martes, 9 de enero de 2007

A propósito de los independientes


Figurar como independiente en la candidatura electoral de un partido político no es, no puede ser, una canonjía para liberarse a placer del compromiso contraído, con el partido y con el electorado. El enlace, renovable o no, es por cuatro años y aunque durante ese tiempo pueden surgir desavenencias y discrepancias mayores, nunca, bajo ningún concepto, se puede honestamente dañar al partido, entorpecer el proyecto y traicionar al electorado que lo votó. Estar casi dos años esgrimiendo la condición de independiente , para justificar la pirueta del transfuguismo, no es más que un vano intento para encontrar acomodo entre lo que hacemos y lo que debemos hacer, porque cuando el desencuentro no tiene solución, lo más ético, y lo más estético, es un caballeroso ahí se quedan ustedes . Con su partido y con el escaño.

Cuando alguien se refugia bajo el paraguas protector de unas siglas, asume un programa, acepta a un líder y a un grupo como propio, la condición de independiente no es más que un apéndice que poco dice y nada debe importar, porque estampar la firma en una hoja de afiliación no exige más compromiso que aceptar la participación bajo unas siglas concretas. Es mas, creo que los independientes , si lo son de verdad, están obligados a trabajar más y a ser más escrupulosos con los compromisos contraídos, para demostrar que el partido que lo acogió no se confundió cuando lo hizo. La independencia, que es un atributo que también deben tener los militantes de un partido, se ejerce participando, trabajando, razonando e incluso discrepando, pero no dando un portazo y anclándose en la orilla opuesta, para presionar, hacerse el machito, elaborar una plataforma personal y, finalmente, dañar el patrimonio que el electorado prestó.

Lo más honesto es irse media hora después de haber devuelto el escaño, pero envuelto en papel de celofán y sin montar circos mediáticos, que son efímeros fogonazos de gloria, pero que en el fondo, y en la forma, delatan al circense. Entregar un acta y dejar un escaño, después de haberlo manoseado y cuando ya es prácticamente inservible, no es más que una forma de reconocer que el escaño era prestado y que en la conciencia del que lo devuelve eso estuvo claro desde el principio. ¿Que nunca es tarde para rectificar? Es tarde porque con la pirueta se quebrantó un plan de gobierno legitimado democráticamente en las urnas. Es tarde porque durante el tramo más importante de la legislatura se dejó en minoría a la mayoría que decidió el electorado. Es tarde, porque uno no puede torcer el brazo a los que lo votaron por ir donde iba. Es tarde, porque en las decisiones claves, el escaño estuvo en la orilla opuesta, causando inestabilidad y mucho daño. Y es tarde, porque los pocos meses que restan de legislatura el daño que se pudo causar se causó. Después de tanto alfilerazo, suena a coña extemporánea semejante gesto caballeresco.

Todos los partidos, y mucho más los que se presentan con serias posibilidades de estar o de llegar, andan sobrados de candidatos y es un gesto de generosidad por parte del partido y de sus afiliados, ceder el paso a los independientes, dándoles una cobertura electoral que no tienen. Llegar, mojar y comenzar con las diferencias insalvables no son más que ganas de enredar, porque la mejor manera de ser y de parecer independiente, es ponerse al margen, pero con todas las consecuencias. Mientras no haya listas abiertas, los votos del conjunto van al conjunto y pertenecen al conjunto, no a una singularidad, por muy notable que esta sea.

Ser independiente, participando en política, es sólo un recurso dialéctico, porque el que de verdad quiera ser independiente lo mejor es que se quede en su casa. Llevo muchos años en política y todavía no conozco a nadie que esté a la fuerza.

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