jueves, 25 de diciembre de 2008

RECESIÓN DE PECELLIN


Reivindicación de Poncio Pilatos
Desde el concilio de Nicea (s. IV), viene recitándose en el Credo católico que Jesucristo padeció, fue crucificado, muerto y sepultado bajo Poncio Pilatos. El protagonismo de este gobernador en aquel drama, del que habría pretendido exculparse lavándose las manos, es notorio en los Evangelios. No obstante, es bien poco lo que de esta figura histórica, tan popular e incluso folclórica, se conoce rigurosamente. La lápida que se descubrió (1961) en Cesarea –un gran bloque de piedra caliza– , donde se lee el nombre de (Po)ntius Pilatus, tampoco aclara gran cosa.
Al parecer, Pilatos desempeñó el cargo de prefecto de la provincia romana de Judea desde el año 26 d.C. hasta el 36 o comienzos del 37 d.C. Hasta allí lo envió Tiberio, sucediendo en el cargo a Valerio Grato. A estas alturas, no se sabe si fue un gobernador venal y cruel (Flavio Josefo), un hombre rapaz y tiránico (Filón), un ser arbitrario e inmisericorde (Tácito), un benefactor de Israel o alguien que mezcló la sangre de los galileos con la de los sacrificios (San Lucas 13, 1), una persona buena pero débil (San Justino), el enemigo de Herodes (Lucas 23, 12), un filósofo escéptico («¿qué es la verdad?»), un hombre justo, compasivo e incluso santo (Iglesias copta y etíope), un converso a la fe cristiana (Evangelio de Nicodemo) o, sencillamente, un enigma indescifrable, según Martín Tamayo.
Llevaba mucho el escritor madurando esta novela histórica, que al fin ve la luz y está convirtiéndose en un éxito editorial. Lo merecen la calidad literaria de la obra y el interés que sus personajes suscitan. Ante todo Poncio Pilatos, sin duda, pero también los que son traídos a escena por proximidad con el mismo, reales unos, imaginarios otros, tal ese Amasio Quilio, primer secretario del prefecto, que cuenta en primera persona, como narrador omnisciente, los acontecimientos cercanamente vividos.
El emperador Tiberio es el gran manipulador, amoral y voluble, a quien se le atribuyen las mayores perfidias, responsable último de que sus representantes no se atrevan a obrar en conciencia, siempre temerosos ante las reacciones inesperadas de aquel corrupto. Son muchas las páginas que se dedican. Con él compiten en maldad los miembros del Sanedrín, aunque desde parámetros distintos. Las autoridades judías y el pueblo al que dicen representar, son presentados de forma tan radicalmente denigrante que la novela puede incluirse entre los clásicos del antisemitismo. «No pierdas el tiempo con esta gente infame. Son viles, cobardes, mezquinos y traidores. Es inútil tratarlos con delicadeza y cortesía, porque están siempre acechantes y todo lo interpretan como una ofensa o una prueba de debilidad. Cualquier gesto humanitario se volverá contra ti, porque el único lenguaje que entienden es el del trallazo del látigo», aconseja Valerio a su sucesor (pág. 69).
Poncio es un tribuno de origen samnita, militar heroico, dotado de gran memoria, que se forma bien en leyes y trabaja al servicio de Elio Sejano hasta que lo destinan a Judea. Nunca tendrá el apoyo de Vitelio, su superior, el propretor de Siria. Desde su llegada Cesarea, Pilatos se esfuerza por entender la cultura judía, aprender el arameo y conseguir que a aquella alejada provincia lleguen los beneficios fomentados por Roma: acueductos, vías de comunicación, paz y orden (los zelotes arrecian, con Barrabás al frente), justicia rápida, etc. Si es preciso, se utilizará el tesoro del Tempo, aunque irrite al Sanedrín. Cuenta con magníficos ayudantes, como su propia esposa, la noble Prócula, el médico Rino Galo o el centurión Quinto Cornelio.
Jesús de Nazaret aparece ya bien mediada la novela. Es un hombre honesto y pacífico, formado entre los esenios, que cree en lo que dice. Su lenguaje y conducta son difíciles de interpretar. Hace prodigios maravillosos, similares a los que también ejecuta el mago idumeo Porco de Pella. «Hablaba de forma distinta y de asuntos diferentes. Hablaba de temas novedosos, muy raros, casi incomprensibles, de ideas superiores, de conciencia, de humanidad, del mundo de los pobres, de los oprimidos, esclavos, enfermos, perseguidos…», constata, entre el desconcierto y la admiración, el romano Quilio (pág. 139). A la postre, el rabino de la blanca túnica, en torno a cual va organizándose una multitud de pobres y marginales, se atrae la enemiga acérrima del Sanedrín. Éste no descansa hasta llevarlo a la cruz, contra la voluntad de Pilatos. Lo utilizarán habilidosamente contra éste, a quien desconciertan y consiguen hacerlo volver a Roma. Allí le aguarda un destino que, por fortuna, alcanzará a eludir. Por su indesmayable voluntad de estilo (ausente en tantas del género), rigor histórico, verosimilitud en lo imaginado, penetración psicológica y agilidad narrativa, ‘El enigma de Poncio Pilatos’ es una novela de indudable valor.
El libro
- Título: ‘El enigma de Poncio Pilatos’- Autor: Tomás Martín Tamayo- Editorial: Tecnigraf. Badajoz, 2008

