viernes, 22 de mayo de 2009

SORAYAVISIÓN


No sé quien ha quedado peor, si Soraya o el Festival de Eurovisión. A mi me gusta Soraya, por su voz, por su oído y por la aplastante seguridad que despliega sobre el escenario. Creo que es de lo más exportable que tenemos en España, aunque también creo que la canción que llevó a Eurovisión es muy mediocre y no le permite sacar los registros más originales a su voz acantarada de señora cabreada. Es verdad que este año ha habido canciones notables y que la que finalmente ha ganado es agradable y pegadiza, pero el Festival está contaminado por el “fronterismo” cateto, en el que cada cual vota a su vecino y donde los más se imponen a los menos. Eurovisión ha pasado a ser el festival de los países del Este, que han brotado como setas y que se reparten los votos en función de la cercanía, la familiaridad, el folklore común o los intereses comerciales. Siempre fue así, pero lo de ahora es más descarado. Salvando la excepción que han hecho con Noruega, todo lo demás han sido chanchullos e intercambio de cromos, porque en esa sombra de lo que antaño fue el Festival de Eurovisión, importa poco la canción y menos el interprete.

De los veintitrés puntos que sacó España, o Soraya, doce vinieron de Andorra y siete de Portugal, con lo que ya queda dicho todo. En el triplete previsto faltó Francia, porque Francia mira para arriba y en este tinglado tiene más vecinos en el norte que en el sur, pero queda claro que el “yo te doy, tú me das”, es lo que vale, al margen de que España no es hoy en Europa espejo para nadie. Hubo un comentarista, de esos que se consideran “expertos”, que calificó al teatrillo eurovisivo como “desastre sin paliativos porque Soraya ha sacado menos de la mitad de los votos que sacó el Chiquilicuatre”. Yo creo que ese razonamiento comparativo es muy válido, pero para desprestigiar al Festival, que es el verdadero “desastre sin paliativo”. Si en Europa gusta más el Chiquilicuatre que Soraya y oyen mejor el Chiki-chiqui que “La noche es para mí”, que alguien me explique el virtuosismo musical que se vota en Eurovisión.

Nuestra paisana se lo ha tomado como debe tomárselo una persona inteligente. Ella ha visto de cerca el cotarro de unas votaciones en las que España no tenía nada que hacer y sabe que el asunto tenía poco que ver con su canción, con su coreografía o con ella misma. Lo que se hacía en el escenario iba por unos derroteros y lo que se votaba tenía poco que ver con lo hecho sobre el escenario. Y el hecho de que el Chikilicuatre guste más que Soraya, debería ser un serio motivo para que los organizadores del evento, la Unión Europea de Radiodifusión, reflexionaran sobre los derroteros por los que se mueve su invento.

Tampoco faltaron los “expertos” que aseguraron que Europa, después de lo del pasado año, se tomará su tiempo antes de prestar atención a lo que pueda llegar de España y que la Unión Europea de Radiodifusión, tiene clavado con chinchetas el esperpento del Chiki-chiki…

¡Ignoran por esos pagos que los españoles somos unos cachondos y que puestos a votar, podemos votar cualquier cosa!

viernes, 15 de mayo de 2009

NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ

Voy a intentar decirlo desde el principio, en castúo y sin faltar: Yo creo que Zapatero está pirao. En su favor y contra el criterio generalizado de los comentaristas políticos, no creo que sea un histriónico ni un actor de teatro callejero. Discrepo de la retahíla coincidente de toda la oposición, que lo catalogó de desinformado y alejado de la realidad. No me sumo a la voz de la calle, que durante todo el día sostuvo que Zapatero se cachondea de España. Y contra lo que dijo machaconamente Rajoy, tampoco creo que sea un mentiroso. Yo creo sinceramente que este señor no está bien y que su familia, sus amigos o su partido, deberían llevarlo a una ITV para que le hagan una revisión a fondo del desgaste de las piezas del cacumen.

