La afirmación de Francisco Vázquez puede resultar excesivamente reduccionista, pero la verdad es que Manolo Roja no daba sensación de pijo ni cuando usaba pajarita. El pijo nace, después se especializa y acaba destilando esencia de pijo por todos los poros. El pijo huele a pijo, tiene andares de pijo, habla en pijo y aunque lleve una corbata de mercadillo, da tufillo propio de pijo porque la pijería es algo consustancial con su persona. En Valencia abundan los pijos de libro, al margen de las ideologías y sin que esto deba entenderse como algo negativo. El valenciano Antonio Asunción, Ministro del Interior cuando las correrías del Roldán, era, además de socialista, un pijo enciclopédico. ¿Qué me dicen de Eduardo Zaplana, con aquellos trajes dos tallas más pequeñas, las camisas asfixiantes y las corbatas diciendo “aquí estoy yo”? ¿Se han fijado en la pinta de pijolati que tiene Francisco Camps? ¿Y Ricardo Costa? Ese señor mira en pijo, llora en pijo, habla en pijo, viste pijo y anda pijo. Todos ellos suelen lucir el gerselito al hombro con la lazada en el pecho. ¡Y van monísimos!
No es pijo/a el que quiere, sino el que puede, porque el pijo tiene un sello definitorio incluso para dar la hora. Leire Pajin o Rita Barberá no pueden ser pijas, mientras que María Teresa Fernández de la Vega o Elena Salgado no tiene más remedio que serlo. La Pajin tendría pinta de lechera aunque llevara pajarita y la Fernández de la Vega sería pija aunque luciera el mandilón de lechera. Pero tampoco hay que identificar elegancia con pijería, ni pijería con afectación, porque son términos que no se complementan. La persona elegante es la que sabe vestir sin estridencias, sin que se vea, sin dar la nota, y es capaz de lucir con naturalidad un esmoquin o un chándal. Por ejemplo, Jesús Delgado Valhondo, nuestro mejor poeta, siendo cojo sin disimulo, tenía tal porte que hasta al bastón le sacaba un pellizco de elegancia. La elegancia es un don natural, mientras que la pijería es una estridencia.
En Extremadura también tenemos nuestra particular pijolandia y dentro de la clase política hay una docena de cualificados representantes, que pueden echar un pulso incluso a los valencianos. Los tenemos en el Congreso, en el Senado, en la Asamblea e incluso en las concejalías de algunos pueblos. Joan Marsé, en “Las tardes con Teresa” describe al único pijo que admiro: El Pijoaparte.