miércoles, 24 de diciembre de 2008

TODOS CONTENTOS



Pisemos el freno, que Zapatero puede no ser lo que parece y hasta cabría la posibilidad de resultarnos tan inteligente como milagrero, logrando una reedición moderna de la multiplicación de los panes y los peces. Lo suyo es puro malabarismo dialéctico, pero a juzgar por lo satisfechos que salen del encuentro todos los presidentes autonómicos, más bien parece el listillo de la clase entre un montón de ciruelos regionales, que salen de allí con la sonrisa puesta y convencidos de que lo suyo, la singularidad que cada uno lleva en la bocamanga, va a llegar a buen puerto a la hora de la financiación autonómica. ¿Quién dijo que el aceite y el agua no mezclaban bien? Zapatero, abra cadabra, está logrando que todos se sientan privilegiados y que por tener muchos habitantes o por tener pocos, todos se crean favorecidos.

Zapatero dice sí a todas las propuestas que se le hacen y no se anda con distingos entre los que piden por razón del idioma, la población, la dispersión, la vejez, los fandangos, el tinto de verano o la boina capada. Zapatero dice que si, que si y que sí y los excelentísimos ciruelos y ciruelas que pasan por su diván casi levitan de satisfacción cuando salen del encuentro, convencidos de que lo suyo es prioritario para el malabarista de la Moncloa, que sin perder la sonrisa ha repartido talante a espuertas entre todos ellos. ¿Cómo puede primar al mismo tiempo al alto por alto, al bajo por bajo, al moreno por moreno y al ciruelo por ciruelo, sin que se oiga una carcajada nacional? Eso no la ha explicado, pero ya nos enteraremos cuando llegue la hora de la verdad. De la verdad verdadera.

Pero por mucho talante que le eche al asunto del dinero, al final todos habrán de pasar por caja y allí se volverá a ver que este genio de la política circense todos sus huevos los pone en el nido de Cataluña, que es la comunidad que desniveló el criterio generalizado de España, permitiéndole seguir en la presidencia del Gobierno. Mientras los catalanes tengan el mejor pezón para seguir amamantándose, Zapatero puede seguir de malabarista financiero, porque al final lo que cuentan son los votos/escaños y los extremeños en este terreno tenemos muy pocas voces que dar. Lo nuestro, como siempre, es chitón en boca.

¿Tenemos que contentarnos con lo que nos llegue en la pedrea? Práctica no nos falta porque es lo que venidos haciendo en los últimos 25 años. Aquí, como máximo, nos llega el reintegro, pero no por eso se nos descuelga la sonrisa que lucían los braceros en Los Santos Inocentes, cuando la señora marquesa les daba los reales de las celebraciones.