Me senté ante el televisor y estuve muy atento a todo lo que Zapatero decía, pero sobre todo, estuve muy atento a cómo lo decía. Y su mirada lo delata. Sus ojos perdidos en un abismo interior sin fondo, lo delatan. Su expresión profética de predicador que tiene la salvación en sus manos, lo delata. El tono mesiánico lo delata. Sus brazos al viento, pretendiendo ocupar todo el espacio, lo delatan. Sus manos que enfatizan y subrayan su verbo iluminado lo delata. Y todo el conjunto, mirada, ojos, expresión, y tono, era como una gráfica, una de esas alarmas que saltan solas en el monitor de un hospital y que después de repuntes acelerados, concluyen en un pitido continuo que indican “electroencefalógrafo plano”.

Doy mi palabra de honor de que no lo digo para ofender y que en esta apreciación no entra interés político alguno. Creo sinceramente que Zapatero está pidiendo ayuda a grito pelado y que sostenerlo en estas circunstancias es un peligro para él, para su entorno y para España. No está ciego, es que no ve. No es un mentiroso, es que tiene deformada la realidad y, salvando las distancias, como Don Quijote, confunde a los molinos de viento con sus propios fantasmas interiores. No representa ni escenifica, es que es así y cuenta las cosas que ve y como él las ve. No pretende deformar la realidad y presentar un mundo idílico de “optimista antropológico”, es que en su mundo la realidad está supeditada a los sueños y los sueños a la necesidad.

No me harán caso, claro, porque al poder hay que ordeñarlo hasta que de la ubre salga más sangre que leche, pero deberían tener un poco de piedad y antes de que el problema no tenga retroceso, tomar alguna medida para apartar del cuadro de mandos a un conductor que confunde caminos con autopistas, que no ve curvas, que conduce mirando hacia atrás, que no atiende las señales de peligro, que no para cuando se lo indican, que pone la música alta para que no se oiga el chirriar de los neumáticos, que ignora el precipicio, que suelta el volante para aplaudirse y que en lugar de frenar acelera.

jueves, 7 de mayo de 2009

EL TRIO LA, LA, LA


El nuevo secretario regional de UGT ya ha anunciado que permanecerá “impasible el ademán” y adelantándose a lo que se le pueda reclamar, asegura que “los que dicen que salgamos a la calle, quieren una crisis política”. ¿Es que los sindicatos no hacen política? Que se lo pregunten a Patxi López, que antes de jurar como lehendakari ya tiene convocada una huelga general en el País Vasco. Fernández Vara, cada vez que necesita distraer a la opinión pública, convoca a su particular “trío la, la, la”, CCOO, UGT y la CREEX/CEOE, que parecen estar de guardia detrás de la puerta y, bolígrafo en ristre, hacen acto de presencia de inmediato, para firmar convenios de diverso pelo. No pasa un trimestre sin que convocante y convocados se hagan la foto y pongan careto al entendimiento perfecto que existe entre la Junta, la patronal y los llamados sindicatos de clase. ¡Podrían incluso intercambiarse entre ellos y, salvo por la corbata, nadie notaria la diferencia!

El problema es que ahora hay que buscar un chivo expiatorio y el Gobierno y sus sindicatos han señalado a los empresarios para que caigan sobre ellos todas las iras que el paro concita. ¿Qué hará ahora el representante de la patronal y de las PYMES? El “Trio la, la, la” puede convertirse en el “Dúo salvación” si el de la patronal se da por aludido y se percata de que es un aficionado al que usan cuando quieren y tiran cuando les conviene. ¡En Extremadura ya tenemos 110.000 parados, mientras que los sindicatos siguen firmando convenios de salvación con una mano y cogiendo subvenciones y canonjías con la otra! Hemos llegado a una situación en la que incluso la Junta es más crítica con la situación actual que los propios sindicatos.

La última vez que vimos a CCOO y UGY detrás de una pancarta fue al lado de Cerolo y de los del dedito en la ceja, para protestar por la ofensiva bélica de Israel sobre los angelitos de Hamás. Desde entonces hay 500.000 parados más, pero la culpa, ya nos lo han dicho, es de los empresarios “que quieren aprovecharse de la situación y con su egoísmo están torpedeando las medidas del Gobierno”. ¡Qué risa! El 99% de las empresas son PYMES, el 88% de las PYMES tienen menos de 10 empleados, el 84% de las bajas en la Seguridad Social son PYMES, de las que cierran 100 cada día. En el último trimestre se han ido al paro 295.000 autónomos, pero Gobierno y los sindicatos, a los, que paga 15 millones de euros por asesoramiento, han llegado a la conclusión de que la culpa del paro la tienen los que cierran y se van al paro. ¡Toma, paro, Moreno!
Echemos un poco de imaginación al asunto y supongamos a Rajoy como presidente del Gobierno, prometiendo el pleno empleo pero destruyendo en un año un millón seiscientos mil de puestos de trabajo. No hace falta mucha imaginación para ver a UGT y a CCOO a mordisco limpio, de pueblo en pueblo y de empresa en empresa, movilizando al personal contra los desatinos del Gobierno. ¿Qué haría el PSOE si gobernara el PP en una España con más de 4.000.000 parados, de los que 1.000.000 han perdido el derecho a cualquier prestación? Al PP le crecerían sus enanos y Rajoy no podría soportarlo y tendría que irse. Pero fuera de España

