jueves, 18 de noviembre de 2010

NOS PERSIGUEN


Llaman a cualquier hora, preferentemente durante el tiempo sagrado de la siesta. Las empresas de telefonía han entrado en una guerra estúpida en la que las víctimas que quedamos sobre su campo de batalla somos los consumidores. Todas siguen el mismo ritual, contratan a la misma gente, ofrecen las mismas tonterías y dan la misma tabarra. Hay una que llama todos los días a mañana, tarde y noche, pero parece que no puedo hacer nada para evitarlo, salvo no descolgar el teléfono. ¿Y si no lo descuelgo para qué lo quiero? Tampoco sirve enfadarse porque los que llaman, casi todos con acento sudamericano, son diferentes y, hay que reconocerlo, suelen ser educados. Supongo que los departamentos comerciales tendrán muy estudiado los beneficios de la insistencia, pero, al menso en mi caso, se confunden.

Al principio atendía, daba explicaciones, admitía las réplicas y contrarréplicas y acababa con un educado saludo, pero la actitud se fue agriando y de ahí pasé a decir que el titular del teléfono no estaba, que yo era un albañil haciendo arreglos en la casa, que el teléfono me lo pagaba mi empresa. Luego pasé a ser el portero de la finca, que había subido para regar las macetas. Si es mi mujer la que coge el teléfono, lo despacha con un “los señores no están y yo soy la asistenta de la casa”. Después optamos por ser algo más cortantes: “lo siento, pero en estos momentos no podemos atenderlo” y ya estamos en la negación total, descolgamos y cuando comienzan con la perorata, colgamos sin más. Da un poco de pena, porque sabemos que el que nos hace la puñeta es alguien que está haciendo su puñetero trabajo y buscándose la puñetera vida, pero es que los usuarios también tenemos la nuestra.

Nada sirve de nada, porque siguen llamando, una y otra vez, inasequibles al desaliento. El asunto es tan grotesco que ahora es MoviStar, mi propia compañía, la que se ha sumado al coro, ofertándome unas ventajas enormes si me paso a MoviStar. Como se trata de algo más cercano, me dulcifico para explicarles que yo ya estoy y que no entiendo cómo pierden el tiempo conmigo, pero eso no les importa y aprovechan para informarme de nuevas posibilidades, bla, bla, bla. A este paso, acabaré llamándome a mi mismo y disparando contra mi sombra.

Esta pesadez se suma a la de los que nos atiborran el buzón y a la plasta de los mensajes diarios al móvil. Hay por ahí un tal “club bilinko”, que no sé que es, ni lo que ofrece, pero que lleva tres años machacándome… El colmo sería que, como me aseguran, esos mensajes me los cobraran a mí. Me dicen que la solución más eficaz es cambiar los números de móvil y fijo, cambiar de correo electrónico, cambiar de domicilio…. Estamos indefensos y parece que no hay ninguna posibilidad para protegernos de estos muermos, a los que se han sumado algunas empresas que venden productos navideños… ¡Ay, cómo añoro la carta con el sobre y el sello que se depositaba en el buzón de Correos!

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