sábado, 26 de agosto de 2006

Me llamo Carlitos



Me llamo Carlitos, tengo un año recién cumplido y desde mi nacimiento he permanecido hospitalizado. De mis padres, por mis circunstancias o por las suyas, nada sé y ellos, por sus circunstancias o por las mías, tampoco saben nada de mi. Nací y se olvidaron, nací y me olvidé porque nunca pude recordarlos. Padezco el síndrome de Down, además de otra patología en el corazón, de la que he sido intervenido. También sufro hipotiroidismo y una dolencia similar en el colon. Nada más.

Mi mundo puede parecer pequeño, pero he recorrido mucho cielo en los brazos de cuidadores enfermeras y pediatras, que me han protegido, que me han mimado y me han hecho feliz. Si quieres ver mi sonrisa y mis ojos de sorpresa, sólo tienes que asomarte a marco de mi cuna, sonreír o hacerme una carantoña. Y si quieres cogerme siempre estoy dispuesto, siempre vigilante, por si alguien me acerca unos brazos que me rescaten del aburrimiento de la cuna. Hace pocos días fue mi cumpleaños y me vistieron para la ocasión, me peinaron y me organizaron la primera gran fiesta de mi vida. Aunque mi dieta es muy rigurosa y no puedo comer dulces, hasta tuve tarta, con su velita encendida… Y, lo más importante, pasé de unos brazos a otros y volé, volé y volé, hasta quedar agotado y rendido de placer. ¿Se puede pedir más?

Durante este año, varios matrimonios fueron a conocerme, con la idea de adoptarme, pero las dificultades de mi situación son más grandes que el amor que llevaban y después de unas sonrisas y unas caricias, ellos se fueron y yo me quedé. No me quejo ni les culpo porque, además del síndrome que padezco, mi corazón y mi colon exigen cuidados permanentes durante al menos dos años más. Y eso es mucho tiempo, aunque a mí este primer año se me ha pasado enseguida e incluso he aprendido a decir “ya tá”. Lo cogí de las enfermeras, que después de dilatarme el colon para curarme, con mucha penalidad para mí, siempre decían “ya está, Carlitos”. Ahora, cada vez que acaban su trabajo, yo me adelanto y me consuelo con el “ya tá”. Y soy feliz, porque sé que tras esos momentos de dificultad vienen los brazos, los abrazos, las caricias y el mimo. Después de todo ya estoy acostumbrado al dolor y sólo son unos minutos al día.

Ahora mi mundo me lo van a trastocar, porque por normas que no conozco, aunque tenga que volver al hospital cada día, me van a llevar a un centro de acogida, a la espera de que alguien quiera dedicarme parte de su vida, pero mi situación es tan difícil y comprometida que no sé si llegará, aunque sigo soñando con ángeles. Incluso parece que paso a depender de un juez, al que no conozco, al que no he visto y que nunca me ha tendido los brazos para sacarme de la cuna, pero estoy en sus manos. Cambio de sitio, cambio de cuna, cambio de caras, de ese trozo de techo que tengo tan medido y cambio de brazos, porque las enfermeras y las pediatras, que tan feliz me han hecho, se quedan y yo me voy. Me voy con mi síndrome, el corazón roto y el colon afectado. Me voy no sé dónde, ni porqué, ni para qué. Me voy porque me llevan y si pudiera diría “ya tá”, pero no lo van a entender.

sábado, 19 de agosto de 2006

Fe ciega y disciplina



La fe ciega tiene poca relación con el raciocinio y la inteligencia. Vázquez Montalbán aseguraba no entender a los que profesan "fe ciega" en algo, por lo que eso conlleva de renuncia al análisis, que es una facultad de la inteligencia. Yo, en mi pequeñez, coincido con el autor de "Los mares del sur" porque nunca he tenido "fe ciega" en nada ni en nadie, ni siquiera en mi mismo. Comulgar con ruedas de molino no es lo mío y por eso, sin situarme entre los socráticos, suelo aplicar una mano de racionalidad a cualquier propuesta que se me haga. De todos modos, Stendhal, distinguía entre "fe de fe" y "fe de conveniencia", que es la más común. Sobre todo es la más común entre los que, por proximidad o conveniencia, además de tener "fe ciega" en Zapatero, nos exigen a los demás que también entremos en la madriguera de la estulticia. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Algo así. Como ellos tienen mala conciencia, pretenden extenderla para que quede mitigada. En "Los cuentos peregrinos", García Márquez pone en boca de uno de sus personajes: "Si todas somos putas ¿dónde está la diferencia?"