domingo, 3 de mayo de 2009

PRESENTACIÓN DE JAIME NARANJO EN CÁCERES


EL ENIGMA DE PONCIO PILATOS

Martín Tamayo, Tomás: El enigma de Poncio Pilatos. Prólogo de Alberto González Rodríguez. 24 cm. 211 pp. Tecnigraf Editores. Badajoz, 2008.

Hace dos meses Jesús Delgado Valhondo habría cumplido cien años. A él le hubiera parecido una buena fecha para celebrarlo este 23 de Abril, coincidiendo con la fiesta del libro. Por eso me resulta grato recordar al más entrañable de nuestros poetas -tan pegado a esta ciudad- y al amigo. Fue precisamente esa amistad la que me aproximó a Tomás, entonces Consejero de Cultura, en la –ya tan lejana- etapa preautonómica. Eran tiempos de iniciativas, de esperanzas y, sobre todo, de mucha imaginación. Recuerdo una eficaz colaboración, derivada de un cercano afán cultural, perfectamente compatible con la comprometida actividad política que ambos ejercitábamos. Yo había leído algunos relatos suyos (Cuentos de madrugada) y admiraba su labor editorial en Esquina Viva, junto a otros escritores de Badajoz y alguno de Cáceres (si no me equivoco, la primera iniciativa de edición extremeña, de carácter privado, desde la República). Acababa también de leerle un librito de poemas (Abstracción de la culpa), con estilo directo y pleno de frescura propios de aquel tiempo. En ese libro y en sus ya frecuentes artículos en el Diario HOY, se perfilaba la vocación ácida y temible de sus dardos.

En todo caso, el recuerdo mas antiguo que guardo de Tomás Martín Tamayo es el de un relato -mediados los setenta-, con regusto kafkiano, sobre un enjambre de moscas que devoraban a un lector. De ese relato me interesaron como describía el autor las fases de aproximación del lector al libro y la lúcida representación del entorno. Años más tarde, cuando coincidimos en el parlamento extremeño, recordaba yo aquellas moscas, asociadas a un popular calificativo que algunas señorías dedicaban al orador implacable. No he podido –lo confieso- rechazar tal asociación al escuchar otras intervenciones o leer nuevos escritos suyos.

Decidí desprenderme de tal condicionamiento cuando, amablemente, Tomás me solicitó algún comentario sobre su proyecto de primera novela, aunque no descarté el propósito de revisar la medida en que el orador se había desprendido de la toga. Al examinar las críticas y otros textos de presentación que se han hecho sobre el libro, he visto que no era el único en indagar hasta que punto eran visibles en el texto determinados rasgos, que algunos definen como tamayización. Probablemente, porque es difícil imaginarse a otro Martín Tamayo.

Confieso también, y sin rubor alguno, que mis conclusiones son ahora otras. En El enigma de Poncio Pilatos se percibe, sin duda, el sello de su autor, pero no son los tonos de crítica, que los hay, o de acidez, los que se desprenden del contexto general, sino los de complicidad con el lector y el intento de trasladar a su ánimo esta compleja reflexión sobre la trascendencia. Me ha parecido encontrar cierta obsesión existencial y, al mismo tiempo, una decidida preocupación por lo cotidiano (en esto último el autor se encuentra a sus anchas y experimenta el placer lúdico de la escritura). Reflexiones como”pasamos la vida asumiendo sus misterios y nos iremos de ella convertidos en un enigma” o “Yo creo que sólo sucedió lo que quiso él” (refiriéndose al rabí de la túnica blanca) son muestras de lo primero y, de lo segundo, la siguiente descripción: “Nunca me gustó Jerusalén. Ni su olor, si su color, ni su gente, ni su calor pegajoso, ni sus cielos rojos y enmarañados, ni el laberinto de sus calles, ni sus costumbres, ni sus gestos estridentes, ni sus aguas saturadas de cal, ni el sonido gutural de sus voces”.

