miércoles, 29 de diciembre de 2010

MEJOR SIN HUMO


Las multinacionales del cáncer han seguido en España el mismo protocolo que ya ensayaron, con desigual fortuna, en otros países. Primero comenzaron lanzando la especie de que restringir espacios público a los fumadores era un limitación de su libertad y de sus derechos, luego apelaron a la economía y, mientras tanto, se emplearon a fondo, en reuniones de todo color y pelaje, con los legisladores, con el Gobierno y con las autoridades sanitarias. Hicieron lo mismo cuando se tramitaba la que entró en vigor el 1 de enero de 2006 y, con astucia, topos interpuestos y mucho dinero, lograron abortar su objetivo, porque el resultado final no sirvió absolutamente para nada y dejó todo como estaba, pero con una ley garantista que curiosamente protegía el derecho de los fumadores a seguir ahumando al vecino. Pocos establecimientos colgaron el cartelito de “prohibido fumar” y pocos, muy pocos, adecuaron sus locales. Cinco años después aquella ley es un papel con el que los fumadores se encienden un pitillo.

A la vista de los pobres resultados, por los argumentos inapelables del Centro Nacional de Prevención del Tabaquismo (CNPT) y bajo el influjo ejemplar de un centenar de países que han impuesto normas más eficaces, se comenzó a elaborar la que finalmente entrará en vigor pasado mañana. y que no permite fumar en ningún establecimiento y se encamina directamente a preservar de humo el castigado sector de la hostelería. La tolerancia de muchos fumadores consiste en ahumarte el pescado, la tortilla, el vino… Como no pueden alegar nada sobre los efectos perniciosos del tabaco, los negociantes del cáncer, se han volcado en la economía del sector de la hostelería, con tan apocalípticos como infundados informes sobre la merma que va a sufrir. Según vociferan, a partir del próximo dos enero, los bares, cafeterías y restaurantes se van a quedar solos por el boicot de los fumadores. ¡Vaya memez!

Ya es bastante inmoral anteponer el euro a la salud, pero la radical merma económica que vaticinan los mercaderes del humo no se ha producido en ningún sitio, porque los fumadores son fumadores pero no son idiotas. Me juego un pitillo a que, salvo los cerriles e irredentos, ninguno va a dejar de tomarse una caña porque en el local no se pueda fumar. Y habrán ganado ellos, los sufridos camareros, a los que nunca se les reconoció un canon de riesgo laboral, y toda la parroquia, que podrá tomarse un pincho sin el aderezo de humos, malos olores, toses y esputos de todo pelaje. El tabaco mata a 60.000 personas cada año en España y si tenemos que aceptar que libremente cada uno elija, debemos impedir las tres mil muertes anuales de fumadores pasivos, obligados a pagar las funestas consecuencias del tabaco. ¡Qué inmoralidad, hablar de economía!

Como la Ley aprobada se hará realidad pasado mañana, la última vuelta al torniquete de las tabaqueras es apuntar la posibilidad de la rebelión de los fumadores y de la hostelería contra la norma. Es decir, hacer caso omiso y seguir fumando, como si nada. Bueno, eso tiene un precio que, como siempre, pagarán los más ingenuos.

viernes, 24 de diciembre de 2010

DE VOCACIÓN, SEPULTURERO



Qué pena, parece que está descartado como candidato y que anda el hombre un poco tarumba porque ya no controla ni los apretones de su esfínter. Zapatero es un pecio a la deriva, un estorbo, un peligro para la navegación en el mar picado de la política, pero puede inscribir su nombre en el record de los Guinness, porque, salvo en las dinastías hereditarias, no creo que pueda encontrarse un espécimen tan insolvente, tan carente, tan limitado y tan vacío gobernando un país democrático. Sobre la conciencia de los que lo arropan, lo protegen y lo sostienen debe caer la responsabilidad compartido de haber destrozado millones de vidas, de ser la cabeza visible de los mayores recortes sociales de la historia, de haber enfangado la convivencia ciudadana, de haber resucitado los espectros del pasado y hundido a España hasta límites inimaginables. Nunca nadie hizo tanto mal en tan poco tiempo. Más que un retiro dorado lo que merece es que se le pidan responsabilidades penales por su gestión.

Si la larga etapa de Felipe Gonzáles se cerró con corrupciones, latrocinios, mangoneos, mentiras, cal, ministros y gobernadores en la cárcel, y con una X sobre los sumarios de los crímenes de Estado, la de Zapatero concluye con la desmoralización, la pobreza, la incertidumbre, la división y el desprestigio de España. Y si Rubalcaba fue el sepulturero del felipismo en el que tan activamente había participado, Rubalcaba, el mismo Rubalcaba, vuelve a ser el sepulturero de un zapaterismo que ha estado dirigiendo y vendiendo. Cayó Felipe y medio caído está Zapatero, pero Rubalcaba, el artífice de los momentos más indeseables de uno y otro, sigue ahí, como alternativa de sí mismo, como relevo de sí mismo y como regeneración posibilista de la degeneración que él mismo ha propiciado.