Ahora resulta que hay que seguir por fidelidad, decencia política y patriotismo las consignas del Zapatero. Unos por "fe ciega" y los demás por disciplina de partido. Y el razonamiento es que es Zapatero, como presidente del Gobierno, el que tiene que marcar la política antiterrorista y todos los demás debemos hacer dejación de nuestro criterio, de nuestra razón e incluso de nuestros escrúpulos morales, porque al presidente del Gobierno hemos de profesarle "fe ciega" y le debemos aplaudir cualquier eructo. ¡Vaya gilipollez! Me encuentro entre los pocos amigos reconocidos y reconocibles de Adolfo Suárez, estuve a su lado siempre, con él fundé y con él me estrellé en el CDS, pero Adolfo Suárez, que me llamaba "Martín, El empecinado" contó mi lealtad y mi fidelidad, pero siempre supo que mi fe, además de relativa, nunca llegaría al paroxismo de "ciega". ¿Por patriotismo debo regalarle a Zapatero lo que nunca puse a disposición de Adolfo Suárez? Hace falta ser necio de capirote para mantener semejante exigencia.

Pero puestos a pecar y como yo no me quedo en medias tintas, voy a caer en el sacrilegio de afirmar que de Zapatero no me creo nada, que me parece un mal mayor, que creo que carece de escrúpulos, de entidad política, de moral ciudadana y de vergüenza. Desde su origen, y al margen de lo que pueda decir Rajoy, lo siento deslegitimado, porque aunque no sea políticamente correcto, creo que está donde está por un atentado terrorista, por un montón de muertos y por la campaña electoral más tramposa de nuestra historia. Zapatero ha demostrado carecer de escrúpulos. Zapatero me parece débil, zalamero y vendepatria. Si por él fuera vendería España por parcelas autonómicas, sin un parpadeo, sin un sólo remordimiento y sin el sentimiento de haber cogido un país entero y haberlo descuartizado para poder mantenerse donde los pusieron las bombas. ¿Más para los gilis de la "fe ciega"? Sacar a pasear la nauseabunda razón de "la disciplina de partido" para votar contra lo que uno piensa y representa, es una inmoralidad que supera incluso a la "fe ciega". ¡Que suerte tienen algunos, al disponer de una conciencia tan ancha y acomodaticia!

sábado, 12 de agosto de 2006

De profesión, progresista


Como es verdad que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, todos/as las que no han hecho en la vida absolutamente nada de provecho, de la noche a la mañana pueden colocar un cartel en su casa: “PROGRESISTA” y comenzar a ejercer la profesión que, con mucha jeta y unas siglas detrás, hasta resulta lucrativa. ¿Cuántas/os gaznápiros/as se dedican hoy a ser progresistas, feministas y ecologistas? Están en los ayuntamientos, en la Asamblea, en el Congreso, Senado, Parlamento Europeo y no tienen nada que decir, nada que hacer y nada que opinar, salvo que, eso sí, los ellos/as, son muy progresistas y en el caso de las ellas, que tienen todas la misma pinta, además son también feministas.

¿Qué será lo que toda esta pobre gente entiende por progresismo y feminismo? Conozco a una boba de libro, que ejerce su teatro como diputada y que va por la vida de “progre”, señalando al personal según su particular punto de vista. Ella, la muy necia, con el atrevimiento impúdico de los necios, reparte carnés de progre, machista, franquista, falangista, republicano…usando una retórica tabernaria que hace sonreír a propios y extraños. Alguno de los suyos, avergonzado, intenta justificarla: “no le hagáis caso, ella no tiene mala voluntad, pero la pobre es así” ¿Dónde ponen los progresistas a estas progres de tienda cien? La ponen en cultura, claro. La cultura es cosa de la progresía, porque para ellos la cultura es un invento inútil y electoral y como tal, bien merece el pelaje de una miliciana desgreñada y alpargatada.

Siempre he sostenido que las “mariquitas locas” y “las machorrillas” hacen un daño irreparable a gais y lesbianas, que defienden su tendencia sin estridencias, excentricidades e histrionismos. Lo mismo pasa con las/os culturetas de ocasión. Las/os progres de medio pelo, metidos a administradores o gestores culturales, hacen mucho daño a la cultura, porque la desvirtúan, la disfrazan, la pintorrean y concluyen presentando prototipos que nada tienen que ver con la realidad. Un actor, incluso un actor bueno, no tiene necesariamente que ser culto, sin embargo algunos los asemejan y se engloban dentro del “mundo de la cultura”, uniendo capacidad histriónica y cultura, como uña y carne. Es curioso el desparpajo de alguno de nuestros culturillas, tipo Miguel Bosé, que se sienten dentro del universo cultural porque un día se sentó en las rodillas de Pablo Picasso.