Tomás se ha instalado en un territorio donde resulta francamente difícil generar conflicto (al menos inmediato). Y aunque alguien lo haya sugerido (suponiendo tal o cual parecido con la realidad inmediata), tanto en la estructura, como en la formalización de los personajes y en cualquiera de los contextos, intuyo que la verdadera realidad explorada se refiere a la superestructura, evidenciado los elementos de relación con una época que, al fin y a la postre, y en términos cronológicos, constituye el embrión de lo que llamamos civilización occidental.

De la extensa bibliografía y, desde luego, de los contenidos, deducimos una intensa investigación de los acontecimientos y personajes de la citada época, en buena parte derivada de los propios textos latinos: el lenguaje reflexivo de Tácito y la fuerza y frescura que Salustio imprimía a los retratos de los amigos y de los enemigos de Roma. Eso si, matizados con las aportaciones de estudiosos posteriores, desde Flavio Josefo a Robert Graves, Pierre Kast o Par Lagerkvist. Y, desde luego, de un estudio minucioso de la literatura bíblica y sus aledaños.

Pasando directamente al contenido de la obra, desde el punto de vista narrativo el esquema utilizado es muy sencillo y no hay que buscar por ahí los experimentos de esta opera prima. La exposición preliminar es extensa; pero imprescindible para situar al lector en un contexto cultural tan amplio; luego, la trama es creciente hasta su desarrollo central, también prolongado, con un desenlace breve y fulminante y un sucinto, pero evocador, epílogo.

El primer capítulo, como todo buen preámbulo, se dedica a la situación y localización de la materia, desde la trama general a la presentación del relator, Amasio Quilio, verdadero hilo conductor de todo el esquema narrativo. A partir de su entrada en escena, el autor adopta un estilo directo, en busca decidida del interés y de las simpatías del lector. Se describen la vida y el ambiente de los comienzos del Imperio y las intrigas cortesanas, bastante creíbles, con una extensa ambientación de la época de Tiberio. Aquí se incorpora la figura de Poncio Pilatos, sus orígenes (afines a los del relator) así como sus ascensos en el ámbito pretoriano y su confrontación con el Senado, por méritos propios y por su vinculación con el favorito y todopoderoso Sejano. Se utilizan ingredientes (como el aplastamiento los samnitas, fluido y apropiado y que consituye un relato por sí mismo independiente) que, además de enriquecer el argumento, contribuyen a una buena predisposición psicológica del lector hacia estos dos personajes centrales.

Los capítulos II y III explican algunas de las razones de la designación de Pilatos como gobernador de Judea, su traslado y las condiciones de la dominación romana del territorio, así como la peculiar relación entre los dirigentes ocupados y los ocupantes, sus intrigas y sus enfrentamientos.

La acción y la ambientación propician el arribo a la parte central del relato, procurando preservar el esquema biográfico de todo el conjunto. Esta intención aparece manifiesta en el deliberado interés por definir los perfiles de los personajes que rodean a Pilatos (Claudia Prócula, Rino Galo, Quinto Cornelio, Antonina…y el propio Amasio), y el trazado de otro perfil diferente, desdibujado, de los personajes que fueron concluyentes en la narración bíblica: Caifás, Barrabás, Herodías, incluidos el Evangelista y los anónimos seguidores (excepción de Judas como infiltrado del Sanedrín).