¿Quién impone la reforma del modelo de financiación autonómica? El Estatuto de Cataluña, que votaron afirmativamente los diputados socialistas extremeños. ¿Pueden quejarse ahora por lo que votaron ayer? Ni ellos pueden quejarse por haber votado el Estatut, ni Extremadura puede quejarse por haberlos votado a ellos. ¡Feliz año nuevo!

sábado, 20 de diciembre de 2008

CRÍTICA LITERARIA DE EL ENIGMA DE PONCIO PILATOS


Alfonso Nicolás García Ortiz
PILATOS, SEGÚN TAMAYO (HOY 7.12.08)

Desde que el periódico HOY me encargó hacer una selección de los artículos de Tomás Martín Tamayo, que finalmente se publicó como “222 Artículos de HOY” he seguido de cerca el hacer como columnista de un escritor que parece especialmente dotado para dar una visión personal del acontecer de cada día. Entre centenares de artículos, hice mi selección de los últimos seis años, procurando desechar las coincidencias y lugares comunes, aunque comprobé que contra lo que suele suceder, Martín Tamayo ni se repite ni se plagia y cada uno de sus artículos tiene vida propia. En ocasiones he encontrado publicados hasta tres artículos diferentes y el mismo día, en algunos medios digitales, en los que, pretendiéndolo o no, animaba la controversia, las adhesiones y las críticas más acaloradas de los lectores. Es decir, que Tamayo comunica, es leído, crea opinión y no pasa desapercibido. Entre mis alumnos es un clásico que analizan con lupa y el propio autor se sorprendería de las conclusiones a las que llegan.

Paralelamente a su condición de articulista, Tomás Martín Tamayo ha ido entregando cada dos o tres años una colección de cuentos de corte original, en los que mezclaba el humor y la ironía con lo erótico y el desgarro. Manuel Pecellín, que lo conoce, escribió en el prólogo para CUENTOS DE LA MALDITA RESIGNACIÓN: “En unos sobresale el lenguaje más desgarrador, en otros el más hondo lirismo. Realista en ocasiones, incluso próximo a la estética del surrealismo tremebundo”. En los cuentos como en los artículos, “Tamayo todo lo tamayiza”, en expresión certera de Julián Quirós, director de HOY, porque su estilo directo y punzante prescinde de los innecesario y va siempre a la diana que se ha marcado desde el principio, aunque no por esto deja de sorprender.

Pero no es del articulista o del escritor de narraciones breves de quien quiero hablar hoy, sino del novelista que de forma absolutamente sorpresiva se nos descubre en EL ENIGMA DE PONCIO PILATOS, porque la estructura compleja de la misma no parece una “òpera prima” y sólo se explica desde la experiencia innegable que le ha aportado al autor sus narraciones cortas y la voracidad que como lector tiene. Tamayo pone en primera persona a un narrador, Amasio Quilio, al que sitúa como un personaje contemporáneo que va relatando sus vivencias desde el descreimiento y el desconocimiento de la dimensión que iban a tener los acontecimientos por él vividos, aunque en algún momento se descubre y parece evidente que Amasio es el propio Tamayo.

Tamayo es un iconoclasta de libro y su rebeldía emana de su propia seguridad y de la visión adelantada que tiene de los casos y de las cosas. Inquieto y contumaz, es capaz de doblegar todas las dificultades con el impulso de la pasión que imprime a todo lo que toca, sea la política, el artículo, la narración corta, el cuento o la novela. Tamayo se involucra, toma partido, se alinea y como un día escribiera en un precioso poema el subdirector de ABC, Santiago Castelo, “Tomás Martín Tamayo cuando sangra convoca a la sangre /y que llegue cuánto antes,/ ansioso de que ponga color a la herida”.

