lunes, 24 de enero de 2011

BUENO, ¿Y QUÉ?


¡Ya tenemos nuevo Estatuto de Autonomía! Y el coro responde: “Bueno, ¿y qué?” Entre los políticos, a veces tan alejados del palpitar de la calle, se ha debatido mucho y durante mucho tiempo la reforma del Estatuto de Autonomía, pero se percibe claramente que eso interesa menos que el resultado de los partidos que se jugarán entre hoy y mañana, aunque el escaso interés que despierta la reforma del Estatuto no mitiga la importancia del mismo. Cuando se publicó el primero, en febrero de 1983, había inquietud y curiosidad porque nadie, ni siquiera los constitucionalistas, conocían el alcance y trascendencia del camino que se iniciaba, pero este llega en un momento de incertidumbre, en el que todo se está cuestionando, incluido el propio sistema autonómico.

En lo esencial, los estatutos, como las constituciones, suelen ser miméticos y se ven arrastrados unos por otros, de tal forma que el resultado final es uniforme porque nadie quiere quedar descolgado, ni renunciar a los que otros han conseguido. Pero, partiendo de estos principios generales, el nuevo Estatuto tiene rostro propio, remarca el carácter extremeño y singulariza nuestras aspiraciones de autogobierno. El entendimiento institucional entre Vara y Monago, PSOE y PP, ha obligado al Congreso a aceptar, a regañadientes y con calzador, aspiraciones que hubieran sido rechazadas sin el consenso con el que se presentaban. También es justo anotar el buen trabajo de los redactores, Ignacio Sánchez Amor y Manuel Barroso. El preámbulo, que tiene el dudoso encanto de la dispersión y lo quimérico, lo redactamos entre Sánchez Amor y yo mismo.

Pero creo sinceramente que los nuevos estatutos no van soportar la larga vigencia de los anteriores, porque el eje constitucional que los anima, el título VIII de la Constitución, es un vehículo que está pidiendo a gritos pasar por el taller para quitarse abolladuras, actualizarse y limitar el gasto excesivo de su desplazamiento. La descentralización autonómica ha aportado vivencias positivas, pero con un gasto imposible de sostener en un momento de declive económico como el que nos ha caído encima. No hay país que soporte el lastre de diecisiete “países” agarrados a sus faldones. Las autonomías, empujadas por la irracionalidad de los nacionalistas, están quebrando el sistema y hoy se las ve más cerca del problema que de la solución. El tiempo que se tarde en revisarlas a fondo, limitando con mano firme la espiral de la estulticia que anida en ellas, es tiempo que se habrá perdido, porque, antes o después, habremos de afrontar su revisión. Es insoslayable.

La estupidez que hoy anida en todas las autonomías, al rebufo de la catalana y la vasca, multiplicando el gasto, alejándolas del administrado, saturándolas de corrupción e inútil burocracia y limitando su eficacia, está logrando la ojeriza de los sufrientes que las pagan, porque las salvas y los cohetes de feria no son compatibles con el hambre. Antes de que saturen el vaso de la paciencia, deberíamos reconocer los errores y abusos cometidos y volver a su origen. Cuando Suárez dijo “café para todos”, no quiso abrir una competición entre gilipollas.

miércoles, 19 de enero de 2011

NOS ESTÁN COCINANDO


Hace años leí la sentencia de un violador, ingresado en la prisión de Badajoz, que, sin negar la autoría de su delito, argumentaba como atenuante que siempre usaba vaselina para violar a sus víctimas. He recordado la anécdota al recibir un correo electrónico, “la metáfora de la ranita”, que cuenta que a una ranita la depositaron en un cazo con agua, que pusieron a hervir. Al principio el batracio se sintió feliz porque el cazo estaba limpio, el agua clara y ella se podía desplazarse mientras el agua se calentaba casi imperceptiblemente, poco a poco. El agua tibia aportaba una sensación placentera y la ranita se sentía feliz. El agua siguió calentándose, aumentando su temperatura décima a décima, grado a grado, y la rana comenzó a sentirse incómoda. Aquello ya no le resultaba relajante, su piel comenzó a resentirse y sus músculos perdieron elasticidad.

Como todo había sido muy lento, le fallaron los reflejos y decidió estarse quieta, pararse y esperar, pero cuando quiso saltar fuera del cazo ya estaba atrapada porque el lento cocer había agarrotado su instinto de supervivencia y, sin fuerzas, se entregó resignadamente, mientras los borbotones del agua la ocultaban en el fondo. Si a la rana la hubieran zambullido en el agua caliente desde el principio, habría croado con rabia, saltando fuera como un resorte, pero el lento cocer la agarrotó, limitó sus reflejos y murió sin luchar, mansa, aceptando con resignación un final que podía haber evitado usando sus energías.

El violador intentaba atenuar la violencia usando la vaselina, pero eso no evitó que sus víctimas se sintieran agredidas. Si hubiera usado el paso a paso, el poco a poco, la vuelta imperceptible del torniquete, y el lento cocer del agua, sus víctimas habrían aceptado la violación como un acto lógico y natural, sin denuncias ni aspavientos… Eso es lo que nos está pasando, nos están violando sin vaselina, pero cociéndonos a fuego lento, lo que nos hace más indolentes, acomodaticios y vulnerables.

Sí, a España también la están cocinando lentamente. Cada día dan más calor al puchero y, como la ranita, lo aceptamos todo, resignados al agua hirviendo, esperando que pase el tiempo, sin hacer nada. A base de cocer y cocer, España es hoy un pueblo sin resortes, atrofiado, sin gallardía, sin energías y casi sin dignidad. Mientras la mitad de España roza los límites de la pobreza, cinco millones de parados miran el agua hirviendo con miedo y familias enteras tienen que bajar la cabeza, humilladas, camino de los comedores sociales, con su dinero, unos desalmados, socialistas y nacionalistas, montan una costosísima Torre de Babel en el Senado para hablar payasadas, riéndose del dolor ajeno en cuatro idiomas. Más de 350.000 euros anuales costarán esta última pirueta de unos políticos asentados en la grotesca banalidad de una representación que no ejercen y acomodados en unos sillones que no merecen. España a la deriva mientras el Senado se divierte dando más fuego al puchero. Nos están cocinando lentamente, pero nosotros quietos, con cara de alucinados y sin parpadear mientras nos achicharran. Silencio, que nadie se entere.

jueves, 13 de enero de 2011

ESPAÑA SIN PROBLEMAS


Estoy hasta ahí mismo de tanto rollo de tabaco y tanto drama de fumador. Parece como si en España no tuviéramos otro problema que las dificultades de los pobrecitos fumadores, -¡ángeles míos!- que se ven obligados a fumar en la puerta del bar, pasando frió… ¡Qué lástima, que tragedia tan espantosa! Muchas veces hemos tenido que precipitar un almuerzo o abandonar una boda, sin llegar a los postres, porque el asqueroso humo no nos dejaba respirar y hemos tenido que renunciar a cenas gremiales de navidad, para evitar enfrentamientos con los que no pueden pasar una hora sin el chute, aderezándonos de miasmas, esputos y pestilencias la carne o el pescado, pero eso no cuenta.

¡Pobrecitos fumadores, lo mal que lo están pasando, siendo ellos tan exquisitos, tan educados, tan pulcros, delicados y deferentes! De pronto España se ha quedado sin parados, ya no hay dificultades para los autónomos y pequeños industriales, los jóvenes tienen su curro garantizado, han desaparecido las listas de espera para quitarse una catarata y nuestro sistema educativo ha alcanzado la excelencia, porque todo eso no tiene importancia. Lo único que importa son las lágrimas de los fumadores. Incluso nos hemos olvidado de Zapatero y de sus zapatos, porque en el Congreso de los Diputados, lleno de malsanos dictadores y rufianes caprichosos, se han confabulado para perseguir a los ángeles del fumeque. ¡Ay, madre mía, qué pena tan grande!

Han sacado a pasear a la Santa Inquisición y hasta se ha hecho un paralelismo con la persecución de los judíos y los hornos crematorios de los nazis. ¡Qué gracia, los fumadores se sienten perseguidos, aislados y sometidos a la tortura de la exclusión! Vaya dramón que hubiera escrito Shakespeare con tantas penurias y tormentos. “¿Cómo van a renunciar a derechos consolidados desde hace quinientos años?”, razonan en Intereconomía. Argumento que también serviría para mantener vigente el cinturón de castidad, el señalamiento de homosexuales y la quema de brujas.

