jueves, 15 de julio de 2010

CULTURA GRATUITA


Llevo treinta años dando charlas, participando en mesas redondas y coloquios, pregones, recitales, exposiciones, presentaciones, jurados…y, contra el criterio de muchos amigos que comparten esta “obligación”, siempre lo he hecho “por amor al arte”, pero esto parece una espiral que crece y crece y como he comenzado a disculparme y a ser un poco selectivo, me estoy encontrando con respuestas bastantes airadas, porque algunos responsables municipales tienen asumido que, para sus ocurrencias estivales, pueden disponer del tiempo, del trabajo y del dinero de los demás. El verano pasado tuve que interrumpir mis vacaciones, estaba en Torremolinos, para ser pregonero en un pueblo de la Siberia extremeña. Ida y vuelta, mil quinientos kilómetros y dos días al volante en pleno mes de agosto, a los que hay que sumar otros dos o tres días para preparar el pregón.

Es un honor hacerlo y es un honor que se acuerden de uno, pero… Pero hay muchos peros. Aunque lo personalice no se trata de un tema personal, porque somos muchos los afectados, porque son muchos los pueblos que organizan actividades culturales y también son muchos los alcaldes y concejales que consideran que hay que pagar la sillería, la carpintería, la fontanería, al electricista, a la imprenta, al que ha rotulado la pancarta, a la megafonía y a la orquestilla que, antes y después, se arranca por pasodobles, pero que al conferenciante o pregonero que, se supone, es la figura estelar, no hay que pagarle ni la gasolina, que con una placa se cumple y que se tiene que ir muy agradecido y muy contento. No se trata de cobrar ni de hacer el agosto, como los toreros, pero no parece muy normal que para participar en un acto cultural, o ferial, a estas alturas, algunos sigamos pagando el peaje del novillero que busca una oportunidad.

El alcalde del pueblo se enfadó mucho cuando le dí las gracias por la placa y, muy bajito, la dije que me había gastado 200 euros en gasolina. Se enfadó y se fue sin despedirse. Yo me volví de madrugada y durante setecientos kilómetros no me atreví a mirar por el retrovisor para evitar la cara de gilipolla que a buen seguro llevaba. Supongo que en ese pueblecito ahora soy un “non grato pesetero”, pero me han llegado otras tres invitaciones para este verano y como he anticipado mis condiciones, la respuesta ha sido la misma. Los responsables municipales consideran que es un agravio, un desprecio para sus pueblos, que el que va invitado a un acto cultural cobre el desplazamiento, aunque no creo que ninguno de ellos olvide pasar la minuta correspondiente cuando salen del pueblo para hacer una gestión municipal. ¡Y no lo consideran vejatorio para el pueblo!

Aunque todavía quedemos algunos “primos”, la cultura, alta o baja, hay que pagarla y pagar la cultura no tiene nada que ver con pagar al carpintero o al que arrienda las sillas. Ya han pasado muchos lustros desde aquellos recitales poéticos que nos servían como desperezo, y el voluntarismo de entonces resulta bastante patético hoy. ¿P… y poniendo la cama? Pues no, señor alcalde.

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