El PSOE rema, rema y rema, pero no se separa de la orilla de un Rubalcaba que, desde el puesto de mando, achicharra a los demás para él seguir a bordo de una nave, la socialista, que, por segunda vez en nuestra reciente historia, nos estrella a todos contra los acantilados. Zapatero está amortizado y Rubalcaba, pala al hombro, se prepara para darle sepultura definitiva, con los epitafios que él mismo escribió para Felipe Gonzalez. Lo sarcástico es que Zapatero, que ha arruinado a España, se vaya mucho más rico que cuando llegó y con la pitanza garantizada para el resto de sus días. La suya nunca estará entre las familias desahuciadas.

Pero mientras tanto ahí sigue, cerril como una mula, aferrado a su mandato porque para él las evidencias no sirven y el desgarro de la calle no traspasa los muros de su castillo. España a la deriva mientras el nene se entretiene con el timón, sin tener brújula, ni rumbo, ni carta de navegación. La posibilidad de acabar con la agonía, convocando elecciones anticipadas es algo que no entra en su mollera de iluminado. Jamás lo hará mientras pueda chalanear, comprando en el mercadillo de los votos, Él juega y se divierte mientras España cae en la resignada meditación de Kette F. Ollen .

miércoles, 15 de diciembre de 2010

EL PRESTIGIO DE IBARRA


Los socialistas placentinos tendrán que elegir entre la prudencia que pide Fernández Vara y la rebelión que propone Ibarra. El primero mira el contencioso guardando una distancia de seguridad, mientras que Ibarra, como es propio en él, se dedica a romper cristales incluso dentro de su propio partido. Hace lo que sabe, así es que en uno de sus arrepíos se ha ido a Plasencia para recordar al mundo que sigue siendo el director de la orquesta, el solista, el coro y el instrumento principal. A trote de caballo, convocó a los medios de comunicación para proclamar la inocencia de la alcaldesa, poniendo la mano en el fuego por ella y animando a los militantes socialistas a elegirla candidata, “independientemente de los que pueda ocurrir en el proceso que se sigue contra ella”.

Él no se para en esas tonterías de las imputaciones judiciales y, como ya hizo en su día con otro socialista que finalmente cargó con una larga condena, proclamó la inocencia de todos los imputados, porque creé que inocente es el que él creé que es inocente, como culpable es el que él considera culpable. Siempre fue así de simple. Los jueces y fiscales podrían ahorrarse mucho trabajo preguntándole. Ya cuando era jefe del Ejecutivo y dueño del Legislativo, quiso hacer incursiones en el Judicial que los perversos jueces no consideraron en su justo valor. Alguno lo pagó muy caro.

“Me juego mi prestigio” enfatizó para cerrar cualquier duda sobre la alcaldesa y los concejales. Vale. Yo por los tres me juego mi premio Nobel de Química, mi medalla olímpica en natación, el Óscar por mi trayectoria cinematográfica, la propiedad de la catedral de Burgos y un huevo duro. Los dos estamos jugándonos lo mismo, aunque puestos a perder, por lo del huevo duro, tal vez pierda yo más que él. ¡Parece increíble que este hombre, con esa mentalidad absolutista y ramplona, haya gobernado desde la democracia durante veinticinco años Extremadura!

Ignoro, porque yo no soy Ibarra, en qué concluirá el proceso abierto contra la alcaldesa de Plasencia y sus compañeros imputados, pero no me sorprenderé si finalmente salen absueltos, porque los jueces están para juzgar y si son inocentes no los van a condenar. Personalmente creo que PSOE y PP están pasándose muchos pueblos al mostrarse tan pusilánimes, porque imputados y juzgados podemos ser todos y ninguna de las dos fases adelanta una sentencia condenatoria. ¿Por qué no esperar a que el juez se manifieste? ¿Por qué vamos a condenar en la calle a quien puede ser declarado inocente en el juzgado? ¿Cómo se repara después el daño y el desprestigio causado? Un juicio, en sí mismo, no es ni bueno ni malo para el enjuiciado, porque lo determinante es la sentencia.