Los fumetas, para defender sus inalienables derechos, han elegido a filósofos como don Kiko Matamoros y a científicas, como la gritona que se doctoró con un torero, que han esgrimidos argumentos tan contundentes como “el que no quiera humos que no vaya al bar”. De pronto se han dado cuenta de que los que no fumamos, que somos la inmensa mayoría, también existimos, también tenemos derecho a tener derechos y compartimos los mismos hábitos sociales, la charla, el café, la copa, el restaurante, el bingo, la discoteca… ¡Pobres fumadores, qué atropello, qué persecución, qué poco respeto a vuestras libertades individuales para ahumar a los demás! ¡Cómo se nota que estamos en una dictadura!

Incluso ya tienen un héroe-estandarte, el propietario de un asador de Marbella, que, como el alcalde de Móstoles, llama a la resistencia ciudadana contra los invasores, se ha declarado en rebeldía y ha instituido la república independiente de su establecimiento. Quince días lleva el héroe esgrimiendo razones tan poderosas como “en mi asador hago lo que me sale de los cojones”. Sí señor, con un par. Y hasta puede que así sea.

jueves, 6 de enero de 2011

LO QUE IGNORA ÁLVAREZ CASCOS


No tardará porque estamos inmersos en un revisionismo generalizado, pero, de momento, a los partidos políticos no ha llegado la regeneración necesaria. Son instituciones piramidales, que se comportan como establecimientos franquiciados, al servicio de unos intereses concretos. Su verticalidad es mohosa, con pocas ideas y menos ideales, porque todo pasa por el propietario temporal de la marca que impone hacia abajo una disciplina que se cuestionaría incluso en el ejército. Los partidos políticos surgieron encorsetados, como la propia Constitución, y treinta y cinco años después, necesitan pasar por una ITV que los libere de sus corsés dictatoriales y los ponga al día. Ese momento aún no ha llegado.

Esto, que es de primaria política, parece ignorarlo Francisco Álvarez Cascos, el que fuera todopoderoso secretario general del Partido Popular y eficaz ministro de Fomento del último gobierno de Aznar. El tiempo que ejerció como secretario general usó el puño de acero e impuso una disciplina férrea y vertical, similar a la que estableció Alfonso Guerra en el PSOE y que se resumía en “el que se mueva no sale en la foto”. Es decir, que ahora le han obligado a tomar de su propia medicina y los que están donde él estuvo, siguen la misma tónica que él siguió: “aquí mando yo”. Así es la política y Álvarez Cascos, con tantos años de oficio, no debería ignorarlo.

Ahora, después de haberse ido “definitivamente”, quiso volver al rebufo del viento favorable que empuja al PP y ha pretendido imponerse como candidato al gobierno del Principado de Asturias, “por libre”, apoyándose en una militancia que él tantas veces ignoró. Resulta muy ingenuo que alguien con su trayectoria no haya aprendido, todavía, que los partidos políticos no se rigen por el recuerdo, ni por el agradecimiento, ni por la democracia, y que la fuerza de las bases cabe en un botecito de penicilina. Álvarez Cascos puede montar su tenderete en Asturias y, con su trayectoria y notoriedad pública, es posible que logre alguna representación e incluso que esta sea a costa de restar al Partido Popular, pero, mientras no se cambien las reglas del juego, no pasa de cohetería barata, que sólo sirve para la autocomplacencia y para, en una rabieta infantil, echarle un pulso al dueño de la marca.

Los partidos políticos, todos, son muros de hormigón embadurnados de vaselina y el que tiene el mando quiere ejercerlo, como lo ejerció Álvarez Casco cuando pudo. Por eso no quieren abrirse, no quieren cambiar sus estructuras internas y no se plantean ni de lejos el sistema de listas abiertas. Si al electorado se le dan nombres en lugar de siglas, ellos perderían el mando vertical que ejercen y no podrían imponer la conveniencia del corralito, colocando al paniaguado/a que les interese. Los partidos políticos prefieren la hegemonía de la sigla a la categoría del candidato. Con excepciones excepcionales, el resultado es el que tenemos, un montón de políticos prescindibles, que aportan poco/nada, pero que saben extender con diligencia la alfombra al paso del que manda. Inutilidad, endogamia y mansedumbre es el resultado final. No creo que lo ignore Álvarez Cascos.