Tampoco es diferente el Tamayo novelista y en esta apasionada y apasionante historia sobre Poncio Pilatos, hace causa común con el prefecto de Judea y rompe todas las ataduras que la tradición oral impone, presentando un Pilatos creíble, pero movido por hilos muy visibles que hacen de él una marioneta entre los intereses cruzados de unos sacerdotes, los del Sanedrín y la inquina impuesta desde el Senado romano al propretor de la zona para con su subordinado en Judea. Pero al margen de la peripecia de Poncio Pilatos, como eje central, Tamayo se adentra con perspicacia en el estudio sicológico de los personajes que acompañan la historia y logra fotografías magistrales de algunos de ellos. A Tiberio lo describe con tanto acierto literario que sería perfectamente reconocible si nos cruzáramos con él por la calle. Las intrigas políticas, el engranaje del poder y la corrupción, siempre presentes en el mundo literario de TMT, se esparcen aquí como semillas que encuentran un terreno adecuado para su desarrollo. Pero donde el novelista se muestra más creativo y literario es en la vida que presta a personajes imaginarios, como Antonina, la hija sordomuda de Pilatos, Quinto Cornelio, el centurión jefe, siempre temeroso y receloso y, sobre todo, en Rino Galo, un médico, arquitecto amante de los pájaros y las plantas que desposeído de toda ambición, acaba siendo en la novela un personaje tan principal como el propio protagonista.

Se recrean en la novela, brevemente, algunos pasajes conocidos de la vida de Jesús, al que se trata con respeto e intencionada indiferencia, porque el relator de toda la historia, Amasio Quilio, es un romano que, a vuelta de todo, no cree en nada y se muestra lineal, comparándolo a trechos con otro personaje, un mago, Morco de Pella, que como Jesús recorría los caminos haciendo prodigios y despertando los temores del Sanedrín. El conocido descreimiento de Tamayo no se ceba cuando se refiere al “predicador de túnica blanca”, tratándolo con respeto e in disimulada admiración.

La novela hace incursiones muy interesantes por la vida palaciega y cortesana, con datos de la vida en Roma y en Judea, las relaciones sociales, la gastronomía, las jerarquías en el poder y, sobre, los miedos razonables de estar en el sitio o al lado de la persona equivocada, porque las depuraciones podían llegar hasta escalones muy bajos. Con todos estos ingredientes y el estilo personal, casi inconfundible, del autor, creo que Tomás Martín Tamayo ha conseguido una novela que engancha desde las primeras páginas y que al final, como suele ocurrir con las lecturas placenteras, hasta se demandan más páginas.

El salto cualitativo de ha merecido el esfuerzo de los tres largos años que ha dedicado a la novela. Por último señalar que EL ENIGMA DE PONCIO PILATOS, ha sido editado por Tecnigraf, con el esmero que caracteriza a este sello en cada una de sus entregas, tiene un precio de 20 euros y está en talleres la segunda edición.

EL ENIGMA DE PONCIO PILATOS


PRESENTACIÓN :

Julián Quirós Monago
Dtor. de HOY

Buenas tardes.

Nos encontramos esta tarde aquí para bautizar la última criatura de Tomás Martín Tamayo, por mucho que esta planta de El Corte Inglés quede lejos del Jordán y no haya entre nosotros ningún San Juan dispuesto a oficiar la inmersión, sobre todo si nos fiamos del ‘Bautista’ sonado retratado por el autor. Pero ‘El enigma de Poncio Pilatos’ bien merece un acto como este, en el que los amigos y los admiradores de Tomás nos reunimos en torno a su última obra, donde como apunté en el periódico hace algunas semanas, Tamayo nos sorprende con un cambio de género a través de un personaje poco estudiado en una atrevida incursión en el momento en el que en un rincón perdido de Oriente chocaron Roma y el judeocristianismo, las dos fuerzas creadoras del mundo occidental. O sea, que Tamayo se ha ido al origen de nuestra cultura, a los años justos del ‘Big Bang’ en los que cristalizó nuestra civilización.

Y ahí quería yo llegar. Porque si a Tomás Martín Tamayo le hubiese dado por contar la lucha y el ascenso de un negro para llegar a la presidencia de Estados Unidos, y hubiese seguido la trayectoria de Obama desde sus inicios en la política, su candidatura al Senado, su incursión en las primarias demócratas hasta vencer nada menos que a la poderosa y carismática Hillary Clinton, su pretendido remedo del Camelot americano de la era Kennedy y su camino de perfección y victoria final a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales… si Tamayo hubiese escrito una novela con todo eso, no le habría salido más rabiosamente contemporánea, ni más vigente en sus conceptos, que esta obra que hoy presentamos sobre aquel prefecto de Roma en Judea.

Y dos creo que son las razones. Primero el estilo tan personal de Tamayo, que –y perdón por la autocita- todo lo tamayiza (ya sea en los artículos, en los cuentos, en la novela histórica y en cualquier nuevo género con el que nos pueda sorprender en el futuro). Esto, que alguno pueda verlo como defecto, para mí no es más que el signo de todo creador que es capaz de dar un sello personal y distintivo a su obra, más allá de los parámetros estandarizados. Claro que hablamos de una cualidad al alcance de unos pocos. Estamos pues ante una novela donde se nota el oficio del articulista, en el que afloran tantos años de maridaje con los periódicos que le permiten llevar en volanda, desde la punta de su pluma, una crónica trepidante y periodística que ocurrió hace dos mil años. Y lo hace de una manera parecida a como se han escrito recientemente los mejores reportajes sobre la vida y milagros de Barack Obama. Tamayo escribe con un estilo muy conocido por sus lectores: vibrante y seco, corto y pugilístico, donde no faltan algunos pasajes a flor de piel, pero en los que acaba espigando la garra furiosa del autor. El mejor elogio que puede hacerse de este enigma ponciano es que resulta difícil no leerla de una sentada, porque atrapa desde la primera página.

La segunda razón ya está también anotada. Cuando se cierra la última página se repara en cuánto nos parecemos a Roma, política y culturalmente hablando. Somos hijos de Roma y en algunas cosas fundamentales apenas hemos cambiado. De ahí venimos y de ahí casi no nos hemos movido. Roma nos dejó la religión dominante, el derecho, buena parte del planeamiento urbanístico y muchas cosas más, como unas líneas de pensamiento que, para lo bueno y para lo malo, siguen vigentes en nuestra conducta colectiva y hasta en ciertas motivaciones individuales.

Y, por supuesto, de Roma bebemos muchos modos en el ejercicio del poder; en la política de luz y taquígrafos y, sobre todo, en la política de bambalinas. Todo lo que se relata en la obra, lo vemos todavía en nuestros días: las pasiones, la luchas, las ambiciones, las malas artes y también claro episodios nobles y desprendidos porque así es el yin y el yang de nuestra vida pública. O sea, que a modo de acompañamiento la obra lleva adherida al relato un manual de política al uso, o, al menos, un retrato del juego sucio en el poder. Tamayo siembra sus páginas con la íntriga y simulación propia de las altas esferas, desde las que ejerce sin apenas límites el tirano emperador, la notable influencia de las grandes familias como los claudios, hasta las venganzas maquinadas en el Senado, en las provincias, la eliminación de los adversarios, la fabricación de falsedades, etcétera, etcétera, etcétera. Supongo que les suena todo esto.

Con todo, la obra no se queda sólo en el navajeo reinante porque el narrador, Amasio Quilo, el secretario de Pilatos, ejerce de cierta conciencia crítica, de observador de los manejos y el devenir histórico y, por eso, abre la novela con una reflexión íntima del poder evanescente, de la gloria y la caída, de la incredulidad del testigo que ha vivido los acontecimientos y no acierta a comprender su interpretación posterior; la adulteración de lo que él considera la verdad.

La obra es un prodigio de conocimiento histórico y asombra la enorme investigación que lleva a su espalda. Ejemplos tenemos muchos. Como la revelación de los samnitas, pueblo desconocido para el gran público, humillados primero y romanizados después, víctima de Roma antes de ser deglutidos por su superestructura. Tamayo desprende un realismo aterrador en las torturas que sufrieron Poncio Telesio y Telesia Preneste. Y lo tapa todo la sentencia de Sila: “que para Samnio no haya mañana”. Ahí se ve la violencia extrema y salvaje de los romanos como ejército dominador, una violencia por cierto que hemos tenido entre nosotros hasta antesdeayer, y vuelvo con la contemporaneidad de la obra, y que se vio igual de salvaje dos mil años después, en las dictaduras militares de Chile y Argentina o un poco antes en los campos de concentración nazis o en el gulag comunista.

