viernes, 5 de febrero de 2010

SUÁREZ FALLIDO


Creo que Antena-3 pretendió dar satisfacción a todos, elaborando una miniserie sobre Adolfo Suárez que fuera capaz de abarcar al mayor número de los televidentes de la franja horaria y, en su ambición, presentó un producto tan edulcorado como irreal del personaje. Como ficción, las dos entregas carecieron de atractivo, pero como recreo vital de una de las trayectorias más apasionantes de nuestra reciente historia política, fue un bluf cargado de excesos, carente de rigor, irreconocible y alejado de la realidad. Aquí se puede repetir el socorrido “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Los que tuvimos el honor de estar a su lado en su última etapa política –con algunos he hablado- no hemos logrado reconocer al personaje, salvo en el conocido tic de golpear el cigarrillo contra el mechero. Adolfo Suárez no hablaba como un papagayo que ha memorizado un libreto, no miraba así, no era desafiante, no tenía ese descaro canalla de “cantaclaro” y era enemigo de las improvisaciones.

Sin entrar en la interpretación de los actores, el guión estaba tan saturado de guiños de complacencia para el gran público, que descendió hasta la insinuación de algo más que un entendimiento político entre el protagonista y Carmen Díaz de Rivera, con la resignación de fondo de su propia esposa, Amparo Illana. Inexplicablemente se otorga a la “jefa de gabinete” un protagonismo tan desmesurado que incluso convocaba “motu propio” el Conejo de Ministros, estableciendo el orden del día. Es ridículo, aunque es verdad que Carmen Díaz de Rivera, megalómana hasta la carcajada, así lo cuenta en sus memorias, pero si aceptamos que era ella la que manejaba la batuta, Suárez y el propio Rey, no pasaron de ser meros conmilitones, al rebufo de lo que ella ideaba. ¡Qué risa! Jamás he conocido a nadie tan celoso de sus competencias y responsabilidades como Adolfo Suárez, que llegaba a ser puntilloso y cortante en extremo, si veía un esbozo de ingerencia en decisiones que le correspondían.

¿No resulta contradictorio que quien se dejaba conducir e incluso manipular por su secretaria, pusiera firme al general Armada, se enfrentara al teniente coronel Tejero, que lo amenazaba con una pistola, no se arrodillara ante las ráfagas de metralleta y negara frontalmente al Rey un ascenso que le pedía para Armada? ¿Es verosímil que al mismo tiempo que el Rey le pedía, por favor, que aceptara presidir el Gobierno, Suárez le manifestara su deseo de reducir las potestades del Monarca? Un reflexivo cartesiano como Suárez, jamás improvisaría en la servilleta de un restaurante la ruta a seguir para hacer la transición y desde luego no fue el madrugador oportunista y visionario que instrumentalizaba los cargos institucionales, como la dirección de RTVE, para pelotillear al presidente del Gobierno o hacerle quites sucesorios al Rey.

Creo que cuando se trata de recrear lo esencial de una parte de nuestra historia reciente, hay que saber prescindir de un sector del público, porque los personajes que la hicieron realidad, merecen, como mínimo, respeto, consideración y agradecimiento. Con esta miniserie, Suárez he recibido dos bofetadas más. Y sus amigos también.

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