Los capítulos IV y V -alrededor de la figura del rabino de túnica blanca-, insisten en la dialéctica de las relaciones de poder y en la defensa -con matices- del interés de Roma. Todo ello lo convierte en un suceso romano del siglo I en el que se va a producir un acontecimiento cuyas consecuencias ni siquiera se vislumbran; pero se cuentan –o se interpretan- de manera distinta a la tradicional. Pilatos no se dibuja como el Poncio prepotente y despreocupado de la justicia, y la figura de Jesús de Nazaret se resuelve con un dibujo paleocristiano y esencial.
Pilatos es un político “de inteligencia superior, vulnerable y dependiente, que sabía escuchar y, en su entorno más cercano se mostraba natural y confiado”. Preocupado por transferir el progreso de Roma a los pobladores de Judea, cuyo gobierno tiene encomendando, aborda reformas y emprende un ambicioso plan de infraestructuras que incluye comunicaciones, saneamientos y abastecimientos de aguas. Ha de enfrentarse, de manera simultánea, a las intrigas de la corte, a las maniobras de su inmediato superior, el propretor de Siria, Lucio Vitelo, y a las estrategias urdidas desde el Sanedrín contra la representación de la Roma invasora. Para tales estrategias se utilizan todo tipo de tácticas, desde las que incitan la hostilidad interna entre los romanos, a las de organizar una insurrección popular ante cualquier decisión o acción del prefecto romano. En este contexto es en el que sitúa Tamayo el proceso de Jesús: “Poncio Pilatos, al que quieren presentar sus detractores como un ser débil, demostró en aquel caso una entereza ejemplar…” Y así fue. Agotó cuantas posibilidades le otorgaba el derecho romano y ejerció con autoridad su condición de pretor y de juez único. En todo caso su decisión final no es en absoluto un acto de cobardía sino de compasión, con algún ribete de solidaridad: “¡Acabemos con esta farsa y concluyamos el martirio de este desgraciado!”

Y si la personalidad de Pilatos se perfecciona en consonancia con la de los miembros de su círculo, la del nazareno se muestra aislada de su entorno, en un claro intento de remarcar su esencialidad. Acude para ello a determinados recursos literarios: el escaso perfil de los personajes, las opiniones de quienes se muestran mas creíbles, como el propio Pilatos o Rino Galo (“te he dicho lo que vi, pero yo no creo lo que vi”) o incorporando nuevos personajes que representan la diferencia (Morco de Pella o el ladrón de los miembros amputados). El cuadro se completa con algunas informaciones, no exentas de riesgo, que relativizan el dramatismo de la última fase de la pasión.

Los capítulos VI y VII contienen noticias que auguran el rápido final, particularmente los rumores sobre la resurrección del Rabí y la muerte de Antonina. Como si estas ausencias hubieran vaciado de contenido a la narración.

También la salida de Pilatos de Judea se relaciona con el crucificado. El Sanedrín acusa a Pilatos ante Vitelio de estar tras la conspiración que supuestamente han preparado los seguidores de Jesús y amenaza con una sublevación general de la provincia.

La vuelta a Roma coincide con la muerte de Tiberio y su sucesor, Calígula, no hace otra cosa que precipitar el hundimiento de la figura de Pilatos en el pozo de la historia que, como tal, se constata su alejamiento y silencio en las tierras de la Galia.

A lo largo de todo el capítulo VII, salpicando el desenlace, se incluyen algunas reflexiones que, con el último apartado, componen un evocador epílogo a modo de ubi sunt? (tan frecuente en la literatura latina y, especialmente, en Virgilio)

La última frase del libro “sólo nos quedan los muertos” –que también aparece al principio- constituye la expresión final del texto. Yo la he interpretado como una asociación retrospectiva hacia la vida y acción de un grupo de personas (amigas, enemigas o indiferentes) que formaron parte de un contexto dichoso para el relator. Partiendo de tal hipótesis, la expresión hace referencia a las actitudes vitales de estos seres que continúan en la memoria del personaje, confiriendo al ubi sunt un contenido menos tópico en relación con la relatividad de las glorias mundanas. Por eso, entiendo que tienen poco que ver con la muerte. Ahí aparece el sentido de trascendencia. Incluso, llevándolo a términos extremos: el muerto principal nunca murió.

El libro comienza con un documentado prólogo de Alberto González Rodríguez. Me he preguntado en algún momento –y lo he comentado con Tomás-, si era necesario. No es frecuente incluir un prólogo en las novelas, ni siquiera en las históricas, al margen de cualquier introducción explicativa del autor (que El enigma de Poncio Pilatos también incluye). Suele serlo, al margen del género (narrativa, teatro…), en obras de tesis que plantean la dificultad de una elección. La respuesta está en el prólogo mismo, cuando se pregunta si se trata de una novela histórica, una biografía o (en el sentido literal, en el texto) “una obra intrahistórica-ensayística”, de una rica variedad de contenidos.