Muy interesante también resultan los aspectos descubiertos de la vida cotidiana, como la romanización del palacio de Cesárea, con sus suelos de mármol incrustados en oro y azabache, las escenas de caza talladas en los dormitorios, y la prestia o el garum llevados hasta las cocinas palaciegas de Judea.

Por no hablar de algún hallazo narrativo, de enorme impacto visual, como cuando un puñado de judíos armados de piedras se enfrentan a los soldados romanos para impedir la utilización de un acuífero. ¡Como no acordarse de las recientes intifadas! Maestría para hacer presente el ayer.

Por lo demás, y ya voy acabando, el mayor atrevimiento del autor pasa por mostrarnos dos perfiles bien distintos de los principales protagonistas, Poncio Pilatos y Jesús de Nazaret. Seguramente es este su logro más trascendente como contador de historias porque abre un camino distinto al ya trillado y en eso corre riesgos importantes, pero consigue hacer el relato sugestivo.

Tamayo nos da una nueva visión de Poncio Pilatos, no se queda en el maligno torturador que sentenció y crucificó a Cristo, sino que rebate la mayor. Ni torturó a Jesús ni se prestó con facilidad a las presiones del Sanedrín para acabar con su vida. Todo lo contrario. Pilatos aparece más bien como un gobernante eficaz con altas dosis de honestidad, volcado en la administración pública y en llevar prosperidad al pueblo que gobierna, pero también un imprudente que no entiende las sutilezas de la alta política y acaba siendo una víctima de Roma con un destino en la cloaca del imperio. Son éstas razones suficientes para seguir las páginas con interés.

En cuanto a Jesús, también es otro Jesús. Es un Jesús humanizado al que Roma no ve como Cristo sino como alguien iluminado, inofensivo pero que con sus palabras provoca alborotos. Y a Roma le cuesta entender la inquina del Sanedrín hacia Jesús, a quien ve como un profeta más. Tamayo acierta al plantear un Jesús previo a cualquier Iglesia y a los comienzos del cristianismo, cuando todavía no era nadie, cuando ni había empezado a propagarse su mensaje y su vida, esa vida que como una llama abrasó nuestro mundo desde aquella Judea sometida. Por eso, Jesús, en ‘El enigma de Poncio Pilatos’ no es Jesús: es el rabino carpintero, el rabí de la túnica blanca. Y lo describe con lógica histórica y naturalidad sin que resulte por ello irrespetuoso con la figura, incluso se advierte cierto punto de simpatía hacia ella.

En fin, ya ven, muchas cosas creo, para un solo libro. Máxime si hablamos de un novelista novel, pero nuestro Tamayo es mucho Tamayo y seguro que quienes lo conocen darían por seguro que el día que se volcara con una historia, saldría por la puerta grande. Ese día ha llegado. Que ustedes lo disfruten. Nada más. Muchas gracias.

ZAPATAZOS PARA BUSH


No sé que es lo que pretendía el periodista iraquí cuando al grito de “¡toma tu beso de despedida, perro!” le lanzó los dos zapatos a Bush, pero del eco de su atrevimiento se han ocupado todos los medios y en algunos el lance ha sido festejado sin disimulo. ¡Qué contentos han estado los tertulianos de guardia del fortín zapaterista, riéndose con descaro de la cara de perplejidad de Bush mientras esquivaba los misiles! ¡Qué alegría tan desbordante al visualizar el lanzamiento a cámara lenta! ¡Qué divertido resultaba que el presidente democrático del país mas poderoso fuera agredido a zapatazos, ante el desconcierto de los miembros de su seguridad personal, que lo tenían todo previsto menos que los zapatos de un periodista acreditado sirvieran para algo más que caminar!

