miércoles, 9 de septiembre de 2009

EL BOTELLON COMO DISCULPA


Nos lo vendieron inicialmente como una forma de protesta, como una rebeldía de los jóvenes que pretendían denunciar abusos de todo pelo, rompiendo los esquemas de una sociedad casposa, corrupta o algo peor. La progresía llegó a sumarse al botellón y algunos medios recogieron la entrañable imágen de papis y nenes compartiendo amigablemente la litrona y ayudándose mutuamente a mantener la verticalidad… El recordatorio puede resultar doloroso, porque alguno de aquellos papis progres-modernos, que aparecieron fotografiados en este periódico, no sabe cómo combatir hoy el alcoholismo de su nene. En poco tiempo el botellón tomó unas dimensiones que rozaban el atentado público, porque donde se ubicaba no había quien conciliara el sueño y HOY dedicó mucho espacio para recoger las quejas de los desesperados vecinos de Puerta Pilar. Por donde pasaba el botellón es como si pasara la marabunta, gritos, peleas, robos, defecaciones, orines, porteros automáticos arrancados, parterres destrozados, árboles rotos, vehículos rayados…

Afortunadamente, aunque tarde, se ha ido acotando, erradicándolo de las “zonas civilizadas” y señalando su peligro y sus consecuencias. Jesús Gil, en Marbella, fue un alcalde pionero a la hora de poner limitaciones al botellón, desplazándolo a diez kilómetros de la ciudad y señalando el camino a todos los demás. Ojos que no ven…Ya no se discute que el botellón es un problema social y la justificación de que las bebidas son caras, resulta muy artificial, porque lo que es caro son las pestilencias que venden muchos aprovechados, rellenando botellas de marca con líquidos inclasificables. La mayor parte de lo que se consume hoy en los botellones está adquirido en establecimientos autorizados, al precio normal del mercado. Cómo consiguen los menores de edad estas bebidas es harina de otro costal.

En muchas ciudades de Extremadura es fácil ver un reguero de niños y niñas, con el garrafón en una bolsa, para acudir a la cita de los viernes tarde-noche. Allí beben y beben y vuelven a beber, porque es a lo que van. Cómo y cuándo vuelven es cosa que deben saber los padres, pero no hace falta mucha imaginación para calibrar el estado en el que regresan. Muchos lo hacen después de haber pasado por las urgencias de un hospital, repuestos a duras penas de un coma etílico. Lo más gracioso es que dicen que el botellón está prohibido. Lo de Pozuelo de Alarcón no hay que enmarcarlo estrictamente en el botellón, pero es una vuelta cualitativa y cuantitativa al torniquete de un vandalismo permisivo, que no tiene nada que ver con la rebeldía que se señalaba y si con el alcohol consumido. Hace unos años, sólo los etarrines vascos se divertían destrozando el mobiliario urbano, pero la diversión se ha generalizado y son frecuentes los botellones que concluyen con el broche de oro de bancos destrozados, letreros caídos, papeleras y contenedores quemados…

Lo de Pozuelo ha ocupado un espacio considerable en toda la prensa, también en la extranjera, y no han faltado sesudos debates en los que se han analizados todas sus consecuencias, pero los viejos progres nunca mueren y uno de nuestros filósofos más televisivos, que sigue empeñado en parecer un “antisistema”, decía ayer mismo que “la solución no es prohibir sino educar”. Y después de proclamar semejante gilipollez, se quedó tan pancho. ¿Quién lo habrá educado a él?

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