jueves, 29 de abril de 2010

PRISIONES


Llevamos unos días en los que las prisiones han vuelto a las portadas, porque su directora general, Mercedes Gallizo, una de las demagogas más oportunistas del sistema, ha retomado su vieja vocación de pirómana y para ponerse a salvo de sus propios errores, ha tocado arrebato, señalando con inusitada vehemencia supuestos abusos en la cárcel de Alcalá-Meco. Y, para ponerse como ejemplo de diligencia y eficacia, ha anunciado, a bombo y platillo, el cese fulminante de la dirección del centro, incluso antes de que se cierre la investigación oportuna. No cuestiono la veracidad de la acusación porque, según Kafka, “todo lo que puede ocurrir acaba ocurriendo” y tampoco justifico unos hechos que me parecen deleznables. Tan deleznables como el pistoletazo de la Gallizo, artífice de la “unificación de escalas” que, a la sombra de la “Ley de Igualdad”, permite que los funcionarios y las funcionarias compartan la vigilancia de reclusos y reclusas indistintamente. La gilichorrada siguiente debería juntar a reclusos y reclusas en la misma celda, porque puestos a ser iguales parece discriminatorio establecer desigualdades sexistas.

Cada vez que las cárceles salen a la palestra es para señalar alguna deficiencia o perversión en su funcionamiento. El cine y la literatura han aportado una considerable dosis de ficción y todavía está en cartelera una película de éxito, basada en un imaginativo guión de marcianitos penitenciarios. Es prácticamente imposible que a la calle llegue algo de las prisiones que no sea sórdido y patibulario, porque el trabajo real de todo el personal penitenciario no interesa a nadie. Sobre todo si su principal responsable, con una torpeza enciclopédica, se encarga de propagar hechos aislados para colgarse una medalla en la pechera. El funcionario de prisiones tiene que ser malo por decreto y parece tarea inútil proclamar su encomiable labor, la entrega y profesionalidad con la que trabajan en condiciones adversas y con lo que la gente no quiere tener en las calles. Si el hombre es complicado por naturaleza, cuando carece de libertad o median patologías evidentes, se convierte en un explosivo con dos piernas y los encargados de desactivarlo son unos funcionarios mal pagados, con horarios difíciles, riesgos de todo tipo y generalmente ignorado. Por supuesto, con esa foto-fija, nadie se creerá que la mayoría son titulados superiores.


Lo curioso es que las prisiones sirven para un roto y para un descosido a la vez, porque para unos son hoteles de lujo donde los delincuentes se solazan tendidos en el césped, ganduleando entre gimnasios y lujosas salas de esparcimiento, y para otros son lugares oscuros en los que un sistema perverso sirve de justificación para que unos funcionarios deshumanizados practiquen torturas medievales. Cuando llega la hora del lagrimeo social, por ejemplo el 24 de diciembre, en casi todos los medios de comunicación se recuerda a los que pasarán la noche trabajando y velando por nuestra seguridad, bomberos, médicos, policías, basureros, conductores, ferroviarios… pero nadie se acuerda de los funcionarios de prisiones, porque eso no mola, no enternece y no es políticamente correcto. Los funcionarios de II.PP son los parias del sistema y la diana favorita de la demagogia más vomitiva. ¡Ay, Mercedes Gallizo, que penita me das!

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