miércoles, 18 de mayo de 2011

TINTE PARA LAS CANAS


Cuenta André Maurois en “Las Quitaesencias”, que en África a un foráneo se le acercó un nativo que, en voz baja y suplicante, le imploró: “Por favor, dame un tinte para mis cabellos, porque si ven que encanezco me matarán”. En el lugar era costumbre subir a los que encanecían a lo alto de un cocotero que luego sacudían con violencia los jóvenes más fuertes del lugar. Si era capaz de soportar agarrado al árbol la violencia del cimbreo, tenía derecho a seguir en la aldea, pero si se caía, lo remataban en el suelo. André Maurois compara la brutalidad del método con las prácticas aparentemente civilizadas que se imponen en muchas “aldeas” en las que, con la misma crueldad, se sentencia al hombre al que se considera acabado.

Cada pequeña aldea tiene en lugar preferente su cocotero, esperando el cimbreo de los brutos para precipitar a los más débiles contra el suelo. Viéndolo así, el cocotero, como el árbol del ahorcado, es el vegetal más abundante del mundo, porque enraíza en nuestras conciencias y acaba por ocuparnos con su frondosidad.
La debilidad de un parpadeo, una duda, un lapsus, una cana, es suficiente para que con el dedo índice señalemos la copa imaginaria del cocotero a nuestro vecino, mientras que nos seguimos escandalizando de la dramática imagen del anciano incapaz de soportar agarrado las sacudidas del árbol. ¿Es que hacemos algo diferente? Estamos tan envilecidos que somos incapaces de ver que nuestra vida está sembrada de cocoteros, de brutos para moverlos y de ancianos que buscan a la desesperada tinte para su pelo.

En la antigua Esparta, a pocos kilómetros de la ciudad, sigue vigilante el foso de Mistra, de espaldas al monte Taigeto, desde donde los espartanos arrojaban a los niños con defectos físicos y a los desheredados de la fortuna y el tiempo. ¡Soltad amarras, lastres fuera! Los fosos de ayer, como los cocoteros de hoy, siempre se nutren de canas, de débiles y de vencidos, porque el hombre, como la gallina, siempre está dispuesto a picotear la cresta de los más débiles, no tiene piedad con los vencidos y reserva toda la trompetería para el vencedor.

¿Mañana? El cocotero ya está adornado para la ocasión y los focos lo iluminan desde lejos, para que los canosos trepen hasta su cúpula cuando se abra la urna. Y serán los propios vecinos, los paisas, los incondicionales, correveidiles, tartufos y garrapatas de medio pelo, los que cimbreen el árbol con todas sus fuerzas, para poder redimirse y buscar cobijo en la oreja de otro perro. Muchos ya estarán haciendo gárgaras, para aclamar al vencedor o para gritar contra el vencido. Sea el que sea, porque les sobran argumentos.

En todo caso y pase lo que pase en cada una de las aldeas, mañana, al filo de la madrugada, serán millares los dedos que señalen el cocotero al pobre “suricato”, (feliz definición de Jaime Álvarez Buiza sobre ZP), que lleva siete años divirtiéndose, cimbreando todos los cocoteros y ahondando todas las simas. Tiene las horas contadas y nadie le va facilitar tinte para sus canas. Adiós, “suricato”, adiós.

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