A mi me parece una novela de contenido histórico, con un pretexto biográfico. Hay en algunos pasajes ingredientes propios de la comedia de costumbres ( pienso en Stendhal o Thackeray), con un estilo narrativo próximo a las “memorias de Adriano” de Yourcenay, o al Yo, Claudio, de Graves, aunque en estos casos los narradores fueran los protagonistas.
Pero sea cual fuere el género resultante, Tomás ha dado fin a su primera obra de larga extensión y para él es su novela. Plena de recursos expresivos que permiten dialogar con el espectador y hacerle partícipe de los ambientes, de las formas, de sabores y colores. Recursos por otra parte que sí llevan la firma de este experimentado autor de narraciones cortas. Y aquí vuelvo a recordar el cuento de las moscas por algo que ya dije sobre la habilidad del autor para crear los ambientes. Entre aquella forma de presentar la realidad objetiva y la que se hace en este libro, hay muchos litros de tinta, más pincel, probablemente más color; pero se trata de la misma pluma guiada por una misma vocación.





CADA DIA MÁS GALLARDO


Durante estos días de penitencia no he hablado con Alfonso Gallardo, pero conociéndolo como lo conozco, sé que ceder a una ERE en una de sus empresas ha debido ser una de las decisiones más dolorosas de su vida. Hace unos meses estuvimos visitando algunas naves de la siderúrgica, en las que se mantenía una actividad reducida, porque la demanda había caído. Pregunté por la cementera y me dijeron que también habían tenido que reducir la producción. ¿Y cuánto tiempo podéis soportar esta situación sin despidos? Juan Sillero no me contestó, pero hizo un gesto en el que se reflejaba claramente que ésa posibilidad los estaba torturando.

De lo único que he oído presumir a Alfonso Gallardo es de abrir puertas y generar trabajo. Nunca habla de dinero y jamás se regocija por los beneficios ni de las cuentas de resultados. Los que le tienen una ojeriza patológica no lo aceptarán, pero Gallardo valora más el trabajo que la empresa y para él es un festejo cada puesto que crea. Él cuantifica la importancia de una empresa por el trabajo que general más que por los beneficios que reporta. Por eso sé que estos son momentos especialmente difíciles, porque su chips mental no está programado para los despidos y esta ERE suspensiva, la más suave, que afectará a 146 trabajadores, ha debido ser como tragarse un erizo.

Se sabe que lo de Alfonso Gallardo con el trabajo es pura adicción, porque al trabajo dedica su vida y está pegado al currelo con verdadera delectación y dependencia. Una vez me dijo que el día más tonto de la semana es el domingo. ¿Y sólo disfruta trabajando?, me preguntó un día Pedro J. Ramírez. Le gusta la buena conversación, el buen vino, el buen jamón, los toros y el flamenco, pero si atisba la posibilidad de levantar algo nuevo, lo deja todo y con una tortilla francesa puede pasar el día. Con esa fijación personal ha conseguido levantar un imperio industrial, un pulpo que extiende sus brazos fuera de Extremadura y de España y que, a la hora de la verdad, genera actividad para más de 5.000 familias. Algunas neuronas poco comunes deben amueblarle la cabeza, para empujarle con tanta fuerza, tanta fe y tanta decisión, porque, además, hace ya mucho tiempo que le salió la barba.

¿Por qué escuece en esta Extremadura del paro que un empresario levante empresas de éxito, que generan miles de puestos de trabajo? Sonará a coña, pero yo creo que deberíamos clonarlo y poner un Gallardo en cada pueblo. En este día, amargo para el empresario jerezano, debería recibir, como mínimo, un guiño de complicidad, porque mientras más gallardo, más Gallardo ¿Por qué ha cesado en Extremadura el llanto por nuestras carencias industriales y damos la sensación de que bajo la piel de cada extremeño anida un ecologista visceral? ¿Qué diríamos de Alfonso Gallardo si su empeño lo hubiera puesto fuera de Extremadura? Seguro que andaríamos detrás de él, suplicantes, y que no perderíamos ocasión para censurarle su lejanía. Y, por supuesto, ya le habríamos llevado la Medalla de Extremadura a su casa. ¿Habrá hecho la “medallada” Monserrat Cabellé por Extremadura más que Alfonso Gallardo? La duda no me deja dormir.