lunes, 7 de noviembre de 2011

HISTORIAS DE SANTOS


Cuando era niño, el cura de mi pueblo, Campillo de Llerena, nos leía un libro de pastas negras y letras doradas, "Historias de Santos". Estoy seguro de que aquel buen señor lo que pretendía era inculcarnos el valor de la fe y el sacrificio, pero lo que realmente conseguía era atemorizarnos porque no había una sola historia que acabara bien. Eran unos relatos terribles, empapados de sangre de mártires, de sacrificios y renuncias que escuchábamos con cierto embeleso, esperando siempre el final de la historia, que era donde se cargaban las tintas. A veces tuve pesadillas porque las imágenes que ilustraban el libro eran precursoras de las de Freddy Kruger, pero con el único efecto especial de la entonación tenebrosa del sacerdote. Yo creo que aquellos relatos me apartaron de la vocación de santo, porque a mi aquello de la santidad me pareció siempre un trabajo muy duro y tan peligroso que siempre acababa mal. Nunca nos leyó una historia de alguien que habiendo vivido bien hubiera acabado santo.

Después supe que para llegar a santo no había que estudiar mucho ni hacer oposiciones y que los santos son como recinocimientos académicos que concede la Iglesia, como los títulos nobiliarios son cosa de los reyes, por lo que apenas caben discusiones sobre los elegidos. La Iglesia valora los méritos y la Iglesia, según su criterio, eleva a los altares a quien considera oportuno, aunque todo el proceso sea opinable. Y los con títulos nobiliarios más de lo mismo, los reyes los concede a quien le da la gana. Ya se sabe que algunos linajudos títulos nobiliarios se lograron a cambio de unos caballos de raza y otros por no pasar a lo reyes la factura de los embutidos de todo un año. ¡Por chorizos, vamos!

Pero volviendo a lo de los santos, un grupo de fans está intentando que la Conferencia Episcopal vuelva a instar a la Santa Sede para que se reabra el capítulo de la beatificación de la reina Isabel la Católica, solicitando la apertura inmediata del proceso de beatificación, paralizado desde hace más de cincuenta años. Bueno, ya está dicho, es cosa de la Iglesia, pero por aquello de opinar, supongo que la Santa Sede, tendrá el expediente completo de las obras y milagros de doña Isabel, la que fuera reina inmisericorde de Castilla y León, la que ordenó ajusticiar a cuatro mil sevillanos en apenas dos meses, quedándose con todos sus bienes y la que instituyó los tribunales de la Santa Inquisición. Claro que si la Inquisición era santa, por qué no la reina Isabel, que la inventó. Para redondear la faena, después de sacarse de la manga a los terribles tribunales, los puso bajo la jurisdicción de un majarón sanguinario como Torquemada. Además de enfrentarse al Vaticano y poner firme al Papa, se cargó a unos cuantos obispos y ordenó la expulsión de los moriscos...

La verdad es que lo de esta señora es más terrible que las Historias de Santos que nos leía don José, porque allí los santos eran siempre las víctimas, mientras que aquí quieren santificar al verdugo. ¿Preguntará la Iglesia a los que cortó la cabeza?

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