sábado, 16 de marzo de 2013

EL PSOE VENIDO A MENOS


                                   La calma del encinar
                            UN PSOE VENIDO A MENOS
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com


Adolfo Suárez admiraba mucho al PSOE como organización política, sobre todo desde que contra todo pronóstico e incluso contra su propio criterio, -“OTAN, de entrada no”- rectificó y sacó adelante un referéndum que cuando se convocó estaba perdido en todos los sondeos. Eran los tiempos del tánden Felipe y Guerra, de la disciplina férrea en el que se sabía que “el que se mueve no sale en la foto”.  En el panorama político existían partidos que ocupaban toda la regleta ideológica, pero el partido, partido, partido, era el PSOE, no sólo por su asentamiento en todos los núcleos rurales, sino porque su jerarquía era tan indiscutible como admirable la disciplina de sus bases.

Felipe González en el Gobierno y Alfonso Guerra en el partido, urdieron un entendimiento de poder bifronte que aportaba una innegable eficacia, porque al margen de episodios anecdóticos, la doctrina o el criterio que se elaboraba en Madrid era la doctrina y el criterio de todo el partido, hasta del último bastión rural. Ya existía en Cataluña el PSC, en Galicia el PSG… e incluso en Extremadura se hacían llamar PSOE-PSE, pero era una estrategia  para evitar que el nombre de socialistas apareciera en otras siglas, porque en el fondo y pese a la apariencia de pluralidad regional, el PSOE era único y de indivisible criterio. Romper la disciplina en una votación era algo impensable, porque los socialistas se movían en todos los niveles institucionales sin fisura alguna entre ellos.

¿Qué queda hoy de aquella urdimbre perfecta, que se comportaba como un acorazado frente a todos los demás? Queda algo importantísimo: la disciplina de las bases, el respeto a las jerarquías y el silencio público que la militancia mantiene, aún desde la discrepancia. Incluso en la etapa más desternillante de un Zapatero desnortado y un Gobierno sin rumbo, los socialistas callaban o cambiaban de registro antes que tirar piedras a su tejado. Veían, como todos los demás, que el gran pirado los llevaba a la ruina, pero lo asumieron con docilidad de borregos, como una consecuencia inevitable. Era muy difícil escuchar públicamente alguna voz discrepante, pese a que alguno, como nuestro particular “pío, pío”, se dedicara a romper algún que otro cristal para la galería, mientras mostraba sumisión y docilidad, hasta el punto de defender el Estatuto catalán o decisiones que perjudicaban a una Extremadura que él presidía desde el gobierno autonómico.

Hoy el PSOE sigue teniendo la mejor militancia, la más fiel, disciplinada, entregada y silenciosa, pero la cúpula del partido está agrietada y la lluvia y el viento ensanchan unas brechas que cada día producen más desconchones en el edificio. Del PSOE de ayer apenas quedan las siglas y después de haber soportado, con silencio cobarde, a un Zapatero que les arrebató incluso Extremadura, ha ido deambulando, a la deriva, aferrado ahora a un Rubalcaba en el que posiblemente no crea ni el propio Rubalcaba. Pero lo mantienen, con desgano pero lo mantienen, esperando el milagro de una resurrección imposible porque a Rubalcaba lo han devorado las larvas de su trayectoria, anclada en la memoria colectiva. El PSOE venido a menos, si no cambia su deriva, todavía tiene mucho por perder. Y lo perderá.

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