Pero esto, que yo aplicaría con carácter universal, no tiene nada que ver con las puestas en escenas de quien se adelanta a cualquier juicio y juzga en función de proximidad, simpatía o parentela. La presunción de inocencia nunca frenó a Ibarra para machacar a sus adversarios y si en eso se jugó su prestigio, hace mucho que lo perdió. Todo.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL MITO CONTRA LENNON


El miércoles pasado se cumplió el trigésimo aniversario de la muerte de John Lennon. Cerca del edificio Dakota de Nueva York, donde fue asesinado, hay una óptica que, con el reclamo de una fotografía suya, en blanco y negro, luciendo sus gafas redondas, lleva treinta años vendiendo miles de monturas. Las compran sin cristales, para guardarlas o para adaptarlas, y en algunos momentos incluso se forman colas. Al rebufo de la oportunidad, también hay “manteros” que venden gafas redondas con los cristales rotos, como símbolo de su muerte. Han quitado la señal donde cayó acribillado, pero el lugar permanece en la memoria colectiva y es frecuente ver a gente mirando el suelo, guiada por la indicación complaciente de los porteros del edificio. Se santiguan mirando el asfalto, escriben sobre el y se agachan para acariciarlo. Allí, delante de aquella “nada” yo he visto a gente llorar.

Atravesando la calle, en el lado más cercano al Central Park, por donde solía pasear, le han dedicado un rincón como homenaje permanente, un sencillo promontorio circular en el suelo, con arabescos, coronado con la leyenda “Imagine” y rodeado de bancos, rosales y setos. Por allí pasa una media de tres mil personas diarias, que depositan sobre el medallón flores, cartas, poemas y pensamientos. Yo dejé una rosa blanca y cogí otra, roja, de tallo largo, que llevaba un papelito atado con un hilo dorado: “I still love you” (te sigo queriendo), firmado con un beso de carmín morado. Algunos dejan sus guitarras, flautas, violines… mientras rezan o meditan, para buscar el contagio de una inspiración que no se sabe si alguna vez llegó a alguien. Los más, hacen y se hacen fotos y acarician el túmulo, visiblemente emocionados. El mito se ha desperezado y Lennon sigue vivo en su obra, en su iconografía e incluso en el recuerdo de muchos que nacieron después de su muerte.

En ese rincón del Central Park abundan las ardillas que, según dicen, gustaban mucho a Lennon, y la gente las señalan, las filman, las fotografían y ríen sus correrías porque ven en ellas la independencia del autor de “Imagine”. Allí, por riguroso orden de inscripción, hay siempre grupos y solistas, interpretando canciones de Lennon y de los Beatles. A veces el concierto por relevos ocupa todas las horas del día y la gente hace un círculo y tararean la canción cogidas del brazo. Por la noche encienden mecheros y velas y hasta que la policía lo impidió, había algunos que dormían allí, con la pretensión de compartir un sueño imposible con Lennon.

El mitómano que lo mató de dos disparos de revólver –no seré yo el que escriba su nombre- era muy consciente de que asesinaba a un mito, por eso cuando el portero del Dakota le gritó “¿sabes lo que has hecho?”, se limitó a sonreír: “Si, acabo de matar a Jhon Lennon”. Como la de Gardel, la de Elvis o Sinatra su voz suena cada día un poco mejor. “No llegaremos lejos, o morimos en un accidente de aviación, o nos mata algún loco”, vaticinó el propio Lennon. No pasó de los cuarenta.

viernes, 3 de diciembre de 2010

EL SINDROME DE STENDHAL


En su libro de viajes “Roma, Nápoles y Florencia” Stendhal describe la sensación de agobio que produce la contemplación prolongada de un exceso de belleza. Cuenta que cuando en 1817 visitó en Florencia la iglesia de Santa Croce, sintió que el corazón se le apresuraba, sufrió sudoraciones anormales, mareos intermitentes y una sensación de abatimiento generalizado. Él afirmaba que la causa de todas las alteraciones estaba en la descomunal belleza de la Iglesia de Santa Croce, su ambiente, su olor, sus luces, el crujido de sus maderas, el sonsonete de los rezos cercanos… Ciento cincuenta años después, tras analizar en muchos pacientes las mismas sensaciones, se definió como “Síndrome de Stendhal” a la respuesta sicosomática que produce el goce estético de una exposición prolongada de la belleza.

Aún a riesgo de propiciar alguna sonrisa condescendiente, confieso que seguí los pasos de Stendhal y buscando su síndrome, visité la Iglesia de Santa Croce en una situación muy similar a la suya, un día lluvioso de mediados de noviembre, al atardecer y con el ánimo predispuesto, pero lo que encontré en Santa Croce fue burla y el único síndrome que me envolvió fue el de un profundo cabreo. Un cabreo justificado, porque después de esperar más de una hora y pagar veinte euros con la ilusión de entrar en un habitáculo de belleza insuperable, el interior de la Iglesia era un andamio en toda su extensión, con maderas y serradoras en el altar mayor y lienzos que protegían las capillas interiores. Santa Croce estaba en obras de rehabilitación, pero eso no impedía a los caraduras que la administran, cobrar una entrada para que pudiéramos contemplar la sin par belleza de los andamios, el plástico negro colgado del techo y aserrín en las lápidas funerarias de su solería.