El pelaje despreocupado y la barba de tres días tampoco son sinónimos de cultura, aunque algunos/as lo tengan como único asidero. Flaco favor hacen al progreso y a la cultura todos estos/as pelaespigas, que careciendo de todo, incluso de vergüenza, se aferran al ejercicio de una profesión de la que no tienen ni remota idea. ¿De profesión progresista? ¡Váyanse a hacer puñetas!

sábado, 5 de agosto de 2006

Amanece, que no es poco


Es necesario romper la monotonía, salir, cambiar el día a día para poder oxigenarse y aprender a relativizar los “grandes” problemas de tienda cien, que a veces nos atosigan y encorsetan. La distancia no es el olvido, pero ayuda porque facilita una visión diferente y nos evita el apolillamiento mental que a veces nos levanta un muro para que no podamos ver, ni oír. Yo soy partidario de la distancia real, la que pone kilómetros de por medio, pero si no es posible también he aprendido a distanciarme sin salir de casa, leyendo, escribiendo, curioseando por Internet, oyendo música o visionando una película cuidadosamente seleccionada para la ocasión. Mis preferidas son las de Pepe Isbert, uno de los mejores actores de todos los tiempos, con joyas como “El cochecito”, “El verdugo”, “Bienvenido Mr Marshall” ó “Los ladrones somos gente honrada”. Tengo una película, que suelo dejar a mis amigos en sus horas bajas, que es un auténtico bálsamo para las heridas causadas por las estupidez: “Amanece, que no es poco” de José Luís Cuerda., interpretada por Antonio Resines, Sazatornil, Cassen, Chus Lampreave… y que casi siempre obra el milagro de ofertar una visión diferente de la tontuna, la impertinencia o la torpeza. En mi farmacia particular, “Amanece, que no es poco” es una especie de ungüento que mitiga todos los mares, aparcándolos durante unas horas.

Pero al volver o bajar del guindo, los males siguen ahí, claro, porque lamentablemente no se disuelven con visionados de películas viejas. Todo lo más, bajan la guardia y nos dan un respiro. Digamos que, de un día para otro, las bobadas vuelven de nuevo al trabajo y que el chinato se pasea en esplendor por toda la bota, destrozándonos de nuevo los dedos del pié. La estupidez suele tener mucha consistencia y al volver, nos encontramos de nuevo con el bobo de la esquina, que nos recuerda que las películas son sólo películas y que la realidad es más consistente que nuestro aislamiento de fin de semana. Vuelve el vocinglero, vuelve el presuntuoso, vuelve el analista, el cursi, el pedante y el plasta del vecino que nos aplasta. Vuelve a sonar el teléfono, vuelve el ruido, el griterío y la viscosa presencia de las estupidez humana, con sus acuerdos, sus pactos, sus conciliábulos y debilidades, cantándolas a grito pelado, como un Tarzán en plena selva: “soy imbécil, soy imbécil, soy imbécil”. Vuelve la visión cegata, el interés insensato y la soflama estúpida de los que no son capaces de ver que llevan número premiado, de aislarse y, de guardia permanente, han seguido en el empeño de estropearlo todo, para recordarnos la evidencia de que Dios puso a los gilipollas en este mundo para algo. Ellos, como las moscas, los mosquitos, las cucarachas o los alacranes, también tienen su misión y, fieles a la llamada del instinto, se empeñan en fastidiarlo todo, para que nada cambie, todo siga igual y el barco no encuentre otra solución que la deriva.

Salgan ustedes de sus casas con los ojos abiertos, miren las cosas con sus colores reales y comprobarán que la calle es de los necios, que en los negocios están los necios y que, por ejemplo, en la política los necios, que son legión poderosa, son muchas veces los que toman decisiones por colectivos completos y, lamentablemente, ahora no me estoy refiriendo a los de siempre porque como bien se sabe, en todas partes cuecen habas. Distanciarse sirve para ver que los de tu entorno, también están para el diván del psiquiatra, que hay más necios que colores. Los necios van a lo suyo, que es necear, y no se encomiendan a nadie a la hora de cocinar sus guisos esperpénticos. Los necios siempre se invisten de autoridad, solemnidad y firmeza, aunque su objetivo común sea fastidiar y dejar la casa sin tejado en días de lluvia. Dios, Dios sabrá porqué, los puso ahí para eso.