sábado, 12 de agosto de 2006

De profesión, progresista


Como es verdad que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, todos/as las que no han hecho en la vida absolutamente nada de provecho, de la noche a la mañana pueden colocar un cartel en su casa: “PROGRESISTA” y comenzar a ejercer la profesión que, con mucha jeta y unas siglas detrás, hasta resulta lucrativa. ¿Cuántas/os gaznápiros/as se dedican hoy a ser progresistas, feministas y ecologistas? Están en los ayuntamientos, en la Asamblea, en el Congreso, Senado, Parlamento Europeo y no tienen nada que decir, nada que hacer y nada que opinar, salvo que, eso sí, los ellos/as, son muy progresistas y en el caso de las ellas, que tienen todas la misma pinta, además son también feministas.

¿Qué será lo que toda esta pobre gente entiende por progresismo y feminismo? Conozco a una boba de libro, que ejerce su teatro como diputada y que va por la vida de “progre”, señalando al personal según su particular punto de vista. Ella, la muy necia, con el atrevimiento impúdico de los necios, reparte carnés de progre, machista, franquista, falangista, republicano…usando una retórica tabernaria que hace sonreír a propios y extraños. Alguno de los suyos, avergonzado, intenta justificarla: “no le hagáis caso, ella no tiene mala voluntad, pero la pobre es así” ¿Dónde ponen los progresistas a estas progres de tienda cien? La ponen en cultura, claro. La cultura es cosa de la progresía, porque para ellos la cultura es un invento inútil y electoral y como tal, bien merece el pelaje de una miliciana desgreñada y alpargatada.

Siempre he sostenido que las “mariquitas locas” y “las machorrillas” hacen un daño irreparable a gais y lesbianas, que defienden su tendencia sin estridencias, excentricidades e histrionismos. Lo mismo pasa con las/os culturetas de ocasión. Las/os progres de medio pelo, metidos a administradores o gestores culturales, hacen mucho daño a la cultura, porque la desvirtúan, la disfrazan, la pintorrean y concluyen presentando prototipos que nada tienen que ver con la realidad. Un actor, incluso un actor bueno, no tiene necesariamente que ser culto, sin embargo algunos los asemejan y se engloban dentro del “mundo de la cultura”, uniendo capacidad histriónica y cultura, como uña y carne. Es curioso el desparpajo de alguno de nuestros culturillas, tipo Miguel Bosé, que se sienten dentro del universo cultural porque un día se sentó en las rodillas de Pablo Picasso.

El pelaje despreocupado y la barba de tres días tampoco son sinónimos de cultura, aunque algunos/as lo tengan como único asidero. Flaco favor hacen al progreso y a la cultura todos estos/as pelaespigas, que careciendo de todo, incluso de vergüenza, se aferran al ejercicio de una profesión de la que no tienen ni remota idea. ¿De profesión progresista? ¡Váyanse a hacer puñetas!

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