domingo, 16 de diciembre de 2007

El gran fanfarrón


Conservo el contrato que hace tres años me ofertó una gran editorial madrileña para que escribiera “El gran fanfarrón”, 300 folios sobre la vida política y milagrera de Rodríguez Ibarra. En el se incluye la entrega anticipada de 52.000 euros, para que pudiera autoliberarme y dedicar 12 meses a escarbar en las miserias del personaje. Pedí una semana para dar mi respuesta, pero a la vuelta, nada más llegar a mi casa, llamé para rechazar semejante tentación. Me hubieran venido muy bien los 52.000 euros anticipados y a fondo perdido si las ventas no alcanzaban ese porcentaje, me hubiera venido muy bien el paseo mediático, vía presentaciones del libro y me hubiera venido muy bien ver en esa editorial dos novelas mías que se comprometían a editar, pero dedicar 12 meses de mi vida a bucear en las aguas cenagosas y pestilentes de la existencia política de “El gran fanfarrón” es algo que no sé si hubiera podido cumplir.

He escrito mucho sobre “el gran fanfarrón” y tengo un cajón de recortes con miles de declaraciones de este ser acomplejado y perverso que desde la democracia, pero con la delectación de los dictadores caribeños, asfixió a Extremadura durante 25 años. Tengo ordenadas sus patochadas sobre terrorismo, Europa, la economía, Extremadura, la democracia, el poder, el dinero…y me hubiera sido muy fácil hacerme con todas sus intervenciones en la Asamblea de Extremadura, lo que hubiera dado para dos o tres tomos, pero creo que el tipillo no merece la atención de un trabajo sistemático sobre su persona y que de mi vida no puedo restar unos meses para glosar sus paridas, aunque con la exclusiva selección de sus mentiras podía cubrir el expediente. “El gran fanfarrón” es un gran fanfarrón pero, sobre todo, es un gran mentiroso. Ibarra es una trola con barba.

A estas alturas y después de haberlo soportado y sufrido durante 25 años, de “el gran fanfarrón” sólo conservo el desprecio que me merecen los marisabidillos chiflados que a base de morder sus complejos concluyen por ser prepotentes. “El gran fanfarrón” está en mi memoria, enquistado como el dolor que me produjo la picadura de un alacrán cuando tenía cinco años. Todavía lo recuerdo, pero ni el alacrán acabó conmigo ni “el gran fanfarrón” tampoco.

Ahora “el gran fanfarrón” anuncia nuevamente su salida de la política y, como suele, porque se repite más que el ajo, vuelve a epatar al personar sentando sus credenciales de díscolo en el seno del PSOE. Dice que se va, que no se presenta a la reelección como secretario general de PSOE, señalando una discrepancia que finalmente no aclara, pero con una nueva trola, pretendiendo vender su condición de díscolo universal que no se calla… Y es verdad, no se calla ni cayéndose de una barca. El pobre tipo es un adicto a las luminarias, a los focos y a la atención mediática. Es un actor irredento que necesita vivir en el escenario.

Creo que acerté al rechazar la oferta de la editorial y, además, creo que en la editorial estaban confundidos porque… ¿compraría alguien el libro?

No hay comentarios: