhiben, aunque sobre mi conciencia pesen algunos, de los que he hecho a lo largo de mi vida, de los que no estoy precisamente orgulloso. Mover un papel por alguien, interceder, escribir o aliviar una situación comprometida, va siempre en detrimento de la norma o de un tercero al que hay que penalizar. Son cosas que se aprenden con la edad y conociendo a sabandijas ingratos que, cuando tienen la oportunidad de hacer algo para devolver parte de lo recibido, se ponen de perfil porque se sienten demasiado altos para comprometer su “estricto sentido de la justicia”. Estos tipos de “moral rigurosa”, tartufos de medio pelo, suelen clamar después por situaciones de injusticia… Y como comencé con Benavente, concluyo con él:

A una cena literaria, organizada para agasajar al premio Nobel por su exitoso “Campo de armiño”, asistieron varios políticos. Uno de ellos, un diputado pedante y demagogo, levantó la copa para hacer un brindis, pero acabó incursionándose por la desastrosa situación económica del momento y concluyó exclamando de forma dramática:
-¿Qué será de nuestros hijos?
Para dar la réplica don Jacinto levantó también su copa:
-Bueno, bueno, en su caso concreto, no dramatice su señoría porque me han dicho que sólo tiene un hijo y lo acaban de nombrar subsecretario de Hacienda.

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