La calma del encinar
CON PERMIZO DE HUZTEDES
Tomás
Martín Tamayo
No sé por qué ahora toca
desprestigiar a los maestros con la patraña de unas oposiciones celebradas en
la comunidad de Madrid hace un par de años. Incluso lo más sesudo del
columnismo español y los tertulianos televisivos más redichos y avispados, se han hecho eco de las desternillantes
respuestas que los maestros opositores dieron a las cuestiones que se
plantearon en el examen, metiendo a los cinco mil aspirantes en el mismo bombo
de la ignorancia y, ya de paso, cuestionando la capacidad de los maestros en
general para impartir la docencia, incluso en los primeros ciclos de la
enseñanza. La gran cuestión de fondo que se plantea es “¿qué aprenden los
maestros en su carrera?” y la interrogante inmediata ¿cómo podemos dejar a
nuestros hijos para que aprendan de unos ignorantes que escriben Madriz?”.
Los sabihondos que se parten de risa
subrayando algunas respuestas, ciertamente desternillantes, parecen ignorar que
el maestro, como el médico, el ingeniero, el abogado o el periodista, cursaron
primaria juntos, juntos hicieron el bachillerato y se presentaron a la misma
Selectividad, que es donde se adquieren los conocimientos generales y donde, se
supone, deben aprender que el Tajo es un río español y que la gallina no es un
mamífero. ¿Qué tiene que ver la medicina, el derecho, el periodismo o el
magisterio con esta carencia de base? Los conocimientos básicos, los primarios,
como saber que dos y dos son cuatro o que los nombres propios se escriben con
mayúscula, se adquieren en primaria o en la enseñanza básica y cuando se supera
el Bachillerato, el COU o la Selectividad y se inicia una carrera universitaria
son otras las cuestiones que se plantean.
No creo que a ningún alumno de arquitectura se
le enseñe en qué continente está Austria y que a ningún periodista se le ponga
una prueba para que demuestre que sabe sumar, porque eso pertenece y debe
haberse superado en otros ciclos de la enseñanza. El alumno de derecho, o de
medicina, que llegue a la facultad creyendo que escrúpulo es la salida del sol
y escribiendo “veverlo” o “Valladoliz” podrá aprender mucho derecho y mucha
medicina, pero cuando termine la carrera, seguirá afirmando que el gato es un
“astuto”. Y con el magisterio ocurre lo mismo. Yo soy maestro y no recuerdo que
durante mi carrera ningún profesor me preguntara si la capital de España
termina en d o en z. A mí, como futuro maestro, me enseñaban a enseñar, como al
futuro abogado se le enseña derecho. Tengo una sentencia judicial de once folios,
en la que el señor magistrado que la firmó solo incurrió en 34 errores
ortográficos. El bachillerato que yo cursé tenía un ingreso previo, que no se
superaba con tres errores ortográficos. ¿Se ha molestado alguien en poner un
dictado a los alumnos de quinto curso de periodismo?
Hay muchas “antologías del
disparate” y si los disparates van subiendo hasta llegar a ese nivel, lo que
deberíamos cuestionarnos son unos planes de enseñanza, permisivos casi hasta lo
inexistente, que permiten que sin los conocimientos mínimos se pueda pasar a la
universidad. ¿Un ejemplo reciente? En
Extremadura hemos patentado una ESO a la carta de siete meses y después nos
escandalizaremos de que muchos de los que la aprobarán, previo pago de los mil
euros, no sean capaces de sumar los números de su DNI. ¿Los inventos con
gaseosa? Pues eso.