viernes, 3 de abril de 2009

MUERTE POR CRUCIFIXIÓN


La condena a morir crucificado estaba reservada a delincuentes mayores y con ella se pretendía, además de prolongar el sufrimiento, ejemplarizar, porque se hacía de día, con gran despliegue publicitario, trompetas y tambores. Era la ejecución más terrible para el sentenciado y la más humillante para su familia, que tenía que soportar el agravio público, el penoso callejeo soportando la parte superior de la cruz y la lenta agonía, que podía extenderse hasta los siete días. Pagando a los soldados ejecutores, los familiares lograban una notable aceleración en el proceso, porque estos se encargaban de tocar órganos vitales y cuando finalmente el condenado subía a la cruz, ya estaba agonizando y solía morir en unas horas. Acabar pronto era algo que beneficiaba a todos, también a los ejecutores, porque además de un suplemento económico, reducían considerablemente las horas de vigilia y podían marcharse a su casa.

Los soldados golpeaban a los condenados en los riñones y si querían concluir pronto daban un mazazo en las costillas flotantes, procurando que estas se clavaran en los pulmones y el dolor les impidiera estirarse para respirar porque, en teoría, la muerte en la cruz se producía siempre por asfixia. Los soldados ejecutores, que solían ser siempre los mismos, conocían perfectamente los pasos previos a la muerte y tenían otros muchos procedimientos para acelerarla. Si querían que el crucificado muriera pronto, bajaban el pedestal sobre el que apoyaban los pies, que era el único asidero que tenían para estirarse y llevar algo de oxígeno a los pulmones. También jugaban con las distintas posibilidades que ofertaba la propia cruz, porque mientras más cerca del palo central clavaran los brazos, más aumentaban las dificultades para poder respirar. Finalmente, cuando aquello se prolongaba en exceso, golpeaban los tobillos para impedir que el crucificado lograra apoyarse y conseguir respirar.

Pero si conocían cómo acelerar la agonía, también sabían cómo ralentizarla. Si crucificaban con los brazos en cruz, paralelos al suelo, si no lo castigaban en exceso, le colocaban el pedestal de los pies muy alto y no golpeaban sus piernas y tobillos, el crucificado podía respirar sin dificultades y sólo después de muchos días, extenuado, cuando las fuerzas le fallaban, perdía el equilibrio, abandonaba el pedestal y moría asfixiado. Cuando los crucificados se agotaban quedaban colgados, sujetos al palo solamente por los brazos y la muerte llegaba en tres o cuatro minutos.

El palo central de la cruz, afilado en uno de sus extremos, solía estar en el lugar dónde se producía la crucifixión y tenía varias horadaciones a lo largo, para colocar el pedestal en el que se apoyaban los pies, según la estatura del condenado. El trozo de madero que portaba el condenado, estaba horadado en el centro y para formar la cruz lo dejaban caer sobre el central, afilado, atándolos con una cuerda. Los hoyos donde se ubicaban las cruces, estaban cavados y las recibían acuñadas con palos y piedras. Las cruces, para poder manipularlas con comodidad, quedaban muy bajas y los pies de los condenados apenas levantaban un metro del suelo

Se calcula que fueron miles los sentenciados a morir crucificados, pero sólo se conocen los nombres de tres. Todos los demás son seres anónimos de los que no consta ni el delito ni la filiación personal. Sólo ha aparecido un cuerpo con signos evidentes de haber sido crucificado…

¿Existen sobre la crucifixión otros criterios cualificados? Si. Había normas habituales, pero no eran muy rigurosas y permitían muchas variables y excepciones.

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