¿Debemos reírnos todos? Confieso que con el pensamiento yo también le he propinado más de un capón a Bush, pero me parece poco aleccionador aplaudir semejante conducta porque finalmente ya se sabe, “juego de manos, juego de villanos”. En su día, también con el pensamiento, le he dado muchas collejas a Aznar y llevo cinco años dando palmetazos a Zapatero, pero una cosa es pensar en el zapatazo y otra bien distinta materializarlo. ¿Qué hubieran dicho todos esos falsarios, que ahora van de carcajada en carcajada, si el destinatario de los zapatos hubiera sido Zapatero? Epítetos faltarían en el diccionario para calificar semejante tropelía y a buen seguro de que acabarían averiguando que el director de la orquesta era el mismísimo Rajoy, apoyado por el plenario de un PP “tercermundista y antidemocrático que no ha superado la limpia victoria de los socialistas”

En la cultura musulmana arrojar el zapato a la cara de alguien es la mayor expresión de desprecio y eso también ha sido subrayado con el aprecio de los que cobran nóminas múltiples, porque hacen sus “bolos” en casi todas las cadenas. Yo creo que alguno/a deben de tener hermanos gemelos para poder estar en dos sitios a la vez. Lo cierto es que Bush, en el final de su mandado va a recoger pocos aplausos y va a asistir a pocos homenajes de despedida, porque sus afanes bélicos y sus torpezas están iluminadas por todos los focos, pero lo que algunos espabilados del régimen no le perdonan es que se vaya sin haber perdonado a un Zapatero, sentado displicentemente mientras desfilaba la bandera de EE.UU.

¿No merece una azotaina mental la burla solemne de aquella chorrada que proclamaba “POR EL PLENO EMPLEO, motivos para creer”? ¿Y la negativa a aceptar una crisis que va a concluir con 4.500.000 de parados? ¿Y el despilfarro faraónico de la Cúpula de la ONU, mientras aumenta el número de familias que pasa por los comedores sociales? ¿Y…? Jalear hoy al personal desde la televisión, para que comience a ver normal que se den zapatazos a un político torpe, como yo creo que es Bush, es levantar unos vientos que pueden devenir en tempestades. ¿Censuramos mañana al que tire zapatos a Zapatero? ¡Algunas puertas cuando se abren son muy difíciles de cerrar!

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿ALLÍ NO HA PASADO NADA?



El último tiro de ETA ha puesto en evidencia la patología colectiva que sufre todo el País Vasco, donde una nueva víctima es un suma y sigue que no altera el pulso de la vida cotidiana. Han aceptado a la violencia como a una vecina gritona a la que hay que soportar y cada pistoletazo tiene menos eco en sus conciencias. La mayor de la evidencias es que los compañeros de “cuatrola” de Ignacio Uria no alteraron la costumbre y como la canción de Chiquetete, en el mismo sitio y a la misma hora, ya estaban barajando las cartas, impasible el ademán. Los manguerazos del agua aún no habían disuelto la sangre del contertulio cuando otro nuevo ocupaba su silla porque dicen que la vida sigue, aunque el que ha estado con ellos los últimos veinte años, la haya perdido en la puerta del local, una hora antes. ¡Allí no ha pasado nada!

La imagen de los tres jugadores y el relevo, atentos a la suerte de sus cartas, se me antoja mucho más dramática que la del propio Uria, ensangrentado y con tres tiros en la cabeza, porque es la evidencia más palmaria de que sufren un cáncer para el que no hay quimioterapia posible. En Azpeitia, el pueblo donde nació y vivió setenta años Ignacio Uria, los duelos hay que hacerlos con sordina y así se explica que en la manifestación de repulsa apenas hubiera 20 personas en un pueblo de 12.000 habitantes. Allí lo más aconsejable es seguir la rutina con normalidad. Con la misma normalidad con que ETA siega la cuarta vida en lo que va de año.

