jueves, 22 de julio de 2010

PORTUGAL MUY CARO


La prensa portuguesa recogía ayer la queja de la hostelería, que anda en caída libre desde hace un par de años. En muchos pueblos de la raya el sector ha caído casi un 50%, lo que no supone ninguna novedad para los que somos habituales porque, inexplicablemente, Portugal sube los precios en la misma proporción que bajan sus expectativas hosteleras. Hoy comer o pernoctar en Portugal sale más caro que hacerlo en cualquier costa española y mucho más caro que hacerlo en el interior. Es difícil entender una política turística en la que los precios suben a medida que baja la demanda, pero para comprender algunas cosas de Portugal se necesita, antes que un diccionario, un manual de instrucciones. Los hoteles del Algarbe, que antes gritaban en español, hoy están muy silenciosos porque, con la crisis, muchos de ellos han subido sus precios un veinte por ciento, pero siguen a piñón fijo, con sus folletos en portugués, inglés y alemán. España queda muy lejos. Lamentablemente eso también ocurre en España. En muchos establecimientos de Lanzarote si no sabes alemán o inglés lo tienes crudo.

En algunos aspectos concretos, los precios de Portugal son risorios por prohibitivos. Por ejemplo, en la playa de Comporta, la más cercana que tenemos los pacenses, alquilar una sobrilla y dos tumbonas cuesta veinte euros, lo que explica que su ocupación sea mínima, porque a la humilde sombrilla la han convertido en un objeto de lujo. ¿Alguien entiende semejante disparate? ¿No resultaría más rentable poner precios razonables y alquilarlas todas? Hay que añadir tres euros más por entrar con el coche en el aparcamiento. El día de playa, que antes nos tomábamos muchos badajocenses, hoy resulta excesivamente costoso, porque a esos veintitrés euros hay que sumarle los veintiocho que cuesta el peaje de la autopista y los veinte euros del combustible.

Por supuesto, el que disponga de setenta euros para pasar un día en Comporta, debe llevar el bocadillo, el agua, la cerveza, los postres…, porque comer en cualquiera de los dos únicos restaurantes sale por un mínimo de cuarenta y cinco euros por persona. Sólo sentarte a la mesa, con el pan, el paté de sardinas, la tarrina de queso fundido y las aceitunas ya cuesta quince euros. ¿El aperitivo? Un pincho de pulpo y una cerveza, doce euros, los helados dos y medio y la botella de agua, no muy fría, dos euros. Esa cantidad duplica largamente los precios de España. Las mismas tumbonas, pero más cómodas y con colchonetas, cuestan en el Puerto de Santa María ocho euros. En Alicante la sombrilla y tumbonas cuestan doce euros. En Málaga, Huelva y Almería, diez, nueve en Galicia y once en el País Vasco. La alternativa es llevárselo todo, la sombrilla, las sillas, las toallas, la nevera, el termo… y dejar el coche lejos, a pleno sol y sin vigilancia. En este caso el día de playa para los de Badajoz sólo cuesta cuatro horas y cincuenta euros, más lo que lleves. La caminata en fila india y el transporte (yo soy aquel negrito /del África tropical…) todavía no la cobran.

Hace muy pocos años era frecuente coincidir con tu vecino en algún restaurante de Elvas, de clientela mayoritariamente española, pero los portugueses se han empeñado en prescindir de España y, poco a poco y con mucho esfuerzo, lo están consiguiendo. Acabarán convenciéndonos incluso a los últimos de Filipinas.

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