jueves, 22 de enero de 2009

LA JOFAINA QUE CAMBIÓ EL MUNDO


Notas acerca del autor de “El enigma de Poncio Pilatos”
Rafael Angulo


El maestro Antonio Burgos en su “Diccionario Secreto de la Semana Santa” define el término “Palangana” como el nombre popular de la jofaina de plata donde Poncio Pilatos se lava las manos en el paso de la Sentencia de la Macarena, para no dejar a los sevillanos sin Semana Santa. Ahora viene Tomás y con los ingredientes de su estilo, dedicación, intuición y lecturas pergeña un magnífico libro que consigue que todos los semanasanteros del mundo nos levantemos airados porque deduce que no existió la palangana ni Pilatos, el dudoso, era un pusilánime, ni se lavó las manos ni fue así lo que todos los creyentes pensamos que fue así. El otro día en la película “Australia” escuché decir a Nicole Kidman: “El que las cosas sean como son no quiere decir que necesariamente que tengan que ser así”, y aunque se puede aplicar a otros aspectos de la vida, parece frase inspirada en el enigma de Poncio Pilatos. Otros, menos imbuidos en las cosas de Tamayo, achacan el distanciamiento y la objetiva imparcialidad del escritor en un pretendido “descreimiento” de Tomás. ¡Ja!. Si será descreído este hombre que su frase más repetida es esa de “padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado”. Si será descreído este hombre que pregona, sin ambages que no ha descubierto mejor tratado social en el mundo que las bienaventuranzas, si será descreído que necesita ambientar uno de sus memorables y mejores cuentos en un balcón frente a un paso de Semana Santa.
O sea que este interés de Tomás por el rabí de túnica blanca no le viene del 2002 cuando comenzó a recopilar material para su libro sobre el hombre dudoso, dudoso para muchos pero no para él. A Tomás se le cruzó el Nazareno antes, mucho antes, pero le cuesta reconocerlo y parece adoptar una lejanía con el personaje no vaya a ser que le pida más, mucho más. Dios es el señor de la historia porque es el señor del tiempo donde los hechos, afanes y errores de los hombres están inmersos. En esta partida que jugamos, Dios da las cartas siempre aunque nosotros, insignificantes jugadores, no entendamos los descartes e incluso nos enojen los movimientos del dueño de la baraja. También es el señor de las novelas históricas, cuando son novelas históricas, de hecho este “Enigma de Poncio Pilatos” está basado en las conversaciones que mantienen, envueltos en la paradoja, el rabí de túnica blanca y Tomás disfrazado de Amasio Quilio, personaje que utiliza el Palestino para confundir a mi amigo. Ocurre que Tomás aprovecha la ocasión pues ya se sabe, el buen gallo canta en cualquier corral y este hombre apasionado, escritor entusiasta, vehemente y amigo, pero amigo de los que ejercen la amistad de modo tozudo, utiliza el camino de su libertad de conciencia (que, por cierto es uno de los mejores caminos para ir por la vida sin vergüenza) para adentrarse en un personaje sin cuyo concurso el devenir de la historia hubiera sido distinto, con palangana o sin palangana, porque fue actor principal en los prolegómenos de ese laberinto de pasiones que fue la Pasión del rabí.
Podía Tomás haber escogido a Judas Iscariote, aquel desdichado, pero no, tuvo que escoger (o creer que él escogía) a Poncio Pilatos y convertirse en un narrador de excepción. Pero el narrador, en este caso, no se limita a recordar aquellos hechos que narra. Como tiene lagunas sobre lo que realmente sucedió, mezcla a veces la evocación personal con su tarea de investigación y recurre a algunos testimonios de la época para que, a la postre, Amasio Quilio diseccione sobre la piel de Poncio Pilatos un mapa de los comienzos del cristianismo, que la novela refleja mejor que el personaje, porque el enigmático Poncio Pilatos como “pronosticador” era un desastre (la Historia me da la razón).
Para seguir los avatares del Enigma es preciso tener buena memoria, una de las condiciones que los clásicos reclamaban para el buen lector (y de la que carezco, por eso la tardanza en leer detenidamente el libro) pero una vez entrados en materia salta a la vista la solidez del ahora novelista (histórico), su facilidad para combinar géneros, su naturalidad y sus dotes para el psicologismo y convertir el mundo romano (de Roma) en un anticipo de la historia universal (como efectivamente sucedió). Todo esto desde una brevedad que a veces parece hermana del talento y desde las instancias mas cotidianas y mas importantes para los protagonistas: la familia, los hijos, la mujer, los amigos, los enemigos…creo que esta faceta de Tomás es la que anima al lector a preguntarse por el sentido de las cosas y a no ceder ante la claudicación de los hechos consumados, aquello de las cosas que son como son y lo que deberían ser. De este modo, el lector irá descubriendo, con asombro, que el mundo daría un cambio rotundo e instantáneo si pusiéramos por obra la caridad que el rabí de túnica blanca pedía, eso que ahora denominamos caridad cristiana y que convierte en inútiles todas las teorías filosóficas o los programas políticos. De ahí el valor del libro para la historia, para mi historia, a la que habría que añadir la presunción de que antes que para nadie, Tomás ha escrito para complacerse a si mismo, en otro de sus retos personales dignos de elogio. Tomás ha escrito el Enigma que le hubiese gustado leer y, ante eso, no hay palangana que se le resista.

Posdata: También es un libro oportuno ahora que los niños, en su condición de escolares, han quedado huérfanos de Religión (y por lo tanto de Historia) y los angelitos están en las escuelas ignorantes de lo que hubo y lo que hay.

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