Me olvidé de Stendhal y de su síndrome, aunque días después, en la Galería Borghese de Roma, sentí algo muy parecido ante el grupo escultórico de “Pluto y Proserpina”, “Apolo y Dafne”, “Eneas y Anquises”… Bernini, me compensaba por la bofetada de Santa Croce y me animaba para insistir en la búsqueda de algo superior a lo sencillamente bello… Bernini me reconcilió con una Roma abandonada que vive de un pasado que no cuida, de truhanes, tahúres y trapisondas, porque ante su obra yo también sentí el pálpito de los sobrenatural, sin llegar al síndrome de Stendhal.

Lo he encontrado hace unos días en la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona. Concluido su interior, no me extraña que el Papa se emocionara al entrar en ella, porque emoción es lo mínimo que se puede sentir al contemplar algo tan grande, tan original y tan sublime. No voy a descubrir aquí la originalidad arquitectónica de Gaudí, pero creo que lo conocido hasta ahora no tiene nada que ver con la apoteosis inconmensurable del interior de La Sagrada Familia. Si el espíritu de Stendhal puede leerme, que se olvide Santa Croce y se de una vuelta por las columnas arborescentes que Gaudí ha sembrado en su basílica, que se pare en las dos fachadas concluidas y que contemple la luz atenuada y bosquecina de su interior. ¡Y sin salir de España!

miércoles, 1 de diciembre de 2010

TENEMOS LO QUE VOTAMOS



Tuve un tío que, pese a su condición de semianalfabeto, era muy inteligente y disponía de una enorme capacidad analítica. Tal vez por eso, a los pocos meses de comenzar la Guerra Civil, lo ascendieron en el bando republicano de soldado raso a sargento, teniente y capitán, en apenas un año. Para alguien como él, que acababa de dejar el vareo de los olivos y el ordeño de las vacas, era una carrera meteórica dentro de las milicias, pero mi tío no se dejó deslumbrar por las estrellas en la bocamanga y sacó sus propias conclusiones. Muchos años después me lo contaba con cierta resignación: “Cuando me hicieron capitán, yo supe que íbamos a perder la guerra. ¿Cómo íbamos a ganar si tenían que recurrir a un ignorante como yo para mandar a la tropa?”.

Me he acordado de mí tío siguiendo la campaña electoral que mañana concluye en Cataluña: ¿Qué “guerra” puede ganar Cataluña votando a los que ofrecen jadeos, culos, rupturas, separatismo y descalificaciones? La política se ha llenado de frivolidades e inconsistencias, porque el electorado es frívolo e inconsistente y cuando lo que se compra es ruido, es ruido lo que se vende. Ningún tendero despliega exquisiteces sobre el mostrador sabiendo que su clientela demanda casquerías. Hubo una eurodiputada italiana que logró su escaño por enseñar las tetas y, en España, Ruiz Mateos logró dos con un “¡que te pego leches!” a Miguel Boyer. Incluso se asegura que una gritona, parroquiana con estrellas de la telebasura más fétida, podría situarse como tercera fuerza política si concurriera a unas elecciones generales.

El electorado es el que marca la demanda y la clase política, ni buena ni mala, oferta lo que tiene salida en el mercado político. Los catalanes querían un poquito de cachondeo después de Pujol y llevan ocho años degustando cacas merengadas. La consecuencia más inmediata es que han dejado de ser un referente de seriedad y pragmatismo para convertirse en una comunidad antipática, manirrota, empobrecida, que se dedica a poner embajadas, a perseguir lo español y a barrer pobres de sus calles. España estaba cansada de la eficaz antipatía de Aznar y, con el empujoncito de las bombas, se volvió hacia un solemne vacío, inútil y reaccionario, que causa hipo en España y risas en el mundo.

“El que al cielo escupe en la cara le cae” y lo que el lunes va a recibir Cataluña es el escupitajo que el domingo deposite en las urnas. Un día para votar y cuatro años para lamentarse suele ser la consecuencia que pagamos por la modorra irresponsable con la que se vota. Acabo de recibir un manifiesto de gente “de la cultura catalana” a favor de la candidatura de Carmen de Mairena, que engloba su programa electoral en “como soy mujer madura, en el c… me he puesto una cerradura”. ¡Qué guay! Si votamos paro, ruido, culos y tetas, no podremos reclamar al que nos da tetas, culos, ruido y paro. O sea, que sí, que tenemos una clase política manifiestamente mejorable, pero que responde a un electorado que está a la altura de su clase política. O al revés.