Las imágenes de la televisión, mostrándonos a la víctima tendida en el suelo, con el torso desnudo y acribillado, no es nueva porque a lo largo de los 818 asesinatos de la banda, esa imagen se ha repetido muchas veces. También se han repetido los testimonios de repulsa y condena, los manifiestos colectivos, las declaraciones institucionales, los minutos de silencio y las socorridas manifestaciones detrás del cartel “ETA NO” o cualquier otra ocurrencia. No critico lo que se hace porque algo hay que hacer y de alguna forma, aunque sea absolutamente inútil, debemos darnos la oportunidad de expresar nuestro rechazo a las prácticas de unos pistoleros incapaces de revisar la inutilidad de sus asesinatos. El 7 de junio pasado cumplió ETA su cincuenta aniversario matándonos.

En cierto modo, cumplido el protocolo del dolor, todos volvemos a nuestras prácticas habituales, como los compañeros de partida de Ignacio Uria. En Azpeitia los socios políticos de ETA siguen gobernando el municipio, sin haberse molestado en condenar el asesinato. Lo mejor hubiera sido no permitir a ANV presentarse a las elecciones, porque dice la vicepresidenta del Gobierno que disolver la corporación y convocar nuevas elecciones es jurídicamente muy complicado. ¿Complicado? Eso ya se hizo en el ayuntamiento de Marbella, pero fue por corruptelas económicas. Está claro que el dinero duele más y exige más urgencias que la vida misma. Así nos va.

sábado, 6 de diciembre de 2008

JUECERIAS


Los jueces que logran portadas suelen ser los que dictan sentencias contrarias al sentido común, los que se consideran clavos del abanico, los que juzgan con las tripas ideológicas o los “garzonazos”, que son los que se meten en todos los charcos, chapotean en todas las heces, hacen el ridículo y después de mucho ruido no van a parte alguna. Los jueces sensatos, que son casi todos, pasan de puntillas, hacen su trabajo en silencio, estudian con rigor las causas que juzgan y difícilmente son noticia en algún medio de comunicación. ¿A qué jueces juzgamos? Juzgamos a los primeros, a los bocazas, a los divos, a los presumidos y a los que van de estrellas cinematográficas.

La Justicia es uno de los estamentos peor valorados y la razón del desapego social está en las patologías que sufren algunos togados y en la incapacidad del sistema para corregir los disparates de los jueces mariposas que liban de todas las flores. El CGPJ, politizado hasta las trancas, es incapaz de poner freno a tanto estrellato de pacotilla y su incompetencia es la causa principal de la desconfianza hacia el Sistema Judicial. El CGPJ es la evidencia más palmaria de que la división de los tres poderes en España es un suma y sigue del poder político, que se lo reparte como si se tratara de una bacalailla.

Cada día parece más claro que un juez puede hacer lo que le plazca, cometer atropellos, desvariar, permanecer de brazos cruzados o incluso ser causa de males superiores a los que pretenden corregir, sin que nadie los corrija, porque el corporativismo por una parte y el alineamiento ideológico por la otra, siempre ponen palos en las ruedas del sistema. Nuestra Justicia está viciada de intromisiones políticas y contra eso poco pueden hacer los jueces sensatos y que lo son de verdad. ¡Con esta dependencia política del Poder Judicial nunca pasaremos de un amago de democracia!

Todas las alarmas del sistema judicial se dispararon cuando Garzón emprendió su particular “cruzada general contra el franquismo”, pero eso no impidió que él continuara con el disparate. Al final, un minuto antes de que la Audiencia Nacional le cerrara la boca, Garzón tiró la toalla y, como sabíamos todos, se declara incompetente, porque “le han llegado pruebas inequívocas de que Franco ha muerto”. Tres meses dilapidando medios humanos y materiales para cerciorarse de que no tiene que tener miedo a Franco y que puede seguir con su divismo. ¿Alguna medida disciplinaria contra el autor de semejante despropósito? ¡Quita, hombre, cómo se te ocurre!

Ahora nos sale otro qué tal. Andamos con la paranoia de la inseguridad porque la calle es de los chorizos, pero resulta que “lo que supone un ataque y una vulneración de los derechos y libertades ciudadanas es el Crucifijo”, mientras que los musulmanes van imponiéndonos sus creencias. Treinta años con la misma Constitución, y hasta que no ha llegado ésta señoría no nos hemos enterado del atropello que supone el Crucifijo. ¿Dura Lex? ¡